La sinodalidad en el Carisma Vicenciano (primera parte)

por | Oct 10, 2024 | Famvin 2024, Formación | 0 Comentarios

Reflexiones sobre los temas que se abordarán en el Encuentro de la Familia Vicenciana en Roma.
Cada semana te presentaremos una reflexión en torno a alguno de los temas relacionados con el encuentro de la Familia Vicenciana que tendrá lugar en Roma, del 14 al 17 de noviembre de 2024.

 

Este estudio es el Trabajo Fin de Máster del programa «Máster en Vicencianismo«, de sor María Isabel Vergara Arnedillo, actual Visitadora de la Provincia España-Este de las Hijas de la Caridad. Por su extensión publicaremos semanalmente en cuatro entradas.

  • Introducción: El texto introduce la sinodalidad como el camino que el Papa Francisco propone para la Iglesia, invitando a «caminar juntos» en comunión y participación. Reflexiona sobre cómo la sinodalidad debe ser la práctica habitual y cuestiona por qué esta forma no ha sido siempre predominante en la Iglesia.
  • Primera parte, La sinodalidad en la Iglesia: La sinodalidad es presentada como una dimensión esencial de la Iglesia, que implica caminar juntos en comunión y participación activa de todos los bautizados. Abarca actitudes, dinámicas relacionales y garantías jurídicas, promoviendo un modelo de Iglesia inclusiva que responde a los desafíos contemporáneos desde la unidad y diversidad.
  • Segunda parte, disponible a partir del 16 de octubre:  La dimensión sinodal en las tres primeras fundaciones vicencianas: San Vicente de Paúl y Santa Luisa de Marillac, aunque no usaron el término «sinodalidad», vivieron sus principios. En las Cofradías de la Caridad, la Congregación de la Misión y la Compañía de las Hijas de la Caridad, se destaca la comunión, participación y misión como fundamentos organizativos y espirituales, anticipando la visión del Concilio Vaticano II.
  • Tercera y última parte, disponible a partir del 23 de octubre:  Retos actuales en la Familia Vicenciana para vivir sinodalmente: La Familia Vicenciana enfrenta el reto de vivir en sinodalidad, centrando su misión en los pobres y promoviendo una participación activa e igualitaria. Debe superar estructuras clericales y potenciar espacios de formación, reflexión y acción compartida, respondiendo así al llamado del Espíritu a ser una Iglesia de comunión y cercanía.

Primera parte:
La sinodalidad en la Iglesia

Ser cristiano es vivir en Comunión con Dios, con todo lo creado y con todos los seres humanos. La Iglesia desde que el Espíritu Santo la fundó, quiso que esta fuera su manera de ser y vivir. Así ocurrió en sus orígenes, sin embargo, en la historia no siempre en la Iglesia se ha vivido en clave de comunión. En el siglo XX el Espíritu Santo, presente también en el Concilio Vaticano II, quiso que la Iglesia volviera a ser como Dios la quiere, Pueblo de Dios en marcha, caminando juntos como hermanos, iguales por el Bautismo con diversidad de dones, de ministerios o servicios, al servicio y en diálogo con la Humanidad. El Papa Francisco en el primer tercio del siglo XXI, ha querido retomar las orientaciones del CVII sobre la naturaleza de la Iglesia y ha querido ponerla en marcha hacia una nueva manera de vivir sinodal real y efectiva.

El mundo en el que vivimos, y que estamos llamados a amar y servir también en sus contradicciones, exige de la Iglesia el fortalecimiento de las sinergias en todos los ámbitos de su misión. Precisamente el camino de la sinodalidad es el camino que Dios espera de la Iglesia del tercer milenio.”[1] Así se expresaba el Papa Francisco en octubre de 2015 en el Discurso de la Conmemoración del 50 aniversario de la institución del Sínodo de los obispos. La sinodalidad forma parte de la esencia de la Iglesia desde los primeros siglos, San Juan Crisóstomo en el siglo IV decía así: “Iglesia y sínodo son sinónimos”

