Sacramentales (Mt 10,27-32)

por | Jul 16, 2022 | Formación, Reflexiones, Thomas McKenna | 0 comentarios

El mundo de los sacramentales de hace años, como recordarás, eran los escapularios, las medallas, las estampas y las estatuas que se encontraban en los hogares católicos. Creaban un cierto tono o ambiente, y aunque no estaban a la altura de los siete Sacramentos, no obstante, desprendían una cierta presencia, una presencia santa.

Eran signos durante el transcurso de un día de la existencia y el cuidado de Dios. Formaban una red de recordatorios de que no estábamos solos en el mundo, sino que nos acompañaban en el camino. La palabra sacramento, literalmente, significa hacer presente lo sagrado, y estos objetos eran toda una serie de indicadores de esa proximidad. Transmitían la cercanía divina, eran toda una colección de indicios de que había algo más en las horas del día.

Aunque su época ya ha pasado, lo que hacían —sensibilizarnos ante lo sagrado— sigue siendo muy deseable. ¿Qué tipo de cosas podrían asumir su papel, proporcionando esos indicios y recordatorios de lo sagrado a nuestro alrededor?

El Papa Francisco nos ofrece una vía en su encíclica Laudato Si. «Sacramental» es la naturaleza, el mundo natural que nos rodea y que evoca la presencia divina. Entre otras cosas, la encíclica dirige nuestra atención a este potencial que posee la naturaleza para revelarnos a Dios. Aunque el mensaje más potente de Laudato Si es su advertencia sobre futuras calamidades, también abre los ojos al poder inspirador de la naturaleza, la capacidad de nuestro ecosistema para suscitar reverencia.

Hace poco, alguien me confió que caminar por el bosque al mediodía le hizo sentir a la cercanía de Dios más que arrodillarse en una iglesia. Testimonios como el suyo son ejemplos de la naturaleza como sacramental. ¿Pueden ser sus maravillas otra forma contemporánea de aquellos recordatorios sagrados, aquellos indicadores de lo divino que se mueve a nuestro alrededor y dentro de nosotros?

En el capítulo 10 de Mateo, Jesús levanta la vista para observar dos pequeños gorriones que vuelan justo encima de él. En su cotidianidad, estos pájaros serían fáciles de pasar por alto. Y, sin embargo, el Señor ve en ellos una imagen del cuidado de su Padre.

Con este pasaje en mente, caminé por un campo cubierto de hierba tratando de estar atento a cualquier pájaro que pasara. Me sorprendió la cantidad de pájaros que vi, oí y observé, muchos más de los que habría notado si la guía de Jesús no hubiera afinado mis sentidos. La naturaleza me hablaba de «presencia».

Pensé también en las veces que había caminado por una playa y me había dejado llevar por el movimiento y el ritmo de las olas mientras avanzaban por la orilla. Especialmente en los días soleados, hay una imagen que siempre me conmueve. Es la ola justo antes de que se enrosque y rompa, dejando que el sol brille a través de ella en el instante anterior a que se estrelle. Seguir ese rizo resplandeciente mientras se desliza por la playa suscita aún más la maravilla, aún más la presencia sacramental.

Aquí está Jesús detectando la mano amorosa de su Padre en esos pequeños pájaros, en el mundo natural que le rodea. Que también nos lleve a nosotros a encontrar el amor de su Padre mientras paseamos por nuestras maravillas del universo, y que, como miembros de la Familia de Vicente y Luisa, hagamos también lo que podamos para proteger esta cercanía sacramental de Dios.

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