Cor 4, 7-15; Sal 123; Lc 9, 23-26 (Mc 6, 30-44).
¡Qué felices los discípulos de Jesús! Llegan a contarle sus grandes hazañas y Él los escucha con gusto y se los lleva a descansar. ¿Acaso no se lo merecían? Pero de pronto, Jesús les da una tremenda lección: aún no habían hecho lo suficiente. Jesús vio la multitud “y sintió lástima de ellos”. La lástima puede ofender cuando es sólo hipocresía y no solidaridad verdadera.
No es así para Jesús. A él le duelen de verdad los pobres. Le lastiman tanto los sufrimientos de la gente que no puede descansar sin atenderlos, simplemente porque ellos son creaturas de su Padre. Él los hizo para que fueran felices, pero ve con claridad que la ambición humana y las injusticias no paran, siguen y siguen hasta multiplicar el número de los excluidos y la intensidad de sus dolores.
Cuando veo cómo se repiten estas situaciones y cómo acude la gente a buscar la ayuda de Jesucristo, que está con nosotros multiplicando el pan y distribuyéndolo, tengo miedo de no saber entregarme a la misión con el mismo fuego del Señor, que fue capaz de renunciar a su descanso para enseñar a sus discípulos a servir sin medida, aun sabiendo que no remediaría del todo la situación de la gente. Difícil medida del amor la que Dios nos pide hoy.
Fuente: «Evangelio y Vida», comentarios a los evangelios. México.
Autor: Aarón Gutiérrez Nava C.M.
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