“Todo primogénito varón será consagrado al Señor”
Mal 3, 1-4; Sal 23; Lc 2, 22-40.
María y José cumplen con la prescripción judía de presentar a su primer hijo al Templo para consagrarlo a Dios e incorporarlo oficialmente al Pueblo de la Alianza, el Pueblo de las Promesas. Resulta que Jesús era el complimiento de aquellas promesas, la manifestación definitiva del Dios de Israel. Establecería la nueva y definitiva Alianza.
Es sorprendente cómo dos ancianos, Simeón y Ana, “guiados por el Espíritu Santo”, reconocen que en aquel frágil niño se están iniciando los tiempos nuevos y definitivos de la salvación prometida desde antiguo.
¿Quién dijo que las personas mayores no pueden entender y aceptar la novedad del Evangelio para ellos y para el mundo?
Lo importante es que la fe y la esperanza no envejezcan y que el corazón se mantenga siempre joven para saltar de gozo y de entusiasmo ante la propuesta de Jesús para el mundo, propuesta de fraternidad, solidaridad, justicia y paz. Cuando dejamos de esperar un mundo mejor, comenzamos a morir. Porque dejamos de amar, de luchar, de comprometernos.
¡No envejezcas! ¡Mantén el corazón y la mirada jóvenes, abiertos a la sorpresa de Dios!
Fuente: «Evangelio y Vida», comentarios a los evangelios. México.
Autor: Silviano Calderón, CM
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