Se nos enseña que el Señor ama al que da con alegría (2 Cor 9,7); sin embargo, cuando un amigo necesita un favor que parece molesto, cuando una llamada al teléfono de asistencia de la Conferencia altera nuestros planes para la tarde, o cuando las necesidades de los demás nos llaman a dar no sólo nuestro tiempo, sino a dar el tiempo que teníamos reservado para otra cosa, nuestro buen ánimo puede a veces decaer un poco. No es que dejemos de ayudar, pero tal vez lo hagamos a veces más con una determinación hosca, fruto de nuestro sentido del deber, que con una gratitud alegre por haber sido llamados.
San Vicente nos recuerda que no es a los pobres a quienes servimos, sino a mismo Cristo, que nos tiende la mano pidiendo comida, consuelo y comprensión. Nosotros «servimos a Jesucristo si servimos a los pobres, esto es tan cierto como que estamos aquí… Id a ver a los pobres condenados a cadena perpetua, y en ellos encontraréis a Dios; servid a esos niños, y en ellos encontraréis a Dios. ¡Cuán admirable es esto! Vais a unas casas muy pobres, pero allí encontráis a Dios. Una vez más, ¡cuán admirable es esto!» [SVP ES IX-1, 240].
Debería ser una alegría, ¿no? Puesto que todo lo que tenemos pertenece a Dios, incluido nuestro tiempo, nuestras obras de caridad nunca pueden ser realmente interrupciones. Si esto es, como creemos, verdaderamente una vocación —una llamada—, entonces tenemos la gran alegría de ser llamados directamente por Cristo mismo una y otra vez.
It should be a delight, shouldn’t it? Since everything we have belongs to God, including our time, our works of charity can never truly be interruptions. If this is, as we believe, truly a vocation – a calling – then we have the great joy to be directly called by Christ Himself time and time again!
No visitamos a los pobres para ganarnos la gracia de Dios, que siempre es inmerecida y gratuita. Pero sí recibimos su gracia, y una dimensión muy importante de ella es la alegría. Imaginemos a un niño pequeño que acaba de limpiar su habitación sin que nadie se lo pida, y no ve la hora de correr a contar a sus padres lo que ha hecho. Está rebosante de alegría, porque sabe que les ha agradado. De manera similar, cuando servimos sólo por amor, sabiendo que a quien servimos es a nuestro Señor y Salvador, sabiendo que Él considera que todo lo que hemos hecho se lo hemos hecho a Él mismo, nosotros, como ese niño pequeño, sentimos una profunda alegría dentro de nuestros corazones, una alegría que no podemos evitar compartir.
Tal vez el consejo más frecuente de San Vicente, que aparece cientos de veces en sus cartas, es el de «estar muy alegres» ante las dificultades, cuando se sufre una enfermedad, cuando se realiza un trabajo desagradable, cuando se pasa necesidad y, especialmente, cuando se sirve a los pobres. «Esté alegre, se lo suplico. —le decía san Vicente de Paúl a santa Luisa de Marillac—. ¡Oh, qué razones tan grandes tienen para ello las personas de buena voluntad!». [SVP ES I, 200].
No podemos dejar de ser generosos cuando dejamos que la alegría de Dios entre en nuestros corazones junto con Su voluntad, y a cambio, nuestra alegría y nuestro gozo no harán más que crecer. Como dijo una vez el beato Federico: «El que va a llevar a la casa del pobre un trozo de pan vuelve de ella, con frecuencia, con el corazón lleno de gozo y de consuelo. Y así, en este dulce comercio de la caridad, los anticipos son modestos, pero el beneficio es grande» [Informe a la Asamblea General de la Sociedad de San Vicente de Paúl, de 9 de febrero de 1837].
Contemplar
¿Realizo mis obras de caridad como una obligación o como un motivo de alegría?
Por Timothy Williams
Director Senior de Formación y Desarrollo de Liderazgo
Sociedad de San Vicente de Paúl USA.
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