30 de julio: Fiesta de la beata María Vicenta de Santa Dorotea

por | Jul 29, 2022 | Formación | 0 comentarios

La que sería fundadora del Instituto de las Siervas de la Santísima Trinidad y de los Pobres, fue originaria de Cotija, donde había nacido el 6 de febrero de 1867, época en la que el pueblo había llegado a su mayor esplendor y progreso.

Originariamente, morada de indios purépechas, fue refundado como pueblo hispano en 1531 con el trazo de sus calles a cordel. Emprendieron su evangelización los franciscanos del convento de Teréruaco y se convirtió en parroquia con todos sus derechos en 1845.

La recuperación y el progreso de Cotija fueron difíciles. Comenzaron a principios del siglo XIX y, como ya se dijo, llegó a su apogeo entre los años 1850 y 1868. Asentada en un estrecho valle, rodeado de montañas y pinares, tenía terrenos fértiles que producían fácilmente cosechas dobles de trigo, maíz, garbanzo y otros cereales; tenía pastizales para el ganado, sobre todo el vacuno. Había alguna hacienda donde trabajaban muchos hombres a jornal; había jardines y huertas de naranjos y manglares; despuntaban algunas industrias y el labrado de metales preciosos. Los cotijenses eran hombres luchadores y emprendedores; salían por todos los caminos de la República a comerciar y después de muchos meses regresaban al hogar con pequeñas o grandes fortunas.

La plaza principal era espaciosa y la rodeaban las casas de dos pisos de las familias más ricas; en la calle Colón («de la alcantarilla» en tiempos de la santa), las casas eran de un solo piso, blancas sus fachadas, abajo una franja de un fuerte color ocre; arriba el rojo de las tejas mozárabes de los techos; hacia la calle las puertas siempre abiertas que dejaban ver sus amplios patios y sus vistosas macetas.

El viejo templo-fortaleza de los misioneros franciscanos se había remozado y recubierto con los nuevos estilos de finales del XVIII y principios del XIX. Una esbelta torre arrancaba del centro con un pórtico y culminaba con otros cuatro cuerpos de distinto estilo. La cúpula atrevida y asentada en amplio tambor. La nave interior anchísima y revestida de un estilo neoclásico limpio y salpicado de una moderada ornamentación barroca. Probablemente esta obra ya estaba concluida al ser declarada parroquia en 1845.

A pesar del mucho movimiento comercial, Cotija era un pueblo encajonado en el pequeño valle, silencioso y envuelto en la paz; quizás de allí el nombre de Cotija de la Paz.

Cotija de los santos

«En esta familia de santos, el único diablo soy yo…», decía con cierta sonrisa D. Prudencio Guízar Valencia (Angel sin Ojos, p.42). Prudencio Guízar Valencia se había casado con Natividad Valencia, hija del hombre más rico del pueblo a quien apodaban El Valedor. A este matrimonio le nacieron diez hijos, dos muy renombrados: el Beato Rafael, y Antonio, obispo de Puebla. Tres de las hijas ingresaron a las Teresianas. A los 33 años y en olor de santidad murió la señora Natividad, madre del Beato Rafael. Esta tónica de vida cristiana recia y familiar era común a todos los moradores de aquel pueblo, con una fe incontaminada, quizás por su mismo aislamiento geográfico

… y de la niña María Dorotea

A grandes pinceladas este es el escenario que conoció la niña María Dorotea junto con sus padres Luis Chávez y Benigna de Jesús Orozco y sus tres hermanos mayores: Eligio, José María y Pascualita. No vivieron en alguna de las fincas aledañas o en las goteras del pueblo. Los Chávez Orozco tuvieron su casa en la calle Colón, donde también vivía, por entonces, la rica e influyente familia Guízar y Valencia y la del Valedor, que era la más rica de todo el pueblo.

A falta de respuestas, surgen muchas preguntas acerca de esta etapa de la santa. Los Chávez Orozco ¿eran tan pobres como se insinúa en la biografía de María Dorotea? Y en caso de serlo, ¿traían una pobreza de origen o pertenecían a esa clase de familias que, por entonces, tan pronto les sonreía la fortuna como amanecían en la pobreza? No debían ser pobres de origen porque tuvieron recursos para costear los estudios de su hijo mayor como maestro de escuela; vivían en la calle principal del pueblo muy cerca de la plaza. María Dorotea nunca fue a la escuela; fue su hermano Eligio el que le impartió, en el hogar, la primera enseñanza. Y a pesar de esta facilidad uno se pregunta, ¿por qué los Chávez Orozco no mandaron a la niña a la prestigiosa, en todos sentidos, escuela de las «Pueblita», tres honorables mujeres que impartían la mejor enseñanza primaria a niños y niñas? Quizás porque eran pobres vergonzantes. Quizás, simplemente, por la facilidad de tener un maestro en casa. En todo caso, qué lástima que la niña no fuera a la escuela de su pueblo.

