Pasado y futuro del espíritu vicenciano (primera parte) #famvin2024

por | Oct 31, 2024 | Famvin 2024, Formación | 1 comentario

Reflexiones sobre los temas que se abordarán en el Encuentro de la Familia Vicenciana en Roma.
Cada semana te presentaremos una reflexión en torno a alguno de los temas relacionados con el encuentro de la Familia Vicenciana que tendrá lugar en Roma, del 14 al 17 de noviembre de 2024.

 

El texto «Pasado y futuro del espíritu vicenciano», escrito por el padre Jaime Corera C.M., fue presentado en la Semana de Estudios Vicencianos en Salamanca, en 1995. En este ensayo, Corera reflexiona sobre el legado de san Vicente de Paúl y las implicaciones futuras de su espiritualidad, abordando tanto su pasado como su evolución hacia el futuro. Desde el inicio, el autor reconoce los límites de su análisis, señalando que una comprensión exhaustiva del «espíritu vicenciano» es difícil de alcanzar, debido a la complejidad histórica y la dificultad inherente de prever el futuro con precisión. A lo largo del texto, Corera subraya la relevancia de ciertos momentos en la vida de san Vicente, particularmente las experiencias de Folleville y Châtillon en 1617, que marcan un punto de inflexión en la vida del santo, llevándolo a dedicarse de manera radical a la evangelización y servicio de los pobres.

El texto destaca cómo este cambio personal en san Vicente de Paúl fue acompañado por una evolución hacia la creación de instituciones estables, como la Congregación de la Misión y las Hijas de la Caridad, dedicadas a prolongar su misión. Además, Corera señala que la espiritualidad de san Vicente era profundamente cristocéntrica, centrada no solo en el Cristo glorificado, sino en el Cristo encarnado, que vivió entre los pobres y murió en la cruz. Esta espiritualidad implicaba una imitación radical de Cristo, enfocada en la acción concreta hacia los más marginados de la sociedad.

En cuanto al futuro del carisma vicenciano, Corera advierte que se necesitará una conversión constante hacia los pobres, no como una opción secundaria, sino como el centro mismo de la espiritualidad vicenciana. Propone que la adaptación a los tiempos modernos es crucial para que el espíritu vicenciano siga siendo relevante en un mundo en constante cambio.

Aunque han pasado prácticamente 30 años desde la redacción de este texto, y la comprensión de lo que es la Familia Vicenciana ha evolucionado significativamente desde entonces, creemos que la reflexión del P. Corera sigue siendo válida y relevante en los tiempos actuales.

Biografía de Jaime Corera Andía, C.M.

El padre Jaime Corera Andía, C.M. (1933-2022), fue un sacerdote español, miembro de la Congregación de la Misión, nacido el 24 de marzo de 1933 en Pamplona, Navarra y ordenado sacerdote el 29 de junio de 1957. Desde joven, mostró una vocación profunda hacia el servicio a los más necesitados, siguiendo el carisma de san Vicente de Paúl.

Corera fue un destacado académico, teólogo y pastor. Su vida estuvo marcada por su profundo compromiso con la reflexión teológica y espiritualidad vicenciana. A lo largo de su carrera, enseñó en diversas instituciones, siendo profesor en la Facultad de Teología de Salamanca y en la Facultad de Teología de Quito. Como formador de nuevas generaciones de vicencianos, contribuyó significativamente al estudio de san Vicente de Paúl y su carisma. Entre sus numerosas publicaciones, sobresalen sus trabajos sobre la espiritualidad vicenciana, en los cuales buscó conectar las enseñanzas de san Vicente con las necesidades contemporáneas.

A nivel pastoral, el padre Jaime Corera también ejerció como capellán en distintas comunidades y ocupó cargos relevantes dentro de la Congregación de la Misión. En todas sus facetas, se destacó por su dedicación al servicio, su humildad y su habilidad para comunicar las riquezas espirituales de san Vicente.

Corera falleció el 19 de abril de 2022, dejando un legado perdurable tanto en la reflexión teológica como en el compromiso vicenciano con los más pobres y marginados. Su vida y obra continúan inspirando a quienes buscan vivir el evangelio desde una perspectiva vicenciana, centrada en el amor a los pobres y en la acción misionera.

