Ser una comunidad

por | Jun 14, 2022 | Noticias | 0 comentarios

En el proyecto de colaboración misionera entre la Archidiócesis de Braga (Portugal) y la Diócesis de Pemba, en Mozambique, en el que estoy involucrada, siempre pensamos que uno de los principales objetivos del proyecto era crear lazos de comunión entre las diócesis y aprender juntos a ser Iglesia…

Desde que empecé a trabajar en Angola, Guinea-Bissau y Mozambique, mi concepto de comunidad ha ido cambiando. En estos contextos, habiendo obviamente muchas diferencias entre ellos, la comunidad lo es todo, porque el colectivo está por encima del individuo.

Es la comunidad la que excluye a los que yerran, pero también es la comunidad que acoge a los que se han arrepentido e incluso han sido castigados, porque es la comunidad la que castiga para volver a acoger a los que pertenecen a ella. La comunidad es compasiva pero no es blanda, así que cuando se ve amenazada por el comportamiento de un individuo, hay que cuestionar a esa persona. Sin embargo, el reconocimiento y la aceptación de la humanidad y el valor de cada persona hace que siempre pertenezca a la comunidad.

Tengo en la memoria la admiración de Demba, un amigo guineano, que nos preguntó quién cuidaba de nuestros padres, es decir, de nuestros «mayores», y tratamos de explicarle que no necesitaban que los mantuviéramos porque habían trabajado toda su vida y cotizado a la seguridad social y, por tanto, tenían una pensión (y ni siquiera tratamos de explicar que hoy en día muchos padres ayudan a sus hijos, trabajadores precarios o parados, con sus pensiones). Le pareció muy extraño, diciendo que no entendía por qué no ocupábamos nosotros de ellos, al fin y al cabo es «normal», así tiene que ser en la comunidad, los más jóvenes tienen que cuidar de los mayores…

También nos resultaba difícil entender por qué Samba, nuestro compañero de trabajo guineano, que ganaba unas 10 veces más que el salario medio en Guinea-Bissau, llegaba a mitad de mes y pedía dinero por adelantado para el mes siguiente, porque ya se había gastado todo el de ese mes, es decir, había prestado a toda la familia; al fin y al cabo, si él tiene disponibilidad, es «normal» tener que ayudar a toda la familia que lo necesita, esa es la norma de la vida comunitaria. Quizá sea ésta una de las razones que impiden la creación de una «clase media», en la que cada persona se ocupa de sí misma y de su familia.

También se incluye en este sistema la tierra, la naturaleza, el «suelo» que es sagrado porque pertenece a los antepasados y no es propiedad de alguien que lo vende o hace lo que quiere con él, y por eso hay que cuidarlo —como una ecología integral—, por lo que, independientemente de ser católico, musulmán o de otras religiones o creencias, todas las personas de la comunidad tienen que honrar la tierra de sus antepasados y realizar en ella los ritos tradicionales. Así que tenemos una comunidad que acoge y cuida al individuo, al colectivo y también a la tierra que lo acoge.

En esta comunidad, las decisiones se toman después de mucho «sentarse», mucho silencio, mucha reflexión y mucha escucha. Esta comunidad se acerca a la filosofía, ahora extendida en las escuelas y en varios proyectos, que es Ubuntu. Existimos gracias a nuestra conexión con la comunidad humana. Soy alguien a través de otros. El espíritu de Ubuntu está contenido en la palabra «Comunidad».

En el proyecto de colaboración misionera entre la Archidiócesis de Braga y la Diócesis de Pemba, en Mozambique, en el que estoy involucrada, siempre hemos pensado que uno de los principales objetivos del proyecto es crear lazos de comunión entre las diócesis y aprender juntos a ser Iglesia, es decir, cuestionar lo que una Iglesia veterana y eclesial, como la de Braga, puede aprender de una Iglesia joven y ministerial, como la de Pemba. ¡Tenemos mucho que aprender! El papa Francisco nos invita a ser una Iglesia sinodal y a invitar a otros al punto de encuentro, donde todos deben escucharse. Seguidamente, cada uno debe hablar. Y eso significa comprometerse en un proceso de oración, escucha y reflexión. ¿No es esto lo que ya hacen las comunidades que he mencionado antes?

Se nos invita, en este proceso sinodal, a reflexionar sobre la comunión, la participación y la misión. Las directrices nos dicen:

Sobre la comunión: «Por su bondadosa voluntad, Dios nos reúne como pueblos diversos en una sola fe, mediante la alianza que ofrece a su pueblo. La comunión que compartimos encuentra sus raíces más profundas en el amor y la unidad de la Trinidad».

¿Tiene esta comunión alguna relación con este concepto de interdependencia que une a los hermanos de una comunidad?

Sobre la participación: «Una llamada a la implicación de todos los que pertenecen al Pueblo de Dios —laicos, consagrados y ministros ordenados— para que se comprometan en el ejercicio de la escucha profunda y respetuosa de los demás.»

¿Necesitamos aprender a sentarnos y escuchar a Dios y a nuestros hermanos con los que verdaderamente viven en comunidad?

Sobre la misión: «La Iglesia existe para evangelizar. Nunca podemos estar centrados en nosotros mismos. Nuestra misión es dar testimonio del amor de Dios en medio de toda la familia humana. Este Proceso Sinodal tiene una dimensión profundamente misionera».

¿Tendremos que entendernos (mucho) más a través de los demás?

«Cristo, haznos participar en la comunidad». Esta fue la respuesta a la oración este fin de semana en la Eucaristía a la que asistí en mi comunidad. Mucho más que «participar en la comunidad», quería realmente decir «ser comunidad».

Sara Poças
Fuente: https://www.padresvicentinos.net/

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