Proseguía Francisco en la misma fecha: “Lo que el Señor nos pide, en cierto sentido, ya está todo contenido en la palabra «Sínodo». Caminar juntos —laicos, pastores, Obispo de Roma— es un concepto fácil de expresar con palabras, pero no es tan fácil ponerlo en práctica.”[2]

Una Iglesia sinodal es una Iglesia de la escucha, con la conciencia de que escuchar «es más que oír». Una escucha reciproca en la cual cada uno tiene algo que decir y algo que aprender, pueblo fiel, colegio episcopal, Obispo de Roma: unos en escucha de los otros y todos en escucha del Espíritu Santo, el «Espíritu de verdad» (Jn 14,17), para conocer lo que él «dice a las Iglesias» (Ap 2,7).[3]

Esta manera de ser Iglesia que en su definición es clara, no siempre se ha vivido así.

Orígenes

La sinodalidad es una de las expresiones de la Eclesiología de la Comunión ya que el Sínodo es la reunión de fieles cristianos que caminan juntos y buscan renovar la vida de fe a la escucha del Espíritu Santo que interpela, cuestiona, invita a tomar decisiones, a renovar estructuras, a reforzar la unidad. La sinodalidad es un rasgo que ha acompañado la historia de la Iglesia aunque no siempre se le haya nombrado así.

La noción de “comunión” hay que enmarcarla en el horizonte de la historia de la salvación, proyecto de Dios de llevar a los hombres a la comunión con él, siendo el acontecimiento de la Encarnación de Jesús el momento culmen por el cual Dios introduce al hombre en la vida divina. Cristo da testimonio de que la salvación se realiza mediante la comunión.

Tras la pasión y muerte de Jesús, los Evangelios narran la efusión del Espíritu Santo sobre lo que ya se podía llamar la “comunidad cristiana”. Podemos señalar Pentecostés como el nacimiento de la Iglesia, así se ha interpretado a lo largo de su historia y en este sentido podemos hablar de su comienzo como una comunión que tiene en medio al Espíritu de Jesús Resucitado y que es visible a través del testimonio del grupo de los Apóstoles y de los que se les iban agregando como dice el libro de los Hechos de los Apóstoles, (Hc 2, 41-47).

Según Molina[4] para San Pablo, comunión (koinonía) adquiere su pleno sentido en la fórmula “comunión mediante participación”. La Eucaristía constituye a la Iglesia como comunidad, todos forman un solo cuerpo en la celebración del memorial de la muerte y resurrección de Jesús. Añade Molina: “En síntesis, el Nuevo Testamento entiende por comunión las dos relaciones constitutivas de la Iglesia: la relación vertical –comunión con Dios- a través de la aceptación de la revelación producida en Jesucristo y de la participación en el memorial eucarístico, y la relación horizontal –comunión de los creyentes entre si-, fruto de la primera y que, al mismo tiempo, es la posibilidad para la celebración de la Eucaristía.”[5]

En los años posteriores, los Padres de la Iglesia destacan tres medios para asegurar la comunión eclesial:

  • Comunión en la fe: siguiendo a Molina “La fe es, en definitiva, la realidad de comunión entre Dios y el ser humano, por lo que es comprensible que la fe sea la base de la comunión eclesial.[6] La proclamación de una misma fe es una condición para la comunión aunque no la asegura automáticamente, ni tampoco las diferencias de opinión sobre la misma elimina la comunión.
  • Comunión en los Sacramentos: sobre todo el Bautismo y la Eucaristía.
  • Comunión en la administración de la Caridad: la fe en un Dios amor supone la creación de una comunidad basada en el amor. El amor de Dios es la comunión de las tres divinas personas en las que se da la unidad en la diversidad y por lo tanto en esto se sustenta el ser de la Iglesia en su dialéctica unidad y diversidad.

La organización de la Iglesia como comunidad supuso ir atendiendo en cada momento las necesidades que fueron surgiendo sin perder nunca de vista su misión: el anuncio del Evangelio. De esta manera fueron surgiendo los carismas que los creyentes fueron recibiendo para el bien de toda la comunidad y los servicios (ministerios) que la comunidad institucionaliza para el bien de todos. Ambos se necesitan y se relacionan.

