Jesús es el verdadero pan del cielo que nos da el Padre. Comer de este pan quiere decir cobrar fuerza y vivir para siempre.
Los israelitas murmuraban a cada momento contra Moisés (Éx 15, 24; 16, 2; 17, 3). Esos murmuradores, por lo visto, no tenían fe en Dios ni confiaban en su salvación. Quizá ni se les ocurría que él le podría dar pan del cielo.
Murmuran también los dirigentes religiosos de los judíos. Lo que precipita tal manifestación de falta de fe es este dicho de Jesús: «Yo soy el pan bajado del cielo». Dicen ellos que él no puede ser el pan del cielo. Pues, al igual que ellos, él es de acá, de la tierra. De hecho, lo conocen como el hijo de José; conocen a su madre. No entienden, pues, cómo se atreve él a decir que ha bajado del cielo.
Para responder, les dice Jesús que dejen ellos de manifestar tal falta de fe. Les dice también que para que crean en él, el Padre los habrá de atraer primero. En otras palabras, por gracia no más se puede tener fe en el Enviado del Padre. Es el Padre el que les enseña, pero por medio del que viene de Dios. Después de todo, solo el que viene de Dios, el Verbo hecho carne, lo ha visto. Solo él, por lo tanto, puede dar a conocer al Padre. Y por gracia, la que ha llegado por medio de Jesucristo, se hacen justos los humanos. No por la ley, la que se ha dado por medio de Moisés.
Jesús, el verdadero pan del cielo
Sí, nos toca a todos ser discípulos de Dios; hemos de escuchar al Padre y aprender de él. Mas para que esto se nos lleve a cabo, hay que acudir a Jesús. Y se nos pide a los que acudimos a él que demos del lado a nuestras pretensiones de conocerle bien. De conocer incluso su origen.
No nos hemos de presentar ante él erguidos, presumiendo de nuestro conocimiento y nuestra observancia de la ley. Teniendo en poco a los que tomamos por pecadores. Más bien, nos quedaremos atrás y humildes admitiremos que somos pecadores débiles, y pediremos perdón.
Y nos reuniremos en torno a él cual los pequeños desvalidos. Entonces, el Padre nos revelará las cosas que esconde a los sabios y entendidos. Al escuchar a Jesús y al aprender de él, recibiremos sus palabras, sí. Pero también su ser entero, carne, sangre y todo.
Al recibirle, nos asemejaremos a él, además; terminaremos como él. Por lo tanto, de nosotros también serán sus dos grandes virtudes: la religión para con el Padre y la caridad para con los humanos (SV.ES VI:370). Y al guardar la verdadera religión de los pobres (SV.ES XI:120), captaremos que los bienes son de todos. Por lo tanto, no seremos como el rico necio que acapara bienes ni como el hombre rico que no atiende a nadie.
Y si, comprensivos, perdonándonos los unos a los otros, vivimos en comunión con Cristo y con los demás, cobraremos fuerza. También lograremos saborear acá en la tierra lo que quiere decir vivir para siempre allá el cielo.
Señor Jesús, pan del cielo, haz que te busquemos siempre los que tenemos hambre, hasta que se sacie en el cielo todo anhelo.
11 Agosto 2024
19º Domingo de T.O. (B)
1 Re 19, 4-8; Ef 4, 30 – 5, 2; Jn 6, 41-51
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