Todos nacemos con una vocación

por | Ago 21, 2021 | Benito Martínez, Formación, Reflexiones | 0 comentarios

Con esto del coronavirus, de los adolescentes migrantes no acompañados, del verano sin fiestas, nos sentimos desorientados en la vida. Sin embargo, cada hombre o mujer se siente inclinado a realizar un proyecto por medio de una profesión. Si acepta este proyecto siente que se realiza su vida; y entonces decimos que realiza su vocación. Un animal se adapta al ambiente, pero no puede hacer proyectos. El hombre hace proyectos sobre sí mismo y sobre el mundo para recrearlo y perfeccionarlo. Pero como la creación es obra de Dios, Dios es el único que puede dar a cada hombre una tarea, una vocación para realizar un proyecto acomodado al proyecto de Dios. En esto se resume la vocación cristiana, en unificar el proyecto del hombre con el Proyecto de Dios.

Cuando nace una niña o un niño, Dios quiere algo de ellos y en algún momento de su vida les indicará el camino apropiado para realizar su misión y realizarse como personas, siguiendo a Jesucristo. Ese camino suele llamarse vocación específica. Dios no le manifiesta el camino directamente, se lo indica a través de las mediaciones, el temperamento, la familia, los amigos. Como la vocación no es una certeza matemática sino de fe, el inicio de la vocación puede ser un sentimiento vago, una nebulosa que poco a poco va dominando a quien se siente llamado. Para que la vocación sea firme, el creyente debe acogerla convencido de responder a Dios. Ya tiene su profesión, su destino y el camino a seguir. Ya tiene su vocación específica.

El proyecto del Padre es redimir al mundo, realizar la nueva creación, un Reino de Dios de justicia, de a­mor y de paz por medio de Jesucristo, su Hijo. Por el bautismo Cristo incluye a los bautizados en su forma de vida para anunciar y construir ese Reino. Los cristianos tienen la tarea de anunciarlo y de implantarlo en la tierra. Al anunciar el Reino de Dios hay cristianos que anteponen su persona, su familia y sus intereses a los ajenos. Otros se entregan a Dios y le dan su vida y su trabajo para implantar primero en los demás su Reino y encontrar así la salvación y la felicidad. Este proyecto de vida se convierte en la vocación de personas consagradas a Dios, concretando la consagración bautismal y viviendo los consejos evangélicos en el sacerdocio o en la Vida consagrada.

En la primera mitad del siglo XVII se pensaba que para tener vocación bastaba desear ser sacerdote o entrar en una institución religiosa, ya que el sacerdocio y la vida religiosa son los ministerios más grandes que puede ejercer un hombre y lo mejor que puede desear. Es la idea que propagaba san Francisco de Sales y defendía san Vicente hasta 1636, pero desde este año le convence más la idea del Oratorio de Bérulle de que la vocación personal es una llamada específica de Dios. Ciertamente la llamada divina está determinada por las cualidades personales y las condiciones sociales y familiares[1].

Mirando el panorama de la sociedad y de los partidos políticos, parece que hoy día la vocación de todo el mundo es ganar dinero, tener poder y deslumbrar con el prestigio. Así lo manifiestan las familias, cuando imponen a sus hijos la carrera que deben estudiar mirando solo los frutos económicos, y el de las personas, cuando enfocan su vida únicamente a esos objetivos materiales. El evangelio y la vocación personal como don divino no cuentan. En la sociedad moderna se olvida vivir el evangelio e implantar el Reino de los Cielos en este mundo. Sin embargo, no se puede olvidar que vivir contento por saber que camina de acuerdo con sus aspiraciones y poder desarrollar las cualidades personales da satisfacción y felicidad. Son objetivos a los que empuja su vocación vicentina a las Voluntarias de la AIC, a los misioneros paúles, a las Hijas de la Caridad y a los miembros de la Sociedad de San Vicente de Paúl, seguidores de Federico Ozanam y sus seis compañeros.

[1] I, 343, 358; II, 253; III, 111. Ver René TAVENEAUX, Le catholicisme dans la France classique 1610-1715, t. I, S. E. D. E. S. Paris 1980 p. 158-159.

P. Benito Martínez, CM

Etiquetas: coronavirus

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