Ojos y oídos evangélicos (Marcos 12)

por | Nov 30, 2024 | Formación, Reflexiones, Social, Thomas McKenna | 0 Comentarios

Observar lo que una persona percibe revela mucho sobre ella. Y es que lo que uno observa está en gran parte determinado por lo que esa persona valora más y aprecia menos.

Una escena del capítulo 12 de Marcos es un vivo ejemplo de ello. Estoy con Jesús dentro del edificio del Tesoro. La gente entra y sale y yo miro a mi alrededor. ¿Qué me llama la atención y qué suena en mis oídos?

¿Me atrae el tintineo de las monedas de oro y plata al rebotar contra las paredes del recipiente de la colecta? ¿Se fijan mis ojos en las vestiduras y los mantones multicolores de los clérigos que desfilan? Pero, más concretamente, ¿podría fijarme en los que están más arriba en la escala social y religiosa? ¿Quién y qué me llama la atención en esa escena?

Como personas de fe, aquellos cuyos ojos y oídos nos esforzamos por adoptar son los del Señor Jesucristo. De entre toda esa multitud del Templo, él se fija en la viuda pobre, en esa adoradora de la retaguardia que tan discretamente echó sus dos últimas moneditas en la cesta. ¿Y no se fijaría también en ella la mirada de Vicente de Paúl?

¿Qué hay en ella que les llama la atención?

Para empezar, su invisibilidad en aquella multitud, su posición baja y su lugar en la parte de atrás. Se la clasificaría entre los vulnerables, los que tienen poca voz en la sociedad: los pobres. Esto, por supuesto, encaja tanto con el sentimiento del Señor como con el de Vicente por aquellos a los que el Padre de Jesús presta especial atención: los marginados, los olvidados, los que no son tenidos en cuenta.

Por otra parte, señalan su generosidad. Su contribución no procedía de lo que le sobraba cuando todo lo demás estaba cubierto. Era todo lo que tenía; no podía dar nada más.

Una tercera cualidad que se observa es su confianza, su seguridad en que Dios cuida de ella ante un futuro muy sombrío. Y ¿no es ésa también la actitud del Señor, que avanza confiado hacia Jerusalén, su rechazo y su muerte en cruz?

Como seguidores de Jesús e imitadores de Vicente, se nos pide que nos fijemos en lo que les importó a ellos. Intentamos ver y oír lo que ellos hacían al entrar en cualquiera de nuestras propias estancias: los desatendidos, los que pasan desapercibidos, los vulnerables que necesitan nuestros cuidados.

En segundo lugar, no sólo debemos admirar la generosidad de los demás, sino imitar su generosidad, estar cada vez más dispuestos a ayudar a los desamparados y menos inclinados a calcular el coste al hacerlo.

Por último, está la confianza en el amparo de Dios, la seguridad de que no estamos solos cuando caminamos hacia un futuro desconocido, de que se nos quiere y valora hasta el final y mucho más allá de él.

Entremos todos en esta sala del Templo y miremos a nuestro alrededor. Y, en la medida en que podamos, adoptemos la visión y el oído de Vicente y del propio Jesús para nuestra propia valoración de lo que más importa y de lo que menos cuenta.

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