El sufrimiento

por | Jul 7, 2021 | Formación, Reflexiones, Víctor Martell | 0 comentarios

El otro día se me acercó un hermano del cual me habían comentado que perdió un familiar muy cercano, en el derrumbamiento del edificio de Surfside, al norte de Miami Beach. Lógicamente, lo abracé y le hice partícipe que estaba muy apenado por el fallecimiento de alguien de su familia. Me miró fijamente a los ojos y, con la voz entrecortada por el llanto, me dijo: «Es que el familiar que enterré es a mi hijo». Sentí como un latigazo en mi cuerpo; aquello era lo más doloroso que podía escuchar, la muerte de su hijo, de su único hijo, su primogénito, era mucho más de lo que yo estaba preparado para tratar de con mis palabras aliviar su pena.

Le dije:

Hermano, es mentiroso que yo te diga que comprendo tu dolor; porque el sufrimiento por el cual estás pasando, solo se sabe cuando se ha vivido en la propia carne, y se ha sentido una lanza clavada en nuestro corazón. Solo puedo decirte que la vida merece ser vivida hasta su fin natural. El cristianismo existe, precisamente, para darle un significado sobrenatural y benéfico al sufrimiento. El alivio que tú necesitas en este momento, no es como la recuperación física, después de una enfermedad, cuando esta se termina y la persona, generalmente, cuando se cura puede llegar a ser la misma que fue. De la enfermedad seguro que sales curado, pero del sufrimiento surge una nueva persona. Y debes vivir el resto de tu vida con ello. Tú vas a descubrir que hay cosas que podrás controlar y otras que no, yo sé que nunca conseguirás que el dolor desaparezca, ni olvidar a tu hijo, pero Dios es muy grande y verás que, poco a poco, vas a sentir un grado de tranquilidad y no sabrás de