Una familia de migrantes

Lo cierto es que -aunque desconocemos una fecha siquiera aproximada- toda la familia Chávez Orozco tomó el camino de los migrantes pobres seducidos por la gran actividad comercial del Lago de Chapala y de la ciudad de Guadalajara. Lo más probable es que hayan subido hacia Jiquilpan y Sahuayo para entrar al Lago y por esa ruta llegar hasta Cocula, situada a 75 km., al sur-oeste de la capital. Allí vivieron durante algún tiempo sin que logremos saber si sólo por razones de trabajo o por tener algún familiar en aquel pueblo. Sabemos que la mamá de la santa murió en Mexicalcingo en 1894. Pero nada sabemos de su padre. ¿Murió en Cotija y esta fue la causa de la migración hacia tierras de Jalisco? ¿Murió en Cocula y esta fue la causa por la cual se remontaron en su peregrinar hasta la ciudad de Guadalajara? ¿O murió en Mexicanícingo antes de 1892? Nada se sabe al respecto. Sólo una cosa, que en 1892 Dorotea ya era huérfana de padre y vivía al lado de su madre, como vamos a ver en seguida.

Por un accidente de salud que va a cambiar radicalmente el destino de la santa, nos enteramos de que en 1892 la familia vive en el barrio de Mexicalcingo y, a partir de esta fecha, pisamos terreno firme en cuanto a las fechas y los actores diversos en los que se desenvuelve, en adelante, la vida de María Dorotea.

Mexicalcingo y las Cofradías de la Caridad de San Vicente de Paúl

Mexicalcingo fue un antiguo pueblo de indios que en el siglo XIX se fue convirtiendo en barrio de la ciudad con reducida población indígena y una mayoría de gente migrante y pobre que se dedicaba a toda suerte de trabajos artesanales. El barrio estaba hacia el sur de la ciudad; tan insalubre como su similar de Analco.

Aquí enfermó Dorotea de una tos pertinaz que la mantenía sentada durante el día sobre un equipal y envuelta en un zarape de Saltillo. Al aviso de los vecinos se pre§entó una de las calificadoras (trabajadora social) de la Cofradía de la Santísima Trinidad, de nombre Catalina Velasco; y. al ver lo grave de la enfermedad insistió en llevarse a la enferma al hospital; Dorotea opuso una resistencia invencible porque no estaba dispuesta a abandonar a su madre. Esta es la primera doble imagen histórica que tenemos de la santa a sus 24 años de edad: sentada sobre un equipal y envuelta en un zarape como lo hacían y lo hacen todos los más pobres de México, esperando que la medicina casera y la mano de Dios les mande la salud o la muerte, lo que sea su voluntad. La segunda imagen es más extraña. Dorotea se resiste a que la cuiden en el hospital, porque no quiere separarse de su madre. ¿Por qué tanto apego a su madre a los 24 años de edad? ¿Porque así lo fue siempre desde niña que no fue a la escuela; desde niña que no se sabe cuándo quedó huérfana de padre? ¿Desde la experiencia de aquella larga peregrinación migrante que la sacó de su casa bonita de Cotija y la trajo a este barrio pobre y polvoso…?

Tuvo que intervenir el párroco Eusebio González, el que con autoridad le mandó que se dejara trasladar al hospital para ser tratada de aquella afección que podría llegar a ser mortal. Para aquella chica, como para su familia, como para todas las gentes de su Cotija natal, la voz del sacerdote se obedecía al instante y sin más explicaciones. Además, parece que el párroco la dirigía espiritualmente. En esta forma ingresó al hospital de la Santísima Trinidad de la Cofradía de Caridad de San Vicente el 20 de febrero de 1892.

