“Un río alegra a la ciudad de Dios”

Ez 47, 1-2. 8-9.12; Sal 45; Jn 2, 13-22.

El evangelio de hoy nos muestra aquel pasaje en el que los judíos no entendieron las palabras de Jesús: “destruyan este templo”. Jesús se refería a su inminente muerte y posterior resurrección. Pues bien, aun cuando han pasado dos mil años, todavía nos cuesta trabajo entender muchas de las palabras de Jesús, seguimos yéndonos por caminos que no conducen propiamente a Dios.

¡Cuántas veces hemos convertido nuestra Iglesia en un gran mercado, intentamos comprar o vender la salvación, nos acomodamos a los ritos y tradiciones religiosas y poco nos interesa el verdadero proyecto de vida que Jesús nos propone! ¡Cuánto nos cuesta vivir profundamente el mandamiento del amor a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a uno mismo!, no le damos el verdadero sentido a las palabras “hagan esto en memoria mía” y mucho menos tenemos en consideración el “vayan por todo el mundo y prediquen el evangelio”.

Que el Señor infunda en nuestro corazón el verdadero celo por la reconstrucción de la Iglesia, Pueblo de Dios en camino, considerando que un medio eficaz para ello es vivir en unión y fraternidad en la pequeña comunidad donde compartimos nuestra fe.

Fuente: «Evangelio y Vida», comentarios a los evangelios. México.
Autor: Seminaristas del Seminario Vicentino de Tlalpan, Ciudad de México

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