Comprender y escuchar (Génesis 18; Lucas 10,38-42)

por | Jul 23, 2022 | Formación, Reflexiones, Thomas McKenna | 1 comentario

Hace poco descubrí una intrigante cita de Henri David Thoreau, autor del siglo XVIII, que tocaba un tema destacado en las escrituras. «¿Podría tener lugar un milagro mayor que el de que, por un instante, nos miremos a través de los ojos del otro?». Thoreau se refería a la diferencia entre ver y comprender, entre mirar el rostro de otro y entender un poco los pensamientos y sentimientos que se esconden tras ese rostro.

La metáfora puede trasladarse de los ojos a los oídos; es decir, escuchar a través de los oídos del otro. Aquí nos encontramos con otra diferencia, la que existe entre oír y escuchar. Oír se limita a registrar los sonidos que salen de la boca de otra persona; escuchar trata de asimilar la comprensión que esa persona tiene de esas palabras.

Un ejemplo de estos contrastes aparece en el libro del Génesis, donde leemos el trato amable de Abraham hacia el extranjero que llega del desierto. En los actos de hospitalidad que realiza —alimentar, dar cobijo, montar un poco de revuelo— Abraham se pone en el lugar del viajero, respondiendo al mundo tal y como lo ve a través de los ojos de este visitante. El patriarca escucha y no sólo oye; comprende y no sólo ve.

La historia de Marta y María en el evangelio de Lucas es otro ejemplo de esta diferencia. Jesús elogia la atención con la que María le escucha, a diferencia de la ocupada Marta, que se limita a oír. María está sintonizando con la vida interior de Jesús, tratando de escuchar lo que Jesús está escuchando. Al acercarse más al interior de los pensamientos y sentimientos de Jesús, se ha sumergido en la presencia misma de Jesús.

Aquí surgen al menos dos lecciones.

La primera es lo atentos que estamos a los que nos rodean. En su sensibilidad, Abraham lee las necesidades de su invitado. Se esforzó por ver el mundo a través de los ojos del extranjero. También María prestó una atención más profunda al escuchar más que al oír. Tanto ella como Abraham captan algo más que el exterior de las personas que encuentran. A través de su escucha comprometida, entran más plenamente en el mundo interior de este forastero visitante y de este Jesús anunciador.

La segunda lección se refiere a la oración. Cuando me presento ante el Señor Jesús, ¿en qué medida estoy «escuchando»? ¿Puedo ser un poco más receptivo a su Espíritu, siempre presente, que se mueve dentro de mí? ¿Puedo sumergirme más en la persona de Jesús para escuchar algo de lo que Él está escuchando? En una conferencia sobre la humildad, Vicente se hace eco de esto: «Háblanos, pues, Señor; háblanos tú mismo; seremos como otros tantos siervos que te escuchan» (SVP ES XI-3, p. 487).

¿Podemos imaginarnos a nosotros mismos observando el mundo a través de los ojos del Señor, para escuchar y ver más de lo que Él hace (la gloria de su Padre, que brilla a través de toda la creación)?

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1 comentario

  1. Ross

    Gracias, Tom. Tu reflexión me hace preguntar si soy capaz de ponerme en el lugar de los que forman parte de las caravanas de personas que abandonan sus propios países en busca de mejores medios de vida en los EE.UU. También me pregunto si otros son capaces de acordarse de sus antepasados que hicieron, más o menos, lo que hacen los emigrantes de hoy.

    Responder

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