Esta primera parte relata el proceso de conversión de San Vicente de Paúl, quien, antes de 1617, no mostraba una dedicación plena hacia los pobres, a pesar de su contacto con instituciones de caridad. La transformación de Vicente ocurre a raíz de las experiencias en Folleville y Chatillon, donde adopta una misión de evangelización y servicio a los más marginados. A lo largo de su vida, su obra se amplía para abarcar diversas clases de pobres, desde campesinos hasta enfermos mentales y refugiados. Su enfoque cristocéntrico se centra en la humanidad de Cristo, y su visión eclesiológica rompe con la jerarquía clerical tradicional, dando lugar a una Iglesia más misionera y orientada hacia los pobres. La espiritualidad de San Vicente, al morir en 1660, se caracteriza por su dedicación comunitaria, la imitación de Cristo y una ruptura con las alianzas entre la Iglesia y el poder político.

Pasado y futuro del espíritu vicenciano

Para que mejor se comprenda la intención y los límites de este tra­bajo, señalaremos de entrada el tono algo pretencioso del título. Para empezar, no nos sentimos capacitados para conocer a fondo el pasado del así llamado «espíritu vicenciano», ni en su origen fundante (la ex­periencia de san Vicente), ni en su historia posterior hasta hoy; ni ca­pacitados tampoco para describirlo en su plena profundidad. En cuan­to al futuro, hace años que el estudio sociológico nos ha llevado a la persuasión de que, mientras el conocimiento del pasado es posible (aunque frágil y parcial, y además fuertemente condicionado por la perspectiva propia del estudioso), todo pronóstico de futuro está, en el terreno de la historia, muy cercano a la insensatez; es decir, que prác­ticamente carece de sentido. Declaremos paladinamente desde el co­mienzo mismo que la descripción del pasado del espíritu vicenciano que se va a intentar en este trabajo será de carácter fuertemente selec­tivo y muy sintético. Por lo que se refiere al futuro, no se va a inten­tar aquí pronóstico de ninguna clase; sólo se señalarán algunos temas que nos parecen imprescindibles para que el espíritu vicenciano tenga un futuro con sentido.

Una última palabra previa. El término «espíritu» o «espirituali­dad» aplicado a la personalidad de san Vicente y a su influencia en la historia posterior nos parece el caso de una etiqueta inventada para otras cosas y aplicada no muy adecuadamente a ésta. «Experiencia» de san Vicente, «experiencia cristiana» de san Vicente, o tal vez «visión cristiana» de san Vicente, serían, cualquiera de ellas, expre­siones más apropiadas para este caso. Usaremos una u otra indife­rentemente, sin excluir «espíritu» y «espiritualidad», a lo largo de es­te trabajo.

1. La experiencia original

Hay en la biografía de san Vicente anterior a sus 37 años (1617) al­gunos datos seguros que apuntan a un cierto interés personal por los pobres. Aparte de los datos de la infancia que nos da Abelly (1. 1, c. 2), señalaremos su conocimiento de la Cofradía del Hospital de la Caridad durante su segunda estancia en Roma (X, 574), sus visitas al Hospital de la Caridad de París (Abelly, 1. III, c. XI, sec. I), al que hi­zo una donación de 15.000 libras en 1611 (aunque parece por todos los indicios que Vicente no fue más que intermediario en la donación: (X, 25-27), su trabajo de catequesis ante los criados de la casa de los Gondi y entre los campesinos de sus tierras (X, 34 ss.).

Éstos son datos seguros, pero de ninguna manera atestiguan una personalidad de fe que estuviera volcada desde siempre, ya desde la infancia (como querría hacemos creer Abelly), hacia los pobres. Cualquier biografía de cualquier niño cristiano o de cualquier joven sacerdote decente, en cualquier época, nos podría proporcionar datos similares.