Concilio Vaticano II

Con el paso del tiempo y a partir de la Edad Media se fueron desarrollando más los aspectos externos de la comunión “mientras que la realidad misma (la comunión con Dios producida por el Espíritu Santo y la consideración de la Iglesia como comunión) se fue paulatinamente oscureciendo.[7]”  Se pasó de una eclesiología sacramental a otra más jurídica por la que la Iglesia se comprendía desde la jerarquía, medio más visible para conseguir su unidad. Y esto continuó así hasta el siglo XX.

El acontecimiento eclesial más importante en la Iglesia durante el siglo XX fue la celebración del Concilio Vaticano II. Supuso el mirar a la Iglesia de una manera renovada. La igualdad fundamental de todos los miembros de la Iglesia, el papel de todos los cristianos en la determinación de los temas de fe, la importancia del diálogo ecuménico y otros temas fueron recogidos en los documentos que emanaron de este Concilio, siendo los más destacados en cuanto a la eclesiología se refiere, Lumen Gentium y Gaudium et spes.

La “Communio”, aunque los documentos conciliares nunca usaron este término, no fue una de las ideas eclesiológicas directrices del Concilio Vaticano II, sino que fue la idea madre.

A partir de ahí fueron surgiendo nuevas formas de responsabilidad compartida en todos los niveles de la vida eclesial. Fue creciendo una conciencia profunda de que todos somos Iglesia. Algunos pensaron que el Concilio fue demasiado lejos, otros sin embargo opinaban que se quedó muy corto. Decía Kásper: “El futuro de la Iglesia solo tiene un camino: el que esbozó el Concilio Vaticano II pues fue el camino mostrado por el Espíritu Santo[8].

La Communio no designa la estructura de la Iglesia sino que se refiere al auténtico asunto del que viene la Iglesia y para el que ella vive. Designa no su estructura sino su naturaleza. El Aggionarmiento del Concilio consistió en colocar en el primer plano el misterio de la Iglesia captable sólo por la fe, en lugar de mantener la concentración en la forma visible y jerárquica predominante en los últimos siglos.

La Sinodalidad en la vida y misión de la Iglesia.

Con un significado específico, desde los primeros siglos se designan con la palabra “sínodo” las asambleas eclesiásticas convocadas en diversos niveles (diocesano, provincial o regional, patriarcal, universal) para discernir, a la luz de la Palabra de Dios y escuchando al Espíritu Santo, las cuestiones doctrinales, litúrgicas, canónicas y pastorales que se van presentando periódicamente”.[9]

En la Iglesia actual se habla de la sinodalidad como dimensión constitutiva de la Iglesia. Dentro de la eclesiología de Pueblo de Dios se considera que todos los bautizados tienen una común dignidad y misión “en el ejercicio de la multiforme y ordenada riqueza de sus carismas, de su vocación, de sus ministerios[10] La sinodalidad indica la específica forma de vivir y obrar de la Iglesia que manifiesta y realiza en concreto su ser comunión en el caminar juntos, en el reunirse en asamblea y en la participación activa de todos en su misión evangelizadora.

Ya en el año 2000, San Juan Pablo II con ocasión del jubileo decía refiriéndose a la Iglesia tras las enseñanzas del CVII: “Se ha hecho mucho pero queda ciertamente aún mucho por hacer para expresar de la mejor manera las potencialidades de estos instrumentos de la comunión… (y) responder con prontitud y eficacia a los problemas que la Iglesia tiene que afrontar en los cambios tan rápidos de nuestro tiempo.”[11]

El Papa Francisco, basándose en la constitución dogmática “Lumen Gentium” destaca la sinodalidad, sobre la base de la doctrina del “sensus fidei fidelium”, en la que todos los miembros de la Iglesia son sujetos activos de la evangelización. La sinodalidad es indispensable para el nuevo impulso misionero que el Papa quiere que involucre a todo el Pueblo de Dios.

La dimensión sinodal de la Iglesia expresa el carácter de sujeto activo de todos los Bautizados y al mismo tiempo el rol específico del ministerio episcopal en comunión colegial y jerárquica con el Obispo de Roma.

