Mis ojos han visto la gloria (Ap 22,16; Jn 17,20-26)

por | Jun 5, 2022 | Formación, Reflexiones, Thomas McKenna | 0 comentarios

La palabra «Gloria» aparece con frecuencia en las Escrituras, en todas esas alabanzas a la Gloria de Dios y, en particular, en las peticiones de Jesús a su Padre pidiéndole que dé a los discípulos (y a todos nosotros) la Gloria que el Padre le ha dado. También están «los complementos» de la Gloria, como esa estrella brillante de la mañana en el Apocalipsis y, de hecho, el resplandor de la Estrella que se cierne sobre Belén. ¿Qué se comunica a través de esta imagen recurrente, especialmente en los evangelios?

Un significado obvio es el brillo, la luz. Hay oscuridad por todas partes, ya sean las sombras de la confusión, o el miedo, o la depresión, o el desánimo, o la persecución, o la injusticia. La gloria hace su entrada, y las tinieblas se apartan. La luz, que es el propio Ser de Dios, ilumina la escena y aclara el horizonte para que las cosas puedan ser apreciadas por lo que más auténticamente son.

Esta metáfora pretende llegar al verdadero corazón de las cosas. La gloria pone al descubierto la falsedad y desbarata la mentira; desvela la esencia de las cosas. Cuando se descubre la verdad y se ven las situaciones tal y como son, ahí brilla la Gloria de Dios. Glorificamos a Dios cuando tomamos las cosas como realmente son, y no las nublamos por razones poco amables.

Cuando la Gloria hace su aparición, la generosidad, el amor y el desinterés se filtran en la escena. Así como el Padre le ama, afirma Jesús, así nos ama Él. «Quiero que donde yo esté estén también conmigo, para que contemplen mi gloria, la que me has dado, porque me has amado antes de la creación del mundo» (Jn 17,24)

Cuando vemos el amor actuado de diversas formas, a una persona que pone el bienestar de otra por encima de su voluntad y actuar, justo ahí irrumpe la gloria de Dios.

Glorificamos a Dios en la atención que prestamos a los que sufren, como esas familias de Texas que ahora están de luto por sus hijos, o esos acosados refugiados desarraigados en Ucrania.

La gloria es el efecto y la presencia de Dios, la influencia divina que irradia a este mundo, el resplandor del propio Ser de Dios en la vida cotidiana. Como diría aquel himno de la Guerra Civil: «Mis ojos han visto la gloria de la venida del Señor». Cuando se defiende la verdad, cuando la gente sale de sí misma para ayudar al prójimo, cuando se hace justicia, ahí resplandece la gloria de Dios.

Por su parte, San Vicente relaciona frecuentemente la gloria con la práctica de la virtud. «La sencillez, que consiste en hacerlo todo por amor a Dios y no tener otro fin en todas nuestras acciones que su Gloria». La humildad… dice siempre: «Honor y Gloria sólo a Dios, que es el Ser de los Seres» (Reglas Comunes, Capítulo 2, Art. 14)

Y, sobre todo, esta presencia divina comienza a brillar cuando los fieles comparten la Eucaristía, el derramamiento del propio Ser de Dios por nosotros a través de la vida, muerte y resurrección de Jesús.

Proclamamos y promulgamos la oración: «¡A Dios sea la gloria!». Que la verdad y el amor, que son el propio Ser de Dios, brillen a través del pueblo de Dios en todas las sombras de esta tierra.

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