Volvamos ahora a las Cofradías de San Vicente. Como lo hiciera en Analco, también aquí en Mexicalcingo el misionero vicentino P. Agustín Torres fundó una Cofradía de Caridad el 10 de julio de 1864 en la porción periférica y más pobre de la parroquia. Las 29 socias activas que dieron su nombre tuvieron que multiplicar su trabajo para asistir a los pobres enfermos y llevarles medicinas, alimentos y ropa. Instituyeron un catecismo al que asistía una «multitud» de mujeres pobres que poco a poco iban enmendando su vida y legitimando sus enlaces matrimoniales. Algunas niñas afortunadas eran enviadas al hospicio de las Hijas de la Caridad. Y aún se daban tiempo para visitar la cárcel de mujeres. La primera presidenta de este grupo se llamó Victoria Basauri.

Visto el éxito de esta cofradía, el 26 de mayo de 1866 se la dividió y se estableció una segunda en la cabecera parroquial que recibió el nombre genérico de «Cofradía de Mexicalcingo». La Memoria de las Cofradías de Caridad de 1871 nos informa que se trataba de una parroquia muy pobre. Por tanto, nos imaginamos que los pobres trataban de ayudar a los más pobres. Esta Cofradía siguió el esquema servicial de la anterior: visitar a los enfermos y proporcionarles medicamentos, alimentación y ropa y, sobre todo, establecieron la gran obra llamada «Patrocinio de la doctrina cristiana», enfocada a una intensiva catequización de las mujeres para ayudarlas a arreglar sus vidas, matrimonialmente irregulares por su calidad de gente migrante y marginada en parroquias tan grandes. La misma Memoria de 1871 habla del establecimiento de una escuela primaria para las niñas pobres del curato. En las dos asociaciones se movilizó también a las niñas, que eran numerosas, y se las organizó en «cofradías de niñas de la caridad» que, asesoradas por las mayores, enfocaban su apostolado a las niñas más pobres o enfermas y a su educación.

La guerra de Reforma y del Imperio debió de desarticular las Cofradías, porque la Memoria de 1876 nos dice que la cofradía de la parroquia de Mexicalcingo fue reinstalada el 12 de enero de 1872. Parece que desapareció la primera y en adelante sólo queda en pie ésta de la cabecera parroquial.

Fundación del Hospital de la Santísima Trinidad

En 1887 (el 22 de septiembre), el párroco Agustín Beas cedió un cuarto del curato, en el que la Cofradía instaló seis camas para atender mejor a los enfermos. Dos años después, el 3 de diciembre de 1890, se bendijo el lugar, seguramente ampliado, y se le dio el nombre de Hospital de la Santísima Trinidad. Quizás nos encontremos en una segunda etapa, en la que el hospital fue trasladado a un lugar llamado Puente de las Damas (Biogr., p. 30). Más adelante veremos que fueron dos las chicas voluntarias que se encargaron del cuidado de los enfermos: Catalina Velasco y Juana Martín del Campo, bajo la asesoría de los médicos y el apoyo monetario y administrativo de las Voluntarias de la Caridad.

Proyecto para un Hospital de nueva planta

Sigamos, una vez más, las Memorias de las Cofradías que, a pesar de lagunas, nos ofrecen datos fidedignos. La Memoria de 1891 nos asegura que la Cofradía tenía la intención de establecer una «enfermería» y para ello contaba ya con algunos fondos; los cuales ascienden a 600 pesos según la Memoria de 1892. Aquí se discontinúan las Memorias; pero es probable que alrededor de esta fecha se hayan comenzado las obras del nuevo Hospital para sacarlo después de la finca del Puente de las Damas.

Por la Memoria de 1901 -unos 8 años después de proyectarlo- sabemos que el hospital ya estaba en pie con las siguientes obras concluidas: la capilla equipada con todo lo necesario para el culto con una inversión de 1,500.00. La portería, dos departamentos, un baño y unos lavaderos con un costo total de 4,308.01 cvs. Junto al Hospital también estaba en funciones un Asilo para niños con una asistencia de 120 alumnos. (Mem., 1901, p.18).

Para esta fecha de 1901, según la Memoria ya citada, eran 8 las «siervas de los pobres» que atendían a los enfermos.

Sigamos este proceso de construcción, no por sí mismo, sino por seguir a sus actores las Voluntarias de San Vicente y las «Siervas de los pobres». El 3 de diciembre de 1901, el Vicario Capitular bendijo los dos salones para los enfermos; mientras que el 5 de febrero del siguiente año, con ocasión de la fiesta de San Felipe de Jesús a quien estaba dedicada la obra, el arzobispo José de Jesús Ortiz bendijo otro salón destinado a las Siervas. Otras obras terminadas fueron el recibidor, el consultorio, la Botica y la pieza para la portera. Sigue en obras el refectorio y la cocina. Se han erogado 3,000.00 (Mem. 1902, pp.29-30).

