La beata Enriqueta Alfieri, nacida el 23 de febrero de 1891 en Borgo Vercelli, Italia, fue una mujer cuya vida estuvo marcada por una profunda espiritualidad y una entrega total al servicio de los más marginados. Miembro de la Congregación de las Hermanas de la Caridad de Santa Juana Antida Thouret, su misión se desarrolló de manera destacada dentro de las paredes de la cárcel de San Vittore en Milán, donde su labor con los prisioneros le valió el apodo de «El ángel de San Vittore».
Infancia y Vocación
Desde pequeña, Enriqueta mostró un carácter compasivo y devoto, lo que la llevó a ingresar en el convento de las Hermanas de la Caridad a los 20 años. Recibió su formación religiosa en Brescia, donde profundizó en su amor por Cristo y los pobres, rasgo que se convirtió en el sello distintivo de su vida espiritual y de servicio.
Su Misión en la Cárcel
Enriqueta fue asignada a trabajar en la prisión de San Vittore en Milán en 1923, un lugar que la marcó profundamente. Allí encontró su verdadera vocación: servir a los presos, muchos de ellos abandonados por la sociedad. No solo se encargaba de los aspectos prácticos como el cuidado de los enfermos y la distribución de alimentos, sino que se convirtió en una figura maternal y espiritual para ellos, ofreciendo consuelo y esperanza en medio de su sufrimiento.
Durante la Segunda Guerra Mundial, su labor en la prisión se hizo aún más crucial. A pesar de los riesgos, ayudó a prisioneros políticos y a judíos, brindándoles apoyo espiritual y material, incluso a costa de su propia seguridad. Fue arrestada por los nazis en 1944, pero fue liberada gracias a la intervención de un funcionario de la cárcel que reconoció su valentía y dedicación.
Una Espiritualidad de Servicio y Caridad
El perfil espiritual de la beata Enriqueta Alfieri se caracterizó por una profunda identificación con el sufrimiento de Cristo en los más vulnerables. Su vida estuvo enraizada en la oración constante y en una caridad activa que no conocía límites. Para Enriqueta, cada prisionero era un reflejo del Cristo sufriente, y su misión era llevarles el amor y la misericordia de Dios.
Enriqueta adoptó una visión de la caridad como una expresión concreta del amor divino. Siguiendo el carisma de Santa Juana Antida Thouret, fundadora de su congregación, entendió que la verdadera caridad no solo consistía en dar bienes materiales, sino en ofrecer un acompañamiento espiritual y humano que dignificara a cada persona, incluso a los más marginados por la sociedad.
Su Legado
La beata Enriqueta Alfieri murió el 23 de noviembre de 1951, dejando un legado imborrable. Su vida es un testimonio de la entrega total al servicio de los demás, especialmente de aquellos considerados los últimos. En 1996, el papa Juan Pablo II la proclamó beata, reconociendo su vida de santidad y su dedicación incansable a los más vulnerables. Hoy, su memoria es recordada como un ejemplo luminoso de la caridad cristiana en acción, y su figura sigue siendo una inspiración para quienes trabajan en favor de los marginados.
El legado de Enriqueta nos invita a reflexionar sobre cómo podemos, en nuestras propias vidas, estar al servicio de aquellos que más lo necesitan, y cómo, a través de la oración y el servicio, podemos encontrar a Cristo en los más desfavorecidos.
0 comentarios