Culpa y esperanza las tenemos todos

por | Mar 17, 2022 | Formación, Reflexiones, Ross Reyes Dizon | 0 comentarios

Jesús es la Buena Nueva de salvación.  Nos llama él a que nos convirtamos los que hemos pecado todos por nuestra culpa.  Así se nos da esperanza.

Al enfrentarse con males, cual los crímenes en las guerras, muchos se preguntan:  «¿Dónde está Dios?».  Como si él tuviera la culpa.  ¿Por qué los permite él?  ¿Por qué no interviene?  En efecto, se le interroga al Creador que nos dota a los hombres de libre albedrío.

Las preguntas dan a entender que se busca explicar los desastres que ocurren.  Y una exlicación fácil es:  un desastre se debe a la culpa de la víctima o de su padre o madre.

No es que busquen una exlicación los que le traen a Jesús la noticia del asesinato sacrílego de unos galileos.  De hecho, nada se cuenta de la razón de la noticia.  Pero el que la recibe pone en cuestión la explicación fácil.  Hasta pasa por alto él toda explicación.  Le basta con decir que todos, los galileos y los de Jerusalén, se tienen que convertir para que no perezcan.

En la culpa nacimos todos.

Se nos enseña que nos extraviamos todos, que no hay uno que obre bien (Sal 14, 3; 53, 4).  Y nuestra conciencia nos dice que es veraz tal enseñanza.

Pues nos encerramos en nuestros intereses; no nos preocupamos del bien de la otra persona.  Solo la queremos usar o, mejor dicho, queremos abusar de ella, como si fuese objeto de nuestros placeres y ambiciones.

Y estas pasiones nacen de la misma codicia por la que caemos.  Es que envidiamos a los malos que prosperan (Sal 73).  Y al no lograr lo que ambicionamos, acabamos en las luchas, las contiendas y aun las guerras (Stg 4, 1-5).

Nuestra culpa, sí, destroza y desgasta a nosotros mismos, al prójimo, el bien y el bienestar de la sociedad.  Y como nuestra culpa, al igual que una enfermedad (véase reliquia, núm. 7), nos deja débiles a los hombres, se nos predispone a caer.

Tenemos todos la culpa, pero no desesperamos.

Hemos pecado todos, pero nos queda la esperanza de ser justos por la gracia de Dios, por medio de la redención de Jesucristo (Rom 3, 23-24).  Éste es el viñador que todo lo hace para que dé higos la higuera estéril.

Es por eso que es solidario con los hombres; se hace igual que nosotros en todo, menos en la culpa.  Carga él con nuestros males y soporta nuestros dolores.  Y aunque no conoce pecado, se deja triturar por nuestros pecados.  Toda culpa de nosotros, extraviados todos cual ovejas, la carga, sí, el que es en persona la compasión de Dios que oye los gritos de los pobres.  Y esa compasión se consuma en la cruz y se recuerda en la Eucaristía.

Está de más decir que tal compasión es lo que nos alienta y nos salva.  Dios está con nosotros.  Pero, «¿dónde estamos nosotros?»

Nos toca, por lo tanto, acoger la compasión y beberla de la roca que es Cristo.  Y si la atesoramos en el corazón, daremos fruto que busca Dios.  También contribuiremos a que se haga fuerte la humanidad.  Y se dirá de nosotros que de verdad vivimos en Jesucristo por su muerte y morimos en Jesucristo por su vida (SV.ES I:320).

Señor Jesús, borra en nosotros toda culpa.  Perdónanos por haber ignorado tu presencia en los pobres y por no haberte atendido a ti en ellos.

20 Marzo 2022
3º Domingo de Cuaresma (C)
Éx 3, 1-8a. 13-15; 1 Cor 10, 1-6. 10-12; Lc 13, 1-9

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