Como dice Carlos Schickendantz[12]  se trata de promover una sinodalidad efectiva en todos los niveles de la vida de la Iglesia (diocesano, regional, universal), de involucrar a todas las personas y encontrar su traducción adecuada en todas y cada una de las instituciones. “La sinodalidad implica actitudes adecuadas, especiales formas de proceder, determinadas dinámicas relacionales, precisas garantías jurídicas.” Y continúa afirmando que si es verdad que la sinodalidad requiere una conversión personal —moral, pastoral y teológica— de los creyentes, también es verdad (y cita a S. Noceti) que «solo una transformación en el plano de la figura colectiva puede sostener adecuadamente un cambio en la autoconciencia«.

Este autor expone la necesidad de que en la Iglesia para que se dé una efectiva reforma sinodal tienen que producirse algunos cambios que, aunque el Concilio Vaticano II ya los había propuesto aún no se han llevado a cabo. Habla de revisar la doctrina del Sensus Fidei según la expresa la Lumen Gentium, la renovación en la concepción teológico-pastoral de la figura del ministerio episcopal, la reformulación del ministerio presbiteral, el traducir en la práctica eclesial a todos los niveles la teología del laicado, incluida su corresponsabilidad en el discernimiento y su cooperación en el gobierno de las comunidades eclesiales, así como el justo y adecuado reconocimiento de las mujeres en la vida de la Iglesia, la reforma de la curia, etc…

El Papa Francisco ha iniciado muchos de estos cambios, pero es necesario que todos los cristianos pertenecientes a la Iglesia católica asuman personalmente y sean corresponsables de esta nueva manera de vivir y ser Iglesia.

Sínodo sobre la Sinodalidad

El sábado 9 de octubre de 2021 se inició en la ciudad de Roma el Sínodo sobre la Sinodalidad. En el discurso de apertura ya mencionado más arriba decía así: “Estoy seguro de que el Espíritu nos guiará y nos dará la gracia de avanzar juntos, de escucharnos unos a otros y de embarcarnos en un discernimiento de los tiempos en que vivimos, en solidaridad con las luchas y aspiraciones de toda la humanidad. Quiero decir de nuevo que el Sínodo no es un parlamento o una encuesta de opinión; el Sínodo es un acontecimiento eclesial y su protagonista es el Espíritu Santo. Si el Espíritu no está presente, no habrá Sínodo.”[13]

Francisco quiso destacar que este sínodo tiene tres palabras:

  • Comunión: expresa la naturaleza misma de la Iglesia.
  • Misión: “la recibida de anunciar y establecer entre todos los pueblos el reino de Cristo y de Dios, y es, en la tierra, la semilla y el principio de este reino”[14]
  • Participación: las palabras anteriores dice Francisco, “pueden correr el riesgo de permanecer un poco abstractas, si no cultivamos una praxis eclesial que exprese la concreción de la sinodalidad en cada paso de nuestro camino y actividad, favoreciendo el compromiso real de todos y cada uno.”[15] Y continúa: “Esto no es una cuestión de forma, sino de fe. La participación es un requisito de la fe recibida en el bautismo.”[16]

El Papa hace una llamada clara a la participación de todos los bautizados, ya que en la Iglesia hay muchos miembros que todavía sienten frustración e impaciencia al permanecer al margen de la participación. Alerta del posible “elitismo” del orden presbiteral que le separa de los laicos y de la actitud del “siempre se ha hecho así y es mejor no cambiar”.

El sínodo sobre la sinodalidad es un proceso de discernimiento espiritual para cooperar con la obra de Dios, teniendo en cuenta los tiempos que vivimos. Un tiempo de gracia, momento de encuentro, escucha y reflexión.

Francisco ve este sínodo como un momento de oportunidades: la de moverse estructuralmente hacia una Iglesia sinodal, la de convertirnos en una Iglesia de escucha, escucha al Espíritu, a nuestros hermanos y hermanas y la de convertirnos en una Iglesia de cercanía.

Sor Mª Isabel Vergara Arnedillo, H.C.

