Cristo, palabra sabia y tajante de Dios, vale más que el oro y la plata. Juzga él los deseos e intenciones del corazón. Sirve él también para advertir a los ricos y autosuficientes del riesgo que corren.
Uno que, al parecer, tiene una necesidad urgente, se pone de rodillas ante Jesús y le pregunta: «Maestro bueno, ¿qué haré para heredar la vida eterna?». La primera cosa que hace Jesús para contestarle es advertir que no hay nadie bueno más que Dios.
Pues pueda ser que el que pregunta con respeto y sinceridad quiera buscar no más las mejores respuestas. Jesús, por lo tanto, le quiere advertir que él es más que un maestro cualquiera. Es que lo que dice él siempre se refiere a Dios, como fue el caso en cuanto al asunto del divorcio. Los fariseos lo pusieron a prueba para saber si él era del lado de Hillel o de Shamai.
Se le remite, pues, al que pregunta a los mandatos de Dios. No a todos, sino solo a los que tienen que ver con el amor al prójimo. Y dice el que pregunta que todos los ha cumplido desde pequeño.
Jesús luego le queda mirando con tanto cariño que lo llama a ser discípulo. Quiere el primero dar al último lo que le falta: vender lo que él tiene, dárselo a los pobres y seguir luego al Maestro. Y si se hace discípulo, tendrá, aun pobre en la tierra, un tesoro en el cielo.
Pero este llamar por parte de Jesús le resulta demasiado duro al llamado que es muy rico. Este, por lo tanto, se va triste; su riqueza se apodera de él y lo detiene. Y Jesús mira alrededor. Al momento, se sirve de palabras fuertes y severas para advertir a sus discípulos de los riesgos que supone la riqueza.
Advertir a los ricos y autosuficientes
No, seguir a Jesús no puede sino querer decir vender lo que se tiene y dárselo a los pobres. Es decir, seguir a Jesús es ponerle por encima de la riqueza y de otras cosas. Todos los de Cristo nos hemos de librar de todo lo que nos lleve a presumir de nuestra justicia. De nuestra suficiencia, de nuestros logros y méritos, de nuestras obras. Después de todo, podemos pasar por el ojo de una aguja por la gracia de Dios no más. A él, pues, le damos gracias.
Sí, nos hemos de vaciar de nosotros mismos para revestirnos de Jesucristo (SV.ES XI:236). Así pues, los tristes estaremos alegres, los pobres haremos ricos a los demás, y los que no tenemos todo lo tendremos. Y, cierto, vivir para siempre quiere decir vivir y morir en el servicio de los pobres, renunciar a la riqueza y a todo para ir con Jesús (SV.ES III:359). Tal renunciar supone también recibir cien veces más en la tierra. Mas aún así, él no nos deja de advertir de las persecuciones.
Señor Jesús, haz que te escuchemos al advertir tú a los ricos de toda clase. A los que compartimos un solo pan y una sola copa danos igualdad y comunión. Así, a los que recogen mucho no les sobrará y a los que recogen poco no les faltará. Déjanos captar que, si bien no dejará de haber pobres en la tierra, estos, de forma efectiva, no serán pobres, pues los que tienen compartirán los bienes que quiere Dios para todos con los que no tienen.
13 Octubre 2024
28º Domingo de T.O. (B)
Sab 7, 7-11; Heb 4, 12-13; Mc 10, 17-30
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