“El que quiera seguirme, niéguese a sí mismo…”
Dt 30, 15-20; Sal 1; Lc 9, 22-25.
Para entrar en el Reino de Dios, que es el Reino del amor, Jesús nos indica un camino que, paradójicamente, se inicia “negándose uno a sí mismo”. Es la puerta por la que el verdadero discípulo puede entrar, de verdad, a la vida de amor. El camino hacia la dicha atraviesa el Calvario. En el evangelio de hoy Jesús anuncia su muerte y resurrección, mostrándonos que a la luz se llega cruzando la oscuridad, que la felicidad, el consuelo, la paz y la pureza del corazón (es decir, “la bienaventuranza”) se consiguen por caminos tortuosos, de renuncia y aparente derrota.
Nuestro “ego” tiende a encerrarse en sí mismo, a buscarse, a afirmarse frente a los demás. Sin embargo, Jesús nos dice que, renunciando a ese “ego-ísmo” es como se revela nuestro verdadero ser luminoso. ¿Qué pide Jesús cuando habla de “negarse a sí mismo”? Pide negarse a sí mismo como ídolo, es decir, renunciar a ser yo mi propio ídolo, el principio y fin de todo. El mandamiento primero del Decálogo condena, fundamentalmente, la idolatría: “Escucha, Israel, el Señor nuestro Dios es uno solo. Amarás al Señor, tu Dios…”. La “egolatría” es la forma más sutil y más común de “idolatría”. Y la más contraria al evangelio.
Fuente: «Evangelio y Vida», comentarios a los evangelios. México.
Autor: Silviano Calderón S. C.M.
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