Notas:

[1] Papa Francisco, Discurso en la CONMEMORACIÓN DEL 50 ANIVERSARIO DE LA INSTITUCIÓN DEL SÍNODO DE LOS OBISPOS. (17 de octubre de 2015)

[2] Ibidem

[3] Ibidem

[4] MOLINA DIEGO M., Comunión, 31

[5] Ibidem

[6] Ibidem, 38

[7] MOLINA DIEGO M., Comunión, 41

[8] KASPER, Iglesia como Communio, 379

[9]COMISIÓN TEOLÓGICA INTERNACIONAL. LA SINODALIDAD EN LA VIDA Y EN LA MISIÓN DE LA IGLESIA. 2 de marzo de 2018. nº 4

[10] Ibidem, 6

[11] San Juan Pablo II, Carta Apostólica Novo millennio ineunte, 44

[12] C. SCHICKENDANTZ, “La reforma de la Iglesia en clave sinodal. Una agenda compleja y articulada”

[13] PAPA FRANCISCO, Discurso de apertura del Sínodo. 9 de octubre de 2021

[14] LUMEN GENTIUM, 5

[15] PAPA FRANCISCO, Discurso de apertura del Sínodo. 9 de octubre de 2021

[16] Ibidem

 

Ficha de trabajo del capítulo 1

Resumen del capítulo:

Este capítulo aborda la sinodalidad como un rasgo fundamental de la Iglesia, desde su origen hasta el presente, destacando su naturaleza de comunión entre los creyentes y su relación con el Espíritu Santo. La sinodalidad implica caminar juntos, uniendo a todos los miembros de la Iglesia, laicos y jerarquía, en un proceso de escucha mutua y discernimiento. El texto subraya que esta práctica ha estado presente a lo largo de la historia de la Iglesia, aunque no siempre se ha vivido de manera plena. El Concilio Vaticano II revitalizó esta idea al proponer una Iglesia como Pueblo de Dios, con igualdad de dignidad entre todos sus miembros. El Papa Francisco ha retomado esta visión, impulsando una nueva fase de sinodalidad efectiva como camino para el futuro de la Iglesia, destacando la comunión, la misión y la participación activa de todos los bautizados. Se resalta la necesidad de un cambio estructural y de actitud para llevar a cabo una verdadera reforma eclesial sinodal.

Reflexión para seguidores del Carisma Vicenciano:

La sinodalidad, como describe el texto, es un llamado a una mayor comunión, participación y misión en la vida de la Iglesia, valores profundamente conectados con el carisma de san Vicente de Paúl. San Vicente enseñó la importancia de escuchar a los pobres, caminar con ellos y aprender de sus necesidades, valores que están en sintonía con la sinodalidad que promueve el Papa Francisco. Para los seguidores vicencianos, esta práctica puede traducirse en una actitud pastoral que involucre a todos en la misión, no solo a nivel parroquial, sino también en sus obras de caridad y justicia. La sinodalidad vicenciana debe promover la inclusión de los laicos, especialmente los más vulnerables, en los procesos de toma de decisiones y discernimiento, animando a un servicio compartido y corresponsable. Además, la sinodalidad ofrece un modelo para renovar las estructuras de las organizaciones vicencianas, fomentando una escucha más profunda, una mayor apertura a la diversidad de dones y carismas, y un compromiso renovado con la justicia social y el cuidado de los excluidos.

Preguntas para la reflexión en grupo:

  1. ¿De qué manera podemos promover una mayor participación y escucha dentro de nuestras comunidades y obras vicencianas?
  2. ¿Cómo podemos vivir la sinodalidad en nuestra misión de servicio a los pobres, aprendiendo de ellos y caminando a su lado?
  3. ¿Qué estructuras dentro de nuestra comunidad o grupo necesitan ser revisadas para permitir una mayor inclusión y corresponsabilidad?
  4. ¿Cómo podemos fomentar una cultura de discernimiento y comunión, siguiendo el ejemplo de San Vicente de Paúl, que promueva la sinodalidad en el servicio y la misión de la Iglesia?
  5. ¿De qué manera el llamado a la sinodalidad del Papa Francisco puede inspirar nuestra misión como vicencianos en el mundo de hoy?

 

 


Pincha en la siguiente imagen para acceder a toda la información sobre la Segunda Convocatoria de la Familia Vicenciana, del 14 al 17 de noviembre de 2024 en Roma, Italia:

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