En el Asilo las siervas imparten la primaria y el catecismo. El director de la asociación es, al mismo tiempo, capellán de la capilla con culto abierto al público. Una sección de socias llamada del «trabajo sagrado» se dedica a confeccionar ornamentos para la capilla. (Ib. p. 30).

La obra social de la Escuela Dominical

El 31 de julio de 1903 la Cofradía estableció una Escuela Dominical para niñas pobres que por su mayor edad o por su trabajo no podían asistir a la enseñanza formal. Diez socias de la Cofradía se encargaron de impartir la enseñanza primaria, la religión y el aprendizaje de labores: corte, costura, etc. Comenzaron con una inscripción de 249 alumnas.

En cuanto a las obras: están terminadas, la cocina, el refectorio y cuatro piezas para enfermas distinguidas. Y siguen en proceso de construcción: la sala de operaciones, el dormitorio de las Siervas y la Escuela Dominical.

La inversión de este año, en las obras, ascendió a 3,159.O3cvs. Mientras en alimentos y medicinas se gastaron 4,431.77cvs. (Mem., 1904, pp.9-10).

Para 1906 se concluía con la construcción de la fachada y de esta forma el Hospital estaba terminado en sus departamentos básicos: el de medicina general, el de cirugía y Botica, el de pensionadas o de enfermas incurables y el de enfermos distinguidos o de paga (Mem., 1906,17-18; 1908,10-11).

Desde el Hospital, la obra de las Cofradías se abre a una variada gama de servicios de salud, de educación, del catecismo y de la celebración del culto en la capilla. Además de la visita y el apoyo al hospital, las socias prosiguen la visita de los pobres a domicilio. El Asilo de niños va en aumento; en 1910 tiene ya 180 alumnos. Cosa parecida sucede con la escuela dominical que en la misma fecha cuenta con 547 alumnas, y las enseñanzas técnicas se van ampliando conforme lo requiere el mercado laboral: cuenta por estas fechas con talleres de corte y ropa; y con enseñanza de teneduría de libros, dibujo, planchado. Las chicas que van terminado su ciclo de estudios se quedan como colaboradoras en la misma escuela o trabajan en alguna institución o dan clases a domicilio. Particular cuidado tienen las socias y el director de la Cofradía de la instrucción religiosa de las alumnas. Existe también un gran centro de catecismo atendido por alumnos del Seminario Conciliar, minoristas generalmente. (Mem., 1908,10-11; 1909,9; 1910,10-11).

Las Hermanas que asisten a los enfermos y cooperan en otras obras ascienden al número de catorce.

María Dorotea se incorpora al grupo de Siervas de los pobres

En una fecha incierta, pero antes de febrero de 1892, el hospital buscó un lugar más amplio y se instaló en el Puente de las Damas, lugar por el que se pagaban 14 pesos mensuales y que, a la vez, servia para asilo de las niñas. En este lugar fue ingresada Dorotea el 20 de febrero. Una vez recuperada, regresó a la casa paterna para despedirse de sus familiares y volvió para quedarse definitivamente al servicio del hospital el 19 de julio, fiesta entonces de San Vicente de Paúl. (Biogr., pp.32-33). Supongo que,, mientras tanto, comenzaba la construcción del nuevo hospital en terrenos distintos, pero no he podido aclararlo. Tampoco queda claro el proceso de cambio que sufrió la santa durante los días de su internamiento.

Pero el hecho es, por sí mismo, contrastante. La chica embozada y apegada a su madre con peligro de perder la vida, ahora se despide y la abandona para quedarse a vivir con una nueva familia que se dedica a servir a los pobres y enfermos. Más tarde la santa escribió una escueta nota acerca de este hecho: «Por señalado favor de Dios Nuestro Señor, el mismo día que ingresé al hospital, concebí la idea y tomé la resolución de consagrarme al servicio de Nuestro Señor en la persona de los pobrecitos enfermos» (Biogr., p.32). Y después de practicar los primeros ejercicios espirituales en 1904, escribió esta nota que retoma la posible soledad de su vida de niña y de su primera juventud, pero ahora iluminada por la presencia y la compañía de Dios: «Deseo vivir siempre en soledad, en el olvido y ser desconocida de todo el mundo y de solo Dios conocida y amada» (Biogr., p.45).

