Cuando hacemos un viaje largo en coche, es fácil que nos distraigamos con la radio, una llamada de teléfono o nuestros propios pensamientos y preocupaciones, y que nos saltemos un giro o una salida. De repente nos encontramos en un lugar desconocido, preguntándonos dónde estamos y cómo hemos llegado hasta allí. Es fácil pensar que, cuando esto ocurre, lo peor que podemos hacer es seguir conduciendo, en lugar de pararnos a pensar cómo hemos llegado hasta aquí y hacia dónde debemos dirigirnos.
Sin embargo, ¿cuántas veces, en el camino espiritual de nuestras vidas, seguimos avanzando sin pararnos a reflexionar sobre dónde estamos y cómo hemos llegado hasta aquí? ¿Cuáles son las gracias que hemos recibido, a qué nos llama Dios? En nuestra espiritualidad vicenciana se nos enseña que Dios nos manifiesta su voluntad a través de las personas y los acontecimientos de nuestra vida. Para discernir plenamente Su voluntad, por tanto, es necesario no sólo que estemos atentos a cada momento y a cada persona que encontramos, sino que nos tomemos el tiempo de reflexionar después sobre adónde nos han llevado y, con el conocimiento que hemos adquirido desde entonces, si pueden orientarnos aún más en nuestro camino.
«Cuando haga usted estas reflexiones sobre el estado de su alma —escribió san Vicente— tiene que elevar su espíritu a Dios en la consideración de su adorable bondad. […] Tenga su corazón preparado para recibir la paz y el gozo del Espíritu Santo» (SVP ES V, 152]. Cuando nos equivocamos de camino o no sabemos leer una señal, nuestro Dios espera pacientemente para volver a señalárnoslo, con tal de que dediquemos el tiempo necesario a buscarle.
Todos los muchos dones que recibimos están destinados a ser compartidos, y por eso Santa Isabel Ana Seton nos invita «a reflexionar a solas en el secreto de tu corazón… ¿qué uso he hecho de la gracia de mi Dios?» [CW 3, 262]. Cuando Federico consideró sus muchos favores —sus padres, su educación, sus muchos amigos— vio que «a menudo se me ocurre que la Providencia pretende de mí algo más que una virtud vulgar» [carta a Léonce Curnier, de 16 de mayo de 1835].
Guiándonos unos a otros por el desierto, de vez en cuando cerramos los ojos, recordando cada giro, cada jalón, cada indicación de nuestro progreso y nuestro destino. «No basta, en absoluto, una mirada superficial —decía Federico—, hacen falta reflexiones repetidas». [Carta a Ernest Falconnet, de 19 de septiembre de 1831]. Y así, aunque nuestra reflexión individual es vital, también reflexionamos juntos en nuestras reuniones de la Conferencia, no sólo sobre las lecturas que podemos compartir, sino sobre nuestros itinerarios personales en dirección a Dios. Compartimos nuestro camino, nuestra dirección y nuestro progreso con los demás, con la esperanza de que todos podamos llegar juntos al Reino al que estamos llamados.
No buscamos discernir nuestra propia voluntad, sino la voluntad de Dios para con nosotros. Para ello, debemos «hacernos a un lado» de vez en cuando. Como decía Santa Luisa: « Ya es tiempo de pensar en mí y delante de Dios» [Santa Luisa, carta al señor Vicente, de octubre de 1644].
Contemplar
¿Me detengo lo suficiente para reflexionar sobre dónde he estado y hacia dónde voy?
Por Timothy Williams
Director Senior de Formación y Desarrollo de Liderazgo
Sociedad de San Vicente de Paúl USA.
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