Aunque hay entre ellos diferencias de mayor o menor importancia en la descripción del proceso que llevó a Vicente de Paúl a convertir­se de sus maneras un poco atolondradas, y ciertamente egocentradas, de sus primeros años de sacerdocio, prácticamente todos los biógrafos de san Vicente y los estudiosos de su espiritualidad coinciden en dos puntos. Primero, en la fecha. El año 1617 marca, alrededor de las ex­periencias de Folleville y Chatillon, la fecha decisiva para un cambio radical de rumbo en su vida. Segundo, el cambio de rumbo desembo­ca en una dedicación plena de persona y de sacerdocio a la evangeli­zación de los pobres.

¿Quiénes eran esos pobres? Pobres campesinos, en primer lugar; galeotes poco después. Pero con el paso de los años, y en buena par­te por la influencia de las Hijas de la Caridad y de las Damas, pobres de todas clases: enfermos mentales, enfermos de los hospitales públi­cos, niños abandonados, esclavos, emigrantes interiores y exteriores, soldados mercenarios, artesanos y trabajadores envejecidos, sin traba­jo y sin pensión, mendigos, refugiados y víctimas de la guerra, pobla­ción católica y rural perseguida (Irlanda, Escocia, Islas Hébridas), na­tivos de Madagascar… Había otra gente pobre en la Francia de aquel tiempo, gente que no era rica en manera alguna, que ni siquiera pertenecía a lo que hoy clasificaríamos como clase inedia, ni alta ni baja (por ejemplo, los artesanos), gente que san Vicente nunca creyó fuera objeto de dedicación ni para así mismo ni para los hombres y mujeres inspirados por él. Por contraste, los así asistidos por san Vicente y por sus instituciones tenían un carácter común en su pobreza, carácter que hoy calificaríamos más bien como marginación, idea muy cercana a lo que santa Luisa quería decir con la expresión «los pobres desprovis­tos de todo».

La conversión de san Vicente de Paúl a la evangelización de los pobres fue, por supuesto, una experiencia de fe enteramente personal y como tal fue, por supuesto, una experiencia de fe enteramente per­sonal y como tal la vivió de 1618 a 1625 misionando con la ayuda de compañeros ocasionales las tierras de los Gondi. Pero pronto descu­brió, por sugerencia e influencia de la señora, que un trabajo de largo alcance en la evangelización de los pobres no podía ser llevado a ca­bo más que a través de organizaciones estables y bien constituidas. Este descubrimiento tomó cuerpo en la fundación de la Congregación de la Misión (1625-1626), de las Hijas de la Caridad (1633), de las Damas de la Caridad (1634), y en otros tipos de organizaciones me­nos estructuradas creadas para casos particulares y de duración limi­tada (Macon, organización de auxilios de guerra en la Lorena, Picardía, París).

Aunque no fue así al comienzo mismo, ni siquiera en los primeros años, la visión de Vicente de Paúl, que comenzó centrada en pequeñas aldeas cercanas a París y se fue extendiendo posteriormente por el rei­no de Francia, acabó por tener una perspectiva mundial. También en este aspecto la sugerencia o la influencia vino de otra parte (la Congregación de Propaganda Fide: (III, 143). San Vicente se creyó obligado a aceptarla, como fue el caso en todas sus obras, «por res­ponder a los designios de Dios» (ibid.). Y aunque uno de los motivos que le llevaron a enviar a sus gentes más allá de las fronteras de Europa era su temor de que Dios retirara la fe de Europa «por culpa de nuestras costumbres corrompidas» (III, 165-166), la nueva visión de alcance universal estaba en perfecta armonía con la intuición ori­ginal y central de su espiritualidad. En efecto, por aquel entonces las muchedumbres pobres estaban, igual que hoy, más bien fuera que dentro de la corrompida Europa.

La conversión de Vicente de Paúl afectó, por supuesto, a todos los aspectos psicológicos y emocionales de su personalidad. Pero afectó también, y muy profundamente, a su teología, a su relación con Dios retórica y práctica. Ya antes de su conversión a los pobres, Berulle se había encargado de desmontar el teocentrismo de su pie­dad juvenil y de sus estudios en Toulouse para orientarlo hacia una visión netamente cristiana cristocéntrica (se perdonará la redundan­cia, pero en este caso es útil). Es decir, su visión de fe pasa de ser una teología (todas las religiones la tienen) a ser una cristología (sólo la tiene la cristiana, y en eso precisamente se distingue de las demás religiones).