El hospitalito, corno ya se dijo en otro lugar, era servido por dos chicas voluntarias: Catalina Velasco, que ya conocemos y Juana Martín del Campo; a ellas se unió corno tercera Dorotea Chávez a la edad de 25 años. A los dos años de su entrega al servicio de los pobres, regresó a su casa para atender a su madre en la última enfermedad de la que murió el 20 de febrero de 1894; y cumplida esta misión filial, ahora sí regresa al hospital para dedicarse por completo a servir a los pobres.

Los comienzos difíciles

Hacia 1895 el P. Pedro Romero sustituyó al P. Arnulfo Jiménez como director de la Cofradía y del hospital. Con el fin de darle estabilidad al grupo y de orientarlo hacia la vida religiosa, el P Romero las preparó para que emitieran sus primeros votos privados el día 25 de diciembre y les hizo entrega de un reglamento que había redactado Margarita Gómez, quien había pertenecido a las Compañía de las Hijas de la Caridad. El grupo aumentó a seis y parecía que todo caminaba bien; pero se presentó una crisis de entendimiento mutuo, cuyas causas no son muy claras, pero que tuvo como consecuencia la salida de cinco de las Siervas; quedó sola Dorotea para atender todos los servicios del hospital; la atacó una bronquitis, a pesar de la cual no abandonó el servicio. Parece que la primera ayuda que le llegó a Dorotea fue de parte de la señora Manuela Rivera de Castillo Negrete, tía del futuro arzobispo de Guadalajara, José Garibi y Rivera. (Biogr., p.43-44).

El 5 de febrero de 1899 regresó el P. José Arnulfo Jiménez como director de la Cofradía y se interesó mucho por ayudar al grupo de chicas voluntarias. El fue el que les impuso el nombre de «Siervas de los pobres». En noviembre de 1904 hicieron sus primeros ejercicios espirituales con el P. Manuel Santiago, SJ. Fue entonces cuando Dorotea escribió la nota susodicha: «Deseo siempre vivir en la soledad, en el olvido y ser desconocida de todo el mundo y de solo Dios conocida y amada» (Biogr., p.45).

El Can. Miguel Cano Gutiérrez, cofundador del Instituto

En 1905 el P. José Arnulfo se fue a servir la parroquia de Atotonilco el Alto y lo sustituyó el Canónigo Miguel Cano Gutiérrez quien, finalmente, logró dar forma al nuevo Instituto. El 12 de mayo obtenía del arzobispo José de Jesús Ortiz el reconocimiento como congregación de derecho diocesano. En 1907 la pequeña comunidad la componían: Ma. Dorotea Chávez Orozco; Pantaleona Márquez, Ricarda Flores, Luisa Martínez, Natividad Flores, Cecilia Zaragoza, Martina Villalobos, Antonia Cerna y Marciana Suárez (Biogr., p.48).

Con los permisos del arzobispo Orozco y Jiménez, el nuevo director llamó a la Madre Isabel Ruiseco de las Religiosas franciscanas de Nuestra Señora del Refugio para que se hiciera cargo de la formación del grupo hasta en tanto no estuvieran concluidas las Constituciones y establecido el primer Consejo. Esta religiosa llegó a la comunidad el 28 de agosto de 1907. La superiora transitoria consiguió que el arzobispo Ortiz otorgara la autorización para la primera toma de hábito, que presidió el mismo arzobispo, en la capilla del hospital, el 10 de febrero de 1908. El grupo ha cambiado, han salido unas y han entrado otras nuevas. El grupo de siete lo forman ahora: Dorotea Chávez Orozco, Ricarda y Natividad Flores, Marciana Suárez, Eduwiges Sepúlveda, Francisca Plascencia y Fernanda Cervantes (Biogr., pp.53-54). Siete meses después emitieron sus primeros votos en la fiesta de la Asunción de la Virgen del año de 1910. Al abandonar el nombre de pila, la Beata eligió el nombre de Ma. Vicenta de Santa Dorotea.

Las Memorias de las Cofradías de Caridad, siguen con mucho cuidado y con gran aprecio los pasos de esta comunidad; y no escatiman los elogios a su labor en el servicio de los pobres. Así por ejemplo nos dicen que por 1912 en el mismo hospital se recibe a las jovencitas que quieren dedicarse al servicio de los pobres. Que el 26 de septiembre de 1911, fiesta de Nuestra Señora de los Dolores, patrona del naciente Instituto, se celebró una solemne función de acción de gracias y que el 3 de diciembre del mismo año, en el aniversario de la apertura del hospital, se «consagraron solemnemente las Hermanas al servicio de los pobres», después de lo cual, salieron cuatro hermanas a hacerse cargo del hospital San Vicente de Paúl que la Cofradía tenía en Zapotlán (Cd. Guzmán); y la memoria concluye con este elogio: «Esta Conferencia está satisfecha y altamente agradecida por el cuidadoso esmero con que las Hermanas cumplen sus deberes respecto a los enfermos y en todas las oficinas de la casa, que están bajo su dependencia» (Mem., 1912, p.14).

