Repentinamente nos encontramos en guerra, bien desde nuestra propia experiencia, bien por ser testigos del dolor ajeno, bien como espectadores desde la comodidad de nuestros hogares. Somos testigos del alto precio que hay que pagar por la libertad, y del lento y arduo camino para construir la paz mediante el diálogo y la negociación.

La movilidad forzada causada por la guerra ya no es ajena a nadie. La invasión es real… al igual que el sentimiento de impotencia, abrumado por el deseo y el instinto de hacer algo.

Lo que estamos viendo apela a la solidaridad; se pueden comprender los deseos de responder con las armas. ¿Cómo escapar de la locura? ¿Cómo disuadir a alguien, ensimismado en un tiempo pasado, que no sirve a los intereses de ningún pueblo? ¿Cómo negociar y sentarse a la mesa con quienes destruyen infraestructuras, zonas residenciales y parecen querer aniquilar la cultura, la memoria y muchas vidas?

Cobra sentido esta afirmación de Nelson Mandela: «Si quieres hacer la paz con tu enemigo, tienes que trabajar con él. Entonces se convierte en tu compañero».

Creo en el poder transformador del mandamiento cristiano: amar a nuestros enemigos y rezar por su conversión, observado en pequeños gestos y contratiempos fundamentales para que no ocurra lo peor.

  • Y, de repente, una invasión no sólo de tropas, sino de imágenes, sonidos y palabras invade nuestra vida cotidiana.
  • Y, de repente nos encontramos en guerra, bien desde nuestra propia experiencia, bien por ser testigos del dolor ajeno, bien como espectadores desde la comodidad de nuestros hogares. Somos testigos del alto precio que hay que pagar por la libertad, y del lento y arduo camino para construir la paz mediante el diálogo y la negociación. El precio que hay que pagar por la resistencia es alto.
  • Y, de repente, todos estamos afectados, porque se ignoraron las señales, porque no quisimos creer, porque no quisimos involucrarnos; o estamos distraídos por otros temas, porque hay otras violencias que enfrentar y erradicar.
  • Y, de repente, estalla una guerra, que hoy sabemos, fue anunciada hace mucho.
  • Y, de repente, una invasión de inquietudes. Nos escandaliza la violencia gratuita contra civiles, personas inocentes, y a escala mundial se prevé un empeoramiento de la pobreza y la miseria.
  • Y, de repente, nos mueve el impulso y el deseo irrefrenable de ser solidarios, de hacer algo, y vemos tantos frentes de actuación, ¡tan necesarios e interconectados!
  • Y, de repente, llegan las lágrimas… ante la impotencia, lo único que podemos hacer es rezar, llorar, gritar e implorar por el fin de la guerra, pedir a Dios que nos guíe en esta búsqueda por comprender cuál puede ser nuestro papel como ciudadanos de a pie, como institución. ¿Qué más podemos hacer, aparte de pedir la intercesión de la Virgen?
  • Y, de repente, no son sólo las instituciones humanitarias formadas para estar sobre el terreno las que están presentes; de repente surge una ola contagiosa de solidaridad y cooperación en todo el país, en la Unión Europea, en Europa y en otros países del mundo.
  • Y, de repente, parece que en nosotros está la solución a los problemas que han afligido a nuestra familia humana durante tanto tiempo, ¡surge un sentimiento de hermandad y no hay fronteras!
  • Y, de repente, las religiones se unen para condenar esta guerra atroz y demencial, para ayudar y dar consuelo espiritual a tantas personas de todas las edades, y para dinamizar tantas formas de oración, católica, ecuménica e interreligiosa. Y la conversión tiene sentido. La espiritualidad tiene un lugar y es necesaria.
  • Y, de repente, nos damos cuenta de la importancia de actuar de forma coordinada y en red. La interdependencia concertada es un valor, y es el camino a seguir.
  • Y, de repente, comprendemos la importancia de la verdad y de las fuentes fiables, de los medios de comunicación imparciales, porque ¡se necesita tener discernimiento! Agradecemos el valor de tantos periodistas y reporteros gráficos que van al conflicto, estan sobre el terreno y cuentan lo que ven, y la sensibilidad de los que se quedan. ¡Qué bendición el don de las lenguas, de los intérpretes y traductores, para conocer y comprender mejor!
  • Y, de repente, la petición de corredores humanitarios cobra sentido, se entiende mejor el significado de las vías legales y seguras, la importancia de la acogida y lo absurdo de crear muros a los que huyen de una guerra… Al fin y al cabo, habitamos el mismo planeta y todos tenemos derecho a sentirnos en casa.
  • Y, de repente, lo que está lejos se hace más cercano; ellos podrían ser nosotros, brota un auténtico sentimiento de hermandad y un sentimiento infantil que pregunta: ¿Por qué? ¿Hasta cuándo? ¿Por qué no hemos actuado antes?
  • Y, de repente, al ser testigos de los horrores de una guerra sin sentido, respondemos de forma muy espontánea: Acoger a quienes huyen de una guerra es lógico, va en contra de nuestra humanidad discriminar por la piel, la nacionalidad o incluso la religión; ampararles es urgente y necesario, y naturalmente las leyes de la humanidad deben ser otra forma de cobijo y refugio a escala internacional, es de lesa humanidad quitar la vida gratuitamente, no respetar los acuerdos, lucrarse con la tragedia y la vulnerabilidad de tantas mujeres, niños, ancianos y enfermos, manipular para explotar, traficar y vender vidas humanas. Es evidente que la necesidad de promover la paz y la justicia depende de la forma en que nos educamos y organizamos como sociedad, y de la forma en que construimos y gestionamos las políticas públicas a la luz del derecho internacional y de los pueblos. Los valores que unen a tantos países y civilizaciones, y que nos permiten promover el diálogo y construir plataformas de entendimiento, no son abstractos. Es cada vez más urgente promover el desarrollo, como una tarea de todos y cada uno de nosotros, en esta dinámica de desarrollo conjunto para aprender a integrar, a colaborar, para construir. Al compartir lo que somos, crecemos en la capacidad de incluir; al reconocer que somos hermanos y hermanas, abrimos fronteras al sentimiento de pertenencia, porque habitamos la misma casa común.

Con la certeza de que nada será como antes, afrontamos la fragilidad del tiempo como una oportunidad para hacer algo distinto y soñar con un mundo diferente.

¿Y si no tuviéramos armas nucleares? En 2017 se promovió un acuerdo por parte de Naciones Unidas plasmado en el Tratado de Prohibición de las Armas Nucleares, en el que los estados miembros se comprometieron a erradicar las armas nucleares en el mundo. El acuerdo fue votado en la Asamblea General de la ONU, siendo aprobado por 122 países; sin embargo, sólo 51 países lo ratificaron, lo que permitió que el acuerdo entrara en vigor el 22 de enero de 2021, tras superar la barrera mínima de 50 países.

Eugénia Quaresma
Fuente: https://www.padresvicentinos.net/

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