Pero en su caso su cristología es una visión centrada no en el Verbo encarnado glorificado a la derecha del Padre, como lo era en Berulle, sino en el Jesús de Nazaret, nacido de María, evangelizador de los campesinos de Galilea y muerto en la cruz. El Cristo resucita­do y glorificado es también para él, qué duda cabe, objeto de adora­ción amorosa y de fe. Pero para dedicarse a continuar la misión de Cristo sobre el modelo de Cristo no podía tomar como modelo más que al Dios hecho carne y hecho historia, el Cristo que se hace pre­sente en el mundo cuando se encarna, y que acaba su vida histórica en la cruz. Por ejemplo: «Para ser verdadera Hija de la Caridad hay que hacer lo que hizo el Hijo de Dios en la tierra (IX, 34). Y a los misio­neros: «Jamás ha habido una compañía que tuviese como fin el hacer lo que nuestro Señor ha venido a hacer al mundo» (XI, 323).

También su visión eclesiológica tuvo que sufrir fuertes revisiones ante las exigencias de su nueva vocación. El joven Vicente había asi­milado con fidelidad la eclesiología que había salido de Trento. Pero esta eclesiología se había centrado, en buena parte como reacción con­tra los protestantes, en los aspectos de la constitución interna de la Iglesia y descuidó su proyección misionera. Ahora bien, éste es el as­pecto decisivo para quien centra su propia experiencia de fe en la evangelización de poblaciones campesinas que, aunque bautizadas, están muy mal instruidas en su fe, y aún más para evangelizar a pa­ganos que ni siquiera han oído hablar de Cristo.

En los documentos dogmáticos de Trento se define la figura del sa­cerdote ante todo como hombre de culto, ministro de la eucaristía. Aunque los documentos de reforma de la vida del clero sí tuvieron en cuenta la dimensión pastoral del sacerdocio católico, en conjunto «salió del concilio una imagen del sacerdote como hombre de lo sagrado, aislado, más atento a relacionar a los hombres con Dios que a animar la vida común» de la Iglesia (L. Mezzadri, en Vincentiana, 1986, p. 325). 0 sea, una visión del sacerdocio netamente teocéntrica.

Y una visión de la Iglesia, visión que ha durado desde Trento has­ta el Vaticano II, netamente jerárquico-clerical, en la que los laicos son poco más que miembros pasivo-receptores de la gracia y de los sacra­mentos. Ahora bien, si imitar a Jesucristo y continuar su misión en la historia es «hacer lo que hizo el Hijo de Dios en la tierra» (dar de co­mer al hambriento, enseñar al que no sabe, curar al enfermo, expulsar «demonios»; en suma, evangelizar a los pobres de palabra y de obra), para llevar a cabo lo mejor de esa misión y de esa imitación basta la simple condición de bautizado. Dice san Vicente a las Hijas de la Caridad: «El que viese la vida de Jesucristo vería algo semejante en la vida de una Hija de la Caridad. ¿Qué es lo que él vino a hacer? Vino a enseñar, a iluminar. Eso es lo que vosotros hacéis» (IX, 534). En su­ma: para prolongar lo mejor de la misión de Cristo en la Historia no hace ninguna falta ser clérigo (aunque el serlo no tiene, por otra par­te, que ser un estorbo para la misma misión).

Ni tampoco hace ninguna falta ser religioso. Es más: san Vicente hubiera encontrado (encontró de hecho) dificultades insuperables en las estructuras religiosas de su tiempo para llevar a plenitud su ma­nera de vivir la fe, su espiritualidad. Todas sus instituciones son, sin excepción, seculares en cuanto contrapuestas a la institución religio­sa. Y casi todas ellas son seculares también en contraposición a la condición clerical. La única excepción en este segundo sentido es la Congregación de la Misión, pero sólo en parte, pues los hermanos no son clérigos. Pero también en los miembros clérigos de ella debía predominar el aspecto misionero (pues para la misión fueron crea­dos) sobre el aspecto clerical. Para ser clérigos en plenitud según la idea de Trento no hacía falta fundar la Congregación de la Misión. Ya había sido fundado para ello unos quince años antes el Oratorio de Berulle.