A la muerte de Madero en 1913, se encumbró en el poder el Gral. Victoriano Huerta y se incendió la guerra en todo el centro y norte del país. Por de pronto, en 1914, las obras del hospital siguen florecientes. La escuela dominical recibe a 570 alumnas y el Asilo de párvulos a 200 que, para estas fechas, ya tienen maestras especializadas, y las socias se encargan de la vigilancia y de impartir alguna formación gratuita. Y como un reflejo de la corriente social que se iba introduciendo en el arzobispado, se fundó una Caja de ahorros para las niñas de la escuela dominical (Mem., 1914, 21-22). En este año dejan de publicarse las Memorias de las Cofradías y retoman su tarea en 1919.

Sigamos ahora el hilo de la biografia (difiere en algunas fechas de las Memorias), según la cual la fundación de Cd. Guzmán se llevó a cabo el 6 de octubre de 1910 y fue como superiora la Hermana Dorotea. Tuvo que hacer frente a los temblores del Volcán de Colima que en 1912 causaron muchas víctimas y derrumbaron más de mil casas. Todas las Hermanas se desvivieron por atender a los enfermos y damnificados. De la Hermana Dorotea se cuenta que pasó 15 días con sus noches hasta que cayó vencida por el cansancio y el desmayo. Un testigo ocular confesó: «Yo vi a las siervas de los pobres prodigar su vida y su tiempo con esmerada caridad al servicio de los enfermos y moribundos» (Biogr., pp. 55-56).

Madre Vicentita: primera superiora general

En 1913 la Madre Vicentita acudió a Guadalajara para asistir al primer capítulo general del instituto y por unanimidad fue electa primera superiora general el día 8 de septiembre. A ella se debió una fundación importante en el mismo año, la del hospital de San Juan de los Lagos que prestó enormes servicios durante la revolución, particularmente en la epidemia de tifo del año de 1916 (Biogr., pp.60-61).

El 3 de diciembre de 1915, a los 25 años de la fundación del hospital, pronunció sus Votos Perpetuos ante el fundador y director P. Miguel Cano Gutiérrez.

Siguieron adelante otras fundaciones, en algunos casos para ponerse al frente de hospitales fundados por las Cofradías, como en el siguiente caso: Hospital en Teocuitatlán de Corona el 25 de mayo de 1923 (Biogr., p. 63).

El capitulo general del 24 de septiembre de 1925 la reeligió superiora general por unanimidad y con alegría de toda la comunidad, como lo había hecho ya en 1919. En octubre del mismo año salieron para capacitarse en Estados Unidos, las Hermanas Catalina y Consuelo. Posiblemente alentadas por esta apertura hacia las nuevas técnicas hospitalarias, comprometieron a otro grupo que pedía, además, otras renovaciones comunitarias y de servicio a los pobres. Y trabajaron el asunto para que el arzobispo Orozco y Jiménez removiera a la Madre Vicentita a quien se ostentaba como un obstáculo para esta renovación.

El 18 de octubre entregó la Madre el gobierno general y se presentó a pedir la bendición del arzobispo, que la trató de rebelde, soberbia y obstinada, después de lo cual salió con destino a hacerse cargo del hospital San Vicente de Cd. Guzmán, donde sirvió con esmerada caridad, lo mismo a cristeros que a federales. En octubre de 1929 pasó a ser superiora del hospital de San Juan de los Lagos. En diciembre se convocó de nuevo a capítulo general y otra vez la unanimidad la eligió por superiora general. Se dedicó a recuperar a varías hermanas que se habían refugiado en sus casas o en casas de amistades durante la persecución.

Aceptó otras fundaciones de las Cofradías: hospital de Ahualulco del Mercado en agosto de 1931; hospital de Ocotlán en febrero de 1934; y el de Nuestra Señora de Guadalupe en la misma ciudad de Guadalajara. El 15 de septiembre presidió la bendición e inauguración del Asilo de Ancianos de la Santísima Trinidad en una zona pobre del oriente de la ciudad; era el 25 aniversario de la Congregación.

