La persona sencilla es auténtica

por | Mar 5, 2022 | Benito Martínez, Formación, Reflexiones | 0 comentarios

La humildad se compara a la quilla de un barco que, escondida bajo el agua, facilita la navegabilidad y es el soporte de las cuadernas o costillas del barco, y la sencillez es la figura, la estampa del buque, el aire con que navega, y aplicándolo a un vicentino, la humildad es el soporte de su vocación y la sencillez es la naturalidad en su comportamiento sin engaño ni doblez. Quien obra en consonancia con su naturaleza es sencillo, quien la disimula y se amanera, no es sencillo. Solo la persona auténtica es sencilla, porque es lo que debe ser y pone conformidad entre lo que piensa y lo que expresa, entre lo que es y lo que aparenta ser. Tiene pureza de intención, es limpio de corazón. Su vida es un testimonio y una referencia para que los demás descubran que lo oscuro y complicado no es propio de personas inteligentes y que la claridad en las ideas tampoco es vulgaridad. La vida aparece a veces como un cauce de agua; cuando está turbia y no vemos el fondo, nos imaginamos que es hondo, aunque solo tenga un palmo de profundidad, mientras que si el agua va clara pensamos tocar el fondo con la mano, aunque esté a metros de la superficie.

El pueblo humilde, asqueado, grita que todo es mentira, al ver a poderosos explotando, a políticos corruptos, a la gente engañándose unos a otros y a eclesiásticos defendiendo lo indefendible, y pide a la Familia Vicenciana que viva con autenticidad, con sencillez, pues Jesús dice que “la lámpara del cuerpo es el ojo. Si tu ojo es sencillo, todo tu cuerpo estará luminoso”,

Pero la naturaleza humana, al unirse en Cristo a la naturaleza divina, ha sido elevada al estado sobrenatural y ha recibido el don del Espíritu Santo que forma ya parte de la naturaleza de las personas. Por ello, la autenticidad o sencillez del vicenciano se resume en dejarse guiar por el Espíritu Santo que da el carisma de humildad y sencillez, propio del espíritu que propusieron san Vicente de Paúl, santa Luisa de Marillac y el beato Federico Ozanam, aunque necesiten el apoyo de un acompañante, a poder ser un miembro de la Familia Vicenciana, hombre o mujer, sacerdote, religioso o seglar que esté a su lado y le escuche.

El mundo moderno menosprecia la sencillez, pero, al mismo tiempo, exige que no engañemos. A la gente le molesta ser engañada, pero alaban y hacen ídolos suyos a los políticos que saben disimular, que no dicen la verdad, que llevan doble vida. El ansia de vivir con naturalidad ha invadido de tal modo a una parte de la juventud moderna que ha llegado a la desfachatez y al descaro.

La sencillez vicenciana crece en un huerto dando savia a un caudal de virtudes. No es exagerado confesar que, si la humildad es el sostén de todas las virtudes, la sencillez las hace virtudes. La sencillez nace de la caridad, y es la raíz de la humildad. De la sencillez surge el desprendimiento y la generosidad de compartir las cosas. La generosidad es algo más que ofrecer cosas materiales, es dar de uno mismo aquello que no tiene precio: paciencia, amistad y apoyo. Con el espíritu de dar prioridad a los demás, los que adoptan la sencillez ofrecen su tiempo gratuitamente. La persona sencilla puede tener una apariencia carente de atractivo, pero para los que poseen el discernimiento esa persona es encantadora. El alma sencilla experimenta la visión de Dios en la oración y le ve en las compañeras a las que mira como a mujeres consagradas a Dios igual que ella, y a los pobres como miembros dolientes de Jesucristo. Si una persona humilde no es sencilla, ¿cómo puede ser humilde siendo pretenciosa o amanerada?

Jesús rechazaba a los fariseos porque eran hipócritas, sepulcros blanqueados; impresiona la advertencia de que el Padre oculta los misterios de la salvación “a los sabios y entendidos y se los revela a los sencillos”, y que sólo los sencillos, los limpios de corazón verán a Dios. Y san Vicente decía que la sencillez era su evangelio y la virtud que más apreciaba, y añadía que Dios da la contemplación “a las personas senci­llas” (IX, 385, 546, I, 310). Y santa Luisa de Marillac lo experimentó al ir a comulgar: “sentí, al ver la Santa Hostia, una sed extraordinaria que partía de un sentimiento de que él quería darse a mí con la sencillez de su divina infancia” (E 109)

Convivir en una comunidad es fácil si hay sinceridad y confianza, si se comparte y todas participan en los trabajos y en los disfrutes, porque, si la comunidad es un grupo de amigos que se quieren, es esencial fiarse unos de otros. Santa Luisa recordaba la sencillez con las compañeras sin buscar doble sentido en sus actuaciones y lealtad para no descubrir los secretos (c. 657). Pedía que fueran sencillos el vestido, los muebles y la casa en la que vivían[1]. ¡Cuánto le dolió contemplar que algunas de sus hijas en ciertas situaciones pedían alimentos delicados, compraban ropa elegante y se instalaban en su cuarto como “grandes señoras”! E indicaba que las Reglas necesitaban “más de brida que de espuela” (c. 559). Tanto valor daba a la sencillez que un día redactó en un papel que su falta podría ser una de las causas de la ruina de la Compañía (E 101). Si falta, el pobre se siente engañado y utilizado por los poderosos, y al vicentino le toma como un aliado de los ricos. Adaptarse al ambiente del pobre, equivale a llevar una vida sencilla como un don que ha recibido de Dios. Quien da siente el gozo de hacer felices a otras personas. “Hay más gozo en dar que en recibir” (Hch 20, 35).

Benito Martínez., C.M.

Nota:

[1] c. 504, 536, 544, 553, 574.

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