La revolución de san Vicente de Paúl

por | Jul 10, 2022 | Benito Martínez, Formación, Reflexiones | 0 comentarios

En la madrugada del 27 de setiembre de 1660 moría el sacerdote Vicente de Paúl sentado en una silla. Había nacido el 24 de abril de 1581 en Puy, en el departamento de la Landas francesa. Su madre pertenecía a una familia burguesa, señores de Peyroux con derecho a imponer la justicia, el molino, el lagar, por lo que recibía tributos y se libraba de muchos impuestos. Aquí pasó de niño largas temporadas, llevando a pastar el ganado por los alrededores, a unos tres kilómetros del País vasco francés, y fue allí donde seguramente aprendió el euskera que hablará con el vasco Juan Duvergier de Hauranne (Saint-Cyran). Varios hermanos de su madre eran abogados con casa de veraneo en Puy, donde su madre conoció a Juan de Paúl, padre del santo. Era un labrador fuerte con bastantes hectáreas de labranza, con bosque y ganado; tenía un rebaño de ovejas y una piara de puercos, dos parejas de bueyes, por lo menos, vendiendo una pareja para pagar los estudios de Vicente, y hasta permitió que su hijo diera 30 sueldos de limosna a un pobre, el salario de tres días de un obrero especializado de entonces. Cuando, a los quince años, fue a estudiar al colegio de Dax, pasó tres cursos y en sólo dos años se preparó para estudiar teología, lo cual supone que, aunque guardara el ganado, tuvo profesor particular. Por el testamento que hizo pocos años después de fundar a los Paúles vemos que los bienes heredados no eran pocos. Se puede decir que Vicente de Paúl pertenecía a una familia autorizada por la mentalidad de la época a medrar sin contradecir a la santidad, pues lo común entonces era que los segundones entraran en la administración pública, en los conventos o en el estado clerical.

Por la urgencia de ganar dinero se ordenó sacerdote a los veinte años y por el afán de lograrlo le apresaron unos piratas musulmanes y lo vendieron como esclavo en Túnez. Con un renegado francés, se escapó y aparece en París, de nuevo con afán de encontrar la fortuna. Acusado de robo, es condenado a difamación pública. Es inocente y no encuentra más apoyo que en el sacerdote Bérulle, que le aconseja la oración. Y ahora, cuando se entrega a Dios, encuentra la fortuna: es nombrado capellán de la reina Margot, preceptor en casa de los Gondi, párroco de Clichy y de Châtillon, y por sus manos pasarán millones de monedas. Descubre a Dios en los pobres y va a visitarle en los enfermos del hospital de la Caridad. Su lema será: “Pido a Dios muchas veces al día, que nos aniquile si ya no somos útiles para la salvación de los pobres” (XI, 698).

En Chatillon comprendió que él solo no podía solucionar la pobreza, acudió a las mujeres de dinero y fundó las Señoras de la Caridad (AIC); intentará reunir a los hombres, pero fracasará. La sociedad no estaba aún preparada para ellos. Habrá que esperar la llegada de Bailly, Federico Ozanam y sus seis compañeros que asumiendo las ideas de san Vicente fundarán, animados por la Beata Rosalía Rendu, las Conferencias de San Vicente de Paúl. En Gannes y en Folleville san Vicente descubre la miseria espiritual de los campesinos y funda los Paúles. Después fundará las Hijas de la Caridad para ayudar a las Señoras de las Caridades. Los continuadores de su misión forman la Familia Vicenciana integrada oficialmente por las Voluntarias de la AIC, la Congregación de la Misión, la Compañía de las Hijas de la Caridad, la Sociedad de San Vicente de Paúl, la Asociación de la Medalla Milagrosa, Juventudes Marianas Vicencianas y MISEVI.

Fue desterrado por pedir al primer ministro Mazarino que en su política tuviera presente a los pobres. Pide y se le concede ser nombrado Capellán General de los presos que desde París iban a Marsella a remar en las Galeras. Funda casas para acoger a niños abandonados y, viendo el hambre que pasaban los pobres por el al mal tiempo, se desahoga diciendo: “En cuanto a los pobres, ¿qué harán y a dónde podrán ir? Confieso que ellos son mi peso y mi dolor” (Luis ABELLY, Vida del Venerable Siervo de Dios Vicente de Paúl, Fundador y primer Superior General de la Congregación de la Misión, CEME, Salamanca 1994, p. 623 (L. III, cap. XI)). Tenía presente que “no hemos de considerar a un campesino o a una pobre mujer por su aspecto exterior ni por la impresión de su espíritu, dado que con frecuencia son vulgares y groseros. Pero dad la vuelta a la medalla y veréis con las luces de la fe que son ellos los que representan al Hijo de Dios, que quiso ser pobre” (XI, 725). No dudaba que, al servir a los pobres, servía a Jesucristo. Iréis diez veces cada día a ver a los enfermos, y las diez veces encontraréis en ellos a Dios, decía a las Hijas de la Caridad (IX, 240). Supo unificar caridad y acción social. Cuando no se logra, se corrompe el cristianismo. Ya no son las personas las que toman contacto con el pobre, sino las oficinas. ¡Se acabó su genial idea de atender directamente al pobre en su casa! En Mâcon el ayuntamiento llevaba años intentando solucionar el problema de los mendigos. No lo logró hasta que pasó por allí el sacerdote Vicente de Paúl y en unos meses solucionó el problema por medio de las Señoras de la Caridad (AIC). Con la ayuda de santa Luisa de Marillac, creó escuelas para niñas pobres, orfanatos, casa de reinserción para los presos, casas de acogida para que las jóvenes no cayeran en la prostitución y creó la primera residencia de ancianos y la organizó por medio de santa Luisa, poniéndoles telares para que los ancianos pagaran su pensión y se sintieran útiles. “Se querría -escribía al Hº Parre- que todos los pobres que carecen de tierras se ganasen ellos la vida, dándoles a los hombres algún instrumento para trabajar, y a las muchachas y mujeres, ruecas, estopa y lana para hilar” (VIII, 66).

Pero la revolución mayor fueron las Hijas de la Caridad, al igualar a las chicas de clase baja con las personas de categoría en las obras de caridad que entonces eran exclusivas de los hombres y de las mujeres pudientes. San Vicente les decía: “Me diréis: Ellos son hombres y nosotras, pobres mujeres. Sabed que muchas personas de vuestro sexo, atraviesan los mares para ir a servir a Dios en el prójimo” (IX, 1054). Fueron una carga explosiva en el sistema social. No es de extrañar que la nueva Compañía preocupara al Procurador General.

Benito Martínez., C.M.

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