El 18 de enero de 1936 fue reelecta, una vez más, como superiora general. Pero el capítulo de febrero de 1942 la liberó de este cargo a sus 75 años de edad, y quedó como vicaria y consejera general. Por esta época le comenzó una ceguera progresiva por inflación del iris.

Crece la labor social de la Cofradía

Retomemos el hilo de las obras de las Cofradías desde 1919, año en el que aparece de nuevo publicada la Memoria. El hospital, sufrió amagos de clausura o de incautación, pero salió librado; nunca cerró ni interrumpió el servicio a los pobres. Al contrario, el buen acondicionamiento del departamento de distinguidas, permite al hospital sufragar la atención gratuita a los enfermos pobres (Mem., 1920, 22).

La escuela dominical interrumpió sus labores en lo más fuerte de la guerra, pero para 1919 no sólo ha resurgido sino que se ha triplicado en distintos locales con un total de 1,200 alumnas. Se les imparten letras y labores y un sacerdote se encarga de la enseñanza del catecismo. De las tres parece la más grande la de San Juan Berckmans, fundada en 1910 y cuenta con 30 señoritas profesoras (Mem., 1919,18; 1921,34)

El P. Miguel Cano murió el 14 de abril de 1924 llevándose la palma de haber sido el cofundador de las Siervas.

En 1926, en vísperas de la persecución, el hospital se encuentra muy bien montado: ha mejorado y aumentado el departamento de distinguidas para asegurar la atención a los pobres a los que las Siervas cuidan «con toda caridad». El equipo médico cuenta con 7 médicos. Sigue en auge la catequesis de niños: bautizos, arreglo de matrimonios y entronización del Sagrado Corazón en los hogares.

Las escuelas dominicales, en número de tres, trabajan por varios rumbos de la ciudad y abarcan a 700 alumnas, con 52 señoritas que imparten enseñanza gratuita y especializada en las ciencias, artes e industrias que requieren las chicas: al terminar su ciclo les dan un diploma que las acredita para el trabajo y la enseñanza. En este año participa como maestro de religión el P. Julián García de Arce, C.M. (Mem., 1926,48).

En 1927 el nuevo director es el P. Francisco de la Peña. Y aparecen elementos nuevos: las cofradías sostienen cuatro centros catequísticos en los barrios de la ciudad, para niños y adultos, con el fin de rehabilitar a la familia y entronizar al Sagrado Corazón de Jesús.

Las Escuelas dominicales dejan de serlo y abarcan toda la enseñanza formal con clases diarias, sin olvidar la enseñanza práctica de las alumnas.

En este año muere la señorita Dolores González Palomar, socia fundadora, primera presidenta de la cofradía al comenzar el hospital, y bienhechora de la Escuela San Juan Berckmans (Mem., 1927,33).

En 1929 la Escuela Dominical de San Juan Berckmans evoluciona, quizás por las necesidades de los nuevos tiempos, a «Escuela de Artes e Industrias» (Mem., 1929, 49-50).

La cofradía de caridad de San Vicente sale de escena. Quedan para la Iglesia una Beata y una nueva familia religiosa.

Al entrar los años treinta, la Cofradía de la Santísima Trinidad resiente el cambio de los tiempos: la revolución y la persecución religiosa han creado una fuerte movilidad de las personas y esto afecta a la promoción de socias. Las fuentes de sus recursos económicos también han disminuido y resienten dificultades para sufragar gastos del hospital y de la Escuela de «Artes e Industrias» cuyo alumnado ha bajado sensiblemente a 287 chicas. Continúan los catecismos en las vecindades. Y la Cofradía hace esfuerzos por recuperarse con la ayuda del director local, P. Lorenzo Altamirano (Mem., 1930-31, p.56; 31-32, pp. 49-51).

Las presidentas locales o diocesanas tenían un peso enorme en las cofradías tanto por su capacidad de dirigencia y animación, cuanto porque normalmente eran las más pudientes e influyentes para la recaudación de fondos. En 1933 cayó enferma la presidenta Vicenta Verea lo que influyó mucho en el decaimiento del ánimo de la Asociación; la mantuvieron en el puesto y le dieron una vicepresidenta hasta su muerte.