Pero no sólo en el plano de la teología supone la espiritualidad de san Vicente nuevas aperturas y perspectivas sobre lo diseñado en la eclesiología del concilio de Trento. También las supone en el terreno de la sociología y de la historia. Pues el conjunto de su actuación implica en varios puntos importantes una ruptura de la alianza entre el Trono y el Altar típica del Antiguo Régimen. Recuérdese, por ejem­plo, su actitud de rechazo de los beneficios eclesiásticos en relación a sus propios hombres, o bien la incomodidad tan aguda que sintió an­tes y durante su participación en el Consejo de Conciencia, la encar­nación más explícita de la dicha alianza. Para Vicente, como para su discípulo Bossuet, la Iglesia debe ser ante todo no la Iglesia de los re­yes y de los ricos, sino la Iglesia de los pobres.

En resumen: cuando moría san Vicente en 1660 dejaba a su poste­ridad una experiencia de fe, una espiritualidad, rica y novedosa, edifi­cada progresivamente a partir de las experiencias de Folleville y Chatillon, algunos de cuyos rasgos más salientes son los siguientes:

en el aspecto personal:

  • abandono de una visión egocentrada de la propia fe y de la pro­pia vida
  • conversión-dedicación a los pobres, con una clara tendencia a encontrar a éstos entre los marginados por la sociedad y por la Iglesia, en cualquier parte del mundo
  • trabajo por los pobres en instituciones organizadas en comuni­dades y en «equipos»
  • todo ello movido y orientado por el motivo radical de «responder a los designios de Dios y de imitar la vida terrena de Jesucristo».

en el aspecto teológico:

  • abandono de una visión teocéntrica en favor de una visión cristocéntrica y aun antropocéntrica (en conformidad con las pala­bras mismas de Cristo: «…a Mí me lo hicisteis»; cfr. también 1 Jn 4, 21: «Quien no ama a su hermano a quien ve…»).

en el aspecto eclesiológico:

  • de una visión de la Iglesia como sociedad-comunidad más o me­nos subsistente en sí misma, a una visión de la Iglesia como ne­tamente misionera y abierta al mundo
  • de una Iglesia en la que predomina el elemento clerical-religio­so a una Iglesia de carácter más secular y laico
  • de una Iglesia aliada con los poderes políticos y financieros de este mundo, a una Iglesia volcada toda ella hacia los pobres.

Jaime Corera C. M.
Fuente: Reavivemos el Espíritu Vicenciano: Semana de Estudios Vicencianos, XXII (CEME, Salamanca, 1995).

Preguntas para la reflexión personal o el diálogo en grupo:

  1. ¿Cómo podemos responder a los designios de Dios imitando a Cristo en el servicio a los necesitados, según el ejemplo de San Vicente?
  2. ¿Qué cambios podemos hacer en nuestras vidas para dejar atrás una visión egocéntrica de la fe y enfocarnos más en el servicio a los pobres?
  3. ¿De qué manera podemos involucrar a nuestra comunidad para que sea más activa y comprometida con las necesidades de los más vulnerables?
  4. ¿Cómo podemos asegurarnos de que nuestras obras de caridad no solo palien la pobreza, sino que trabajen por la justicia social?
  5. ¿Qué podemos aprender de la espiritualidad vicenciana para aplicar en los desafíos actuales que enfrentan los pobres y marginados?


Pincha en la siguiente imagen para acceder a toda la información sobre la Segunda Convocatoria de la Familia Vicenciana, del 14 al 17 de noviembre de 2024 en Roma, Italia:

1 comentario

  1. Ross

    En Filipinas celebrábamos el cumpleaños del Padre Jaime V. Corera Andía y el día de su santo (san Vito) el 15 de junio. Y nos decía él que nació en San Sebastián, Guipúzcoa.

    Responder

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