Introducción

No pretendo hacer alardes de erudición, que no la tengo, ni hacer un estudio en profundidad de lo que es constitutivo de nuestra impronta en la Iglesia, que no soy la persona indicada, otros hay que lo harán mucho mejor que yo. Simple y llanamente intento presentar, de una manera sencilla, comprensible para todo el mundo, la razón de nuestro ser y actuar en la iglesia, en el hoy y aquí del tiempo, inspirados por esta fuerza envolvente del espíritu de nuestros fundadores… Me daré por satisfecho, y bien pagado, si consigo, al menos, reavivar la llama que alumbró nuestros primeros impulsos en el camino evangélico de servicio irrenunciable a los más débiles e indigentes de nuestra sociedad. Si, a la vez, soy chispa de inspiración para otros hermanos y hermanas, que, a lo largo de este año, tienen que presentar a otros seguidores su carisma o razón de su opción preferencial por los pobres, me sentiré, con ellos, millonario…

El sentido del carisma. Primeros buceos de Vicente

El carisma, palabra que viene del griego, puede entenderse, en términos generales, como la capacidad de ciertas personas de motivar y suscitar la admiración de sus seguidores, gracias a una cualidad de “magnetismo personal”.

En sentido religioso se denomina carisma a un don especial dado por el Espíritu Santo a un creyente para edificar espiritualmente a una comunidad. Según los teólogos católicos, Los carismas son concedidos para ser útiles a la Comunidad.

Partiendo de esta idea central podemos decir que el carisma vicenciano, heredero de S. Vicente de Paúl, es la intuición o visión profética de San Vicente de haber sabido captar los problemas acuciantes de su tiempo, en el contexto sociológico, cultural y religioso de su época y haber dado respuesta evangélica a esa problemática.

Los problemas de la sociedad francesa en tiempo de San Vicente son de extrema gravedad: se desangra en guerras interminables, dentro y fuera de sus fronteras; guerras intestinas entre los nobles y la autoridad real; Guerra de los Treinta Años; impuestos excesivos que empobrecen de manera extenuante, sobre todo, a las clases sociales más bajas; ignorancia extrema en el pueblo sencillo, incluso en el clero; conflictos religiosos de la reforma protestante etc.

Poco a poco, Dios va conduciendo a Vicente de Paúl, desde su infancia, a tomar conciencia de la realidad de su tiempo. Nace en una familia campesina, de seis vástagos, cuatro varones y dos mujeres, en el sur de Francia, Las Landas, cerca de Dax. Desempeña los servicios más humildes: pastorea el ganado, cuida cerdos, sufre penurias y los rigores de las estaciones. Pero nunca renegará de sus orígenes… Desde su más tierna infancia, muestra una sensibilidad especial hacia los pobres: siendo aún niño, un día da todos sus ahorros a un pobre.

Inteligente y soñador, busca en el sacerdocio la solución a su futuro y al de su familia. Ansioso por alcanzar la meta de ordenarse sacerdote, falsifica incluso la fecha de su nacimiento, para poder ordenarse varios años antes de la edad requerida…

Pero Dios le sale al paso en el encuentro frontal con los pobres. Fue primero en Chatillon-les-Dombes, cerca de París, donde le hablan de una familia en extrema pobreza. Organiza una campaña de ayuda a esa familia que desemboca en la primera cofradía de Caridad de los tiempos modernos… Este acontecimiento, que cambió el rumbo de su vida, tiene lugar en 1617. Desde ese momento, emprende un camino ascendente en la búsqueda de Dios, al que encuentra en el servicio, cada día más exigente, a los pobres…

El secreto que pone en marcha la fuerza creativa de Vicente.

“No adelantarse a la Providencia”; “Imitar su aparente inactividad, pero siempre en tensión, atentos siempre a sus signos y exigencias”; “Despacio, pero sin pausa”: he aquí las líneas motrices de la acción vicenciana. Nadie diría que con tales principios se pudiese llegar tan lejos: apenas hay llaga o problema social en su tiempo al que no llegara el celo incansable de Vicente de Paúl, fielmente secundado por Luisa de Marillac y las nacientes compañías de PP. Paúles e Hijas de la Caridad. Todas las grandes fundaciones vicencianas nacen así, espontáneamente, sin haber pensado en ellas, como algo exigido por la necesidad del momento. Vicente atribuirá sin dudar todas sus obras al impulso de la Providencia.

Las grandes Fundaciones de S. Vicente.

1.- Cofradías de la Caridad.

Aquel hecho casual de Chatillon, que provoca una procesión continua de personas de buena voluntad que llevan su ayuda a aquella familia, que se muere materialmente de hambre, enciende la sensibilidad creativa de Vicente: se da cuenta de que no basta con ayudar al pobre, sino que hay que hacerlo de una manera organizada. “Servicio al pobre, pero bien organizado”, esa es la máxima que sigue, desde un principio, la gran corriente vicenciana de Caridad: no basta con ayudar al necesitado, hay que hacerlo con orden y sistemáticamente, de modo que quede asegurada la continuidad. Vicente mismo se cuidará de dotar de reglamentos adecuados esta institución. La precisión y minuciosidad de estos reglamentos sorprende incluso a nuestra sociedad supertecnificada y estructurada.

En 1833, Federico Ozanam, inspirado en esta obra, más que en ninguna otra de la gran corriente Vicenciana de Caridad, funda las conferencias de S. Vicente de Paúl, que constituyen hoy día una de las más extensas redes de caridad seglar de la iglesia…

2.- Damas de la Caridad

Esta institución nace paralela con las Cofradías de la Caridad. Los miembros integrantes de esta Asociación, provenientes todos ellos de la alta sociedad, serán las encargadas no solo de aportar sus bienes personales, sino también y principalmente de tomar parte activa en la organización y estructuración del servicio eficiente y coordinado al pobre, en aquellos sectores o aspectos en que la sociedad los necesita más apremiantemente.

Mitad por esnobismo o coquetería espiritual femenina, mitad por emulación salpicada simultáneamente de celotipia, curiosidad, vanidad y sentido cristiano de la vida, lo cierto es que la nueva modalidad de emplear el tiempo en el servicio de los más necesitados provoca una verdadera avalancha de nobles Damas deseosas de distinguirse en su solicitud por los estratos más postergados de la sociedad… Gran parte del éxito se debe al carisma personal de Vicente, que sabe aprovechar al máximo todos los resortes de sensibilidad femenina, para ganarse lo más selecto de la sociedad femenina francesa, para la causa de Cristo en el servicio de los pobres.

Les reprochará, a veces, su vanidad y superficialidad; otras, provocará su amor propio, estimulándolas a la emulación de las mejores; otras, finalmente, apelará a su instinto maternal: “Vosotras sois sus madres según la gracia”, les dirá hablando de los niños expósitos: “Morirán si vosotras les abandonáis…”

Poco a poco, las Damas de la Caridad estarán en la base de las grandes empresas vicencianas: galeotes, cautivos, niños abandonados, socorro a las provincias devastadas, Misiones etc… Y este enorme caudal de amor de las Damas de la Caridad continúa todavía hoy con el nombre de Asociación Internacional de Caridad (AIC). En la actualidad, esta Institución Internacional de Caridad es otra de las Instituciones seglares de Cariad más extensas del mundo…

3.- Las Hijas de la Caridad

Constituyen, sin duda, la obra maestra de Vicente de Paúl. Su sola presencia, como institución dentro de la Iglesia, supone una verdadera revolución, algo que socaba los cimientos mismos de la concepción de la vida religiosa femenina, e incluso del papel de la mujer en la iglesia, de entonces, y aún de ahora, aunque en menor medida.

Heredera de una ancestral tradición, que todavía hoy no ha sabido adaptar del todo a los nuevos tiempos, la institución eclesial ha reducido a la mujer, durante siglos a un papel secundario, a actuar entre bastidores. Durante siglos, el claustro era el único camino válido para aquellas que decidieran servir a Dios en cuerpo y alma.

Otros habían intentado, antes que Vicente, romper este cerco, cada vez más angustioso, pero sus esfuerzos había resultado vanos. Vicente, en cambio, tras un forcejeo tenaz, llevará a cabo, con éxito, la empresa: a partir de él, la contemplación y el claustro dejarán de ser el único camino que se ofrecerá a la mujer para consagrarse a Dios. La Hija de la Caridad encontrará a Dios en el pobre y le buscará allí donde el pobre se encuentre. El texto que citamos a continuación, en el que Vicente describe una especie de Ideario de la Hija de la Caridad, es revelador en su simplicidad, y supone, a la vez, el comienzo de una nueva etapa en la historia de la vida religiosa femenina: “Tendrán por monasterio las casas de los enfermos y aquella en que está la superiora. Por celda, un cuarto de renta. Por capilla, la iglesia parroquial. Por claustro, las calles de la ciudad. Por clausura, la obediencia. Por verja, el temor de Dios. Por velo, la santa modestia. Por profesión, la confianza continua en la Providencia, el ofrecimiento de todo lo que son.” (Coste, X, 661)

El sentido eminentemente práctico hizo comprender pronto a Vicente que el servicio directo a los pobres no podía llevarse a cabo por Damas de la alta sociedad, sino por personas sencillas y humildes, más cercanas a la condición de los pobres…

4.- La “Congregación de la Misión” o Misioneros Paúles.

Es la otra obra maestra de Vicente. También la “Pequeña Compañía”, como Vicente gustaba llamar a su naciente congregación masculina, supone el descubrimiento de una nueva dimensión en la vida religiosa masculina: sus sacerdotes no habían de pertenecer a las órdenes religiosas, sino al clero secular, a la “religión de San Pedro”, según sus propias palabras. También ellos eran pieza fundamental de esta enorme máquina al servicio del pobre: las ciudades estaban saturadas de sacerdotes vulgares que buscaban salir de su precaria situación económica, mientas el pobre pueblo del campo estaba abandonado a su suerte, hambriento de Paz y de cultura. Los sacerdotes de la Misión habían de entregarse principalmente a la evangelización del pobre pueblo. Y en la lógica contundente de Vicente, la evangelización del pueblo, exigía la formación de buenos y celosos sacerdotes. Es lo que le llevará de la mano a impulsar la reforma de los seminarios y a elevar la formación de los sacerdotes. Los ejercicios espirituales a Ordenandos, las conferencias de los martes. el impulso de los seminarios según las disposiciones del reciente Concilio de Trento… serán la fruta madura de esta preocupación vicenciana.

Queda por reseñar todavía otra gran inquietud de Vicente: la desaparición de la fe en Europa, envuelta en querellas bélicas y religiosas, y ofuscada por la proliferación de nuevas doctrinas. Atento siempre a los signos de la Providencia, Vicente vio en esta lamentable realidad la señal para lanzarse a la evangelización de otras tierras que recogerían, con el tiempo, la herencia cristiana de Occidente.

A esta inquietud misionera y evangelizadora dedicó Vicente los últimos esfuerzos de su vida y sacrificó lo mejor de sus misioneros.

Vicente y Luisa de Marillac: comunión e interacción.

Se ha dicho que al lado de todo gran santo hay una gran santa. Vicente y Luisa de Marillac confirman esta regla. Sus vidas constituyen una de las más perfectas simbiosis espirituales que han existido en la Iglesia. Si podemos afirmar que Luisa de Marillac no hubiera sido lo que es en la Iglesia de Dios sin haber encontrado en su camino a Vicente de Paúl, también podemos afirmar, salvadas las distancias, que la estrella de Vicente no hubiera llegado a brillar con tanta luz en la constelación de los santos, sin la figura de Luisa de Marillac. Quizá no se ha estudiado todavía a fondo la influencia que Luisa de Marillac tuvo en la trayectoria de Vicente de Paúl. Pero tenemos elementos suficientes para afirmar que la influencia fue mutua y enriquecedora por ambas partes…

Luisa de Marillac, curada por la mano experta de Vicente de sus ansiedades y zozobras interiores, está lejos de ser un simple brazo ejecutor de la concepción Vicenciana de la Caridad… Es verdadera cofundadora de la obra maestra de Vicente, las Hijas de la Caridad. Ella aportará a la naciente Compañía la impronta y el sello femenino. Su intuición curará incluso los pequeños brotes de idealismo e ingenuidad de Vicente, envueltos en el manto de su humildad, que le impedirán ver los riesgos que para la unidad de la Compañía suponía dejar en manos de los obispos locales la autoridad y la dirección de las Hijas dela Caridad. La perspicacia y tenacidad de Luisa salvarán el escollo, al conseguir que fuesen los sucesores de Vicente de Paúl los que siguiesen y orientasen espiritualmente a la Compañia de las Hijas de la Caridad.

Luisa de Marillac, por otra parte, será el puente que una las dos orillas de la corriente de Caridad que tienen su fuente en Vicente: las Damas de la Caridad, que proceden de la alta clase social, y las Hijas de la Caridad, humildes aldeanas en su gran mayoría. Luisa de Marillac, Dama e Hija de la Caridad, reconciliará en sí misma dos mundos antagónicos, irreconciliables: la burguesía frívola y el sufrido pueblo, ensamblándolos en un mismo proyecto por la fuerza del amor, el servicio a los más humildes. Gracias a ella pudo Vicente realizar una de las más bellas síntesis en la historia de las relaciones humanas: la unión de la clase dominante y de la clase dominada, en un proyecto común de amor, en la búsqueda de la justicia, la dignidad de la persona y la fraternidad universal; y esto sin agresividades, sin luchas de clases, sin clasismos ni revanchismos. También en este sentido Vicente y Luisa serán conjuntamente pioneros de unas relaciones humanas nuevas, sin clases.

Cristo, en el telón de fondo.

Toda la obra vicencianaa está sustentada por una única columna: la fe en el Cristo vivo y encarnado en el pobre. Sin esta fe, el castillo de amor construido por Vicente se derrumba como castillo de naipes. El Cristo pobre que sirve al pobre, que vive en el pobre…, es la gran luz que iluminará la escena vicenciana y la fuerza motriz de su inspiración y de su acción. “¡Qué gran dignidad hacer lo mismo que cristo vino a hacer a la tierra, servir a los pobres!”. “Cuando sirváis a los pobres habéis de ver en ellos el rostro de Cristo, que toma como hecho a Él mismo lo que hacemos por los más pequeños”, “Servir a Cristo en los pobres”… Estas y otras frases parecidas constituyen como un estribillo repetido de mil formas distintas a sus hijos e hijas.

El Cristo en el que Vicente cree no es un Cristo mayestático y lejano, al modo Bizantino, ni mucho menos un Cristo abstracto, hecho de construcciones filosóficas, sino un Cristo humano, que está a nuestro lado, palpitante de vida, crucificado en el dolor humano, pero resucitado en el Amor que brindamos al que nos tiende la mano. Cristocentrismo y Antropomorfismo quedan así ensamblados. unificados en una única dimensión evangélica: “Cuantas veces hicisteis esto a uno de estos mis hermanos menores, a mí me lo hicisteis” (Mt.25, 40). Por eso un biógrafo de Vicente, Calvet, ha escrito: “La doctrina de Vicente es un antropomorfismo nutrido de amor de Dios. Berulle (el maestro espiritual de Vicente) ama a Dios en Dios; Vicente ama a Dios en los hombres (Calvet, 221).

Más allá del tiempo

La tenacidad y entrega de Tomás Moro en mantener su fidelidad a Roma frente a las presiones de Enrique VIII y sus ministros, le han valido el título significativo de “Un hombre para la eternidad”. Vicente y Luisa de Marillac superan con mayor razón las barreras del tiempo y se nos presentan en su espíritu y en sus instituciones como perfectamente actuales, testigos y profetas de nuestro tiempo, hambriento de autenticidad y de amor.

Las obras vicencianas, inspiradas y modeladas en el más puro estilo evangélico, constituyen todavía hoy una fuerza transformadora de nuestra sociedad, un impulso creador hacia una realidad nueva, en la que el odio y la violencia no tendrán cabida, porque habrán sido superadas por la justicia y una relación fraternal entre todos los hombres.

Sin duda que las formas y expresiones de fraternidad y de justicia han cambiado de rostro, desde los tiempos de Vicente y Luisa a nuestros días, pero el impulso y la fuerza creadora del evangelio siguen siendo los mismos, como sigue siendo la misma la necesidad acuciante de los hombres de la fortuna física, cultural, moral, social, religiosa…

Vicente y Luisa nos interrogan, aquí y ahora: ellos hicieron la traducción más adecuada del evangelio para la sociedad de su tiempo; nosotros estamos invitados a hacer nuestra propia traducción, inspirados y movidos por la misma fuerza transformadora, la dinamita de las Bienaventuranzas. No podremos copiar sus formas, pero nos dejaremos interpelar por su espíritu y por su entrega a la causa de los pobres, aquí y ahora, en su circunstancia concreta y en cualquiera de sus manifestaciones más apremiantes. Y así, con nuestro granito de arena, contribuiremos a que la gran corriente de Caridad iniciada por Vicene de Paúl y Luisa de Marillac desborden las orillas del tiempo.

Conclusiones

La Bienaventuranza de la Misericordia, tan apremiante en nuestros días, no se encasilla en la pasiva aceptación del mal, en el perdón del pecador; va mucho más allá, es la apertura y disponibilidad al servicio del necesitado: ser misericordioso, en el contexto evangélico, es estar disponible, hacer las obras de misericordia: “Tuve hambre y me disteis de comer; tuve sed y me distéis de beber, peregriné y me acogisteis; estaba desnudo y me vestisteis; enfermo y me visitasteis: preso y vinisteis a verme” (Mt. 25,35-36).Por eso, porque pocos, como Vicene de Paúl y Luisa de Marillac, han encarnado, a lo largo de la historia de la Iglesia, este Ideario evangélico, podemos llamarlos, hoy como ayer, con toda la razón del mundo, Patriarcas de la Misericordia, Profetas de la Caridad, Testigos del Amor fraterno ente todos los hombres.

Autor: Félix Villafranca, C.M.
Fuente: Blog de Félix Villafranca.