Los directores ya señalados y el P. Lorenzo Altamirano que las dirigía en 1933 hacían grandes esfuerzos por infundir vida a la asociación presidiendo todas sus juntas. Pero el número de socias no aumentaba; decaía. El apoyo económico al hospital ya era muy relativo. Pero el pequeño grupo seguía muy activo. Las Siervas, que siempre se distinguieron por su celo y caridad, mantuvieron un servicio impecable. Y el gran acierto fue el potenciar el departamento de distinguidas, porque fue el que sacó adelante la obra del hospital.

Ya no aparecen los catecismos en los barrios; pero se mantiene la Academia San Juan Berckmans con 400 alumnas.(Mem., 32/33,56)

En los cuarenta, las Siervas están completamente al frente del hospital y la cofradía sostiene una cama por la suma de 20 pesos mensuales para atender a sus pobres. Sus obras sociales: Escuelas, Asilo, Centros catequísticos han desaparecido. Y ahora sí, la cofradía ha caído en la caricatura de lo que es su misión: dar alguna comida a los pobres, repartir despensas y hacer el gran reparto de Navidad (Mem., 44-45, 68). De este decaimiento saldrán muy pronto y de ello se encargará el T Congreso Nacional de las Cofradías celebrado en la ciudad de México en 1957, el cual tuvo la virtud de comunicar a toda la asociación un fuerte impulso renovador que ha venido siempre en ascenso hasta la fecha.

Podemos cerrar esta etapa gloriosa de la Cofradía de la Santísima Trinidad con la celebración en el mes de abril de 1946 de las honras fúnebres en sufragio del alma generosa y caritativa de la señorita Concepción González Palomar, «fundadora y benefactora de la cofradía y hospital de la Santísima Trinidad» (Mem., 45-46, 66).

En enero de 1948 hubo nuevo capítulo general que dejó como vicaria y consejera general a la Madre Vicentita. Pero se agravó el mal de los ojos y tuvo que recluirse en su habitación. Por concesión del arzobispo Garibi le celebraban la misa a la entrada de su cuarto. En 1949 la afectó una bronconeumonía y luego un síncope cardíaco. En su gravedad fue el arzobispo a visitarla y a confesarla. El 29 de julio de 1949 se levantó a las 4 de la mañana pero tuvo que recostarse. El capellán, P. Roberto López comenzó la celebración de la misa y en la elevación de la hostia, expiró a las cinco y media de la mañana. Tenía 82 años.

Ha pasado a la historia como la Madre Vicentita por su gran bondad, por su dulzura, por su caridad abierta a todos: sus Hermanas, los pobres, el clero de Guadalajara y sus bienhechores. También se ganó el nombre de Vicentita por su gran sencillez, igual que su contemporánea la santa María de Jesús Sacramentado Venegas. Dos almas de origen pueblerino: sencillas, llenas de fe, centradas en la eucaristía y en la oración y en la caridad sin límites hasta el sacrificio, sobrellevado con alegría y esperanza. Algunas breves frases trasparentan algo de aquella vida interior inasible: «No debo desear otra cosa en el mundo que amar mucho a Dios y vivir siempre según su santa voluntad». O bien esta otra que nos enseña una constante en los santos: «Debo soportar en silencio las enfermedades y ofrecerlas al Padre celestial juntamente con los sufrimientos del Salvador por la conversión de las almas».

Su veneración por San Vicente, al que aprendió a conocer y a imitar en el hospital de la Santísima Trinidad, se trasluce en esta pregunta hecha en las vísperas de su muerte, a la Hermana que la hacía una lectura: «Hermana, hágame la caridad de buscarme ese libro. ¿En qué fecha murió mi Padre San Vicente? ¿Qué no murió el 30 de julio?». Ciertamente la Beata Madre Vicentita se equivocó en la fecha. San Vicente murió un 27 de septiembre. Pero, ¿qué seguidor de San Vicente no se hubiera equivocado en este y en otros detalles de la vida del Santo de la Caridad? Lo importante es que no se equivocaron en vivir y transmitir su carisma que hundía sus raíces en el amor misericordioso del Padre por los más pobres y enfermos de aquella sociedad.

La Congregación de la Beata Vicentita fue aprobada definitivamente en 1988. Un año antes se les dio autorización para modificar el nombre primitivo de Siervas de los pobres por el de Siervas de la Santísima Trinidad y de los pobres. El lema de su escudo es el mismo de las Hijas de la Caridad:: «La caridad de Cristo nos urge» (2Cor 5,14).

Su ministerio principal son los hospitales, entre los que se cuenta el de Ocotlán, Jal., bajo la advocación de San Vicente de Paul.

Autor: Juan José Muñoz, C.M.

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