La Niña

Entre caminos largos
con el canto de la mañana
los vicentinos caminaban
al pie de un paredón
seguido de un barranco,
mucho polvo en los zapatos
y alegría en el corazón.

Con el sol en la frente visualizamos
una cerca hecha de resortes de colchón,
alambre anudado en trozos de ramas secas
luego vimos entrar a un señor,
ya de avanzada edad, con una carreta,
una blanca y vieja camisa blanca pero limpia
y corrimos a saludar.
Nos dejo entrar a su casa,
de dos por tres metros,
láminas oxidadas por techo y pared.

“Mi niña se pondrá contenta
¡Vengan! Adentro está”.
Al entrar, una viejecita sonriente,
tan alegre y platicadora,
vaya que daba gusto escuchar,
posada en una silla mecedora
que alguna vez de mimbre fue.

En una camita
un montón de peluches.
Preguntamos: “¿Son de la niña?”
Y la viejecita contestó: “Son mi adoración
junto con la estampa de la Virgen,
pero el que me los trae es mi tesoro”.

Dejamos una bolsa de víveres
pero nos llevamos un regalo,
la alegría de ellos dos.

Muchas veces volvimos
pero cada visita
ellos la volvían muy especial.
Dos ancianos por la vida,
pero no solos,
él con su niña
y la niña con él;
ella aguardando en su casa
porque sus piernas no podía mover,
él caminando por los basureros
así buscaba algo que podía recoger
y para sorprender a la niña
cada peluche que recogía lo lavaba bien,
solo para ver la sonrisa
en la cara de su amada niña.

Hacercándose la Navidad les preguntamos:
¿Qué desean de regalo de Navidad?
Él dijo: “Qué mi niña esté siempre alegre y sana,
eso es lo que necesito yo”.
Ella dijo: “Lo tenemos todo;
yo lo tengo a él, él me tiene a mí
y Dios que nos cuida”.
“Pero queremos hacerle un regalo ¡Insistimos!”
Después del silencio ella dijo:
“Nunca he tenido un peluche nuevo.”
Alguien le dijo: “Se lo cambio por uno de esos.”
Y ella contestó:
“Entonces no lo quiero,
porque esos me los regaló mi amor”.

Judith Guerra de Ágreda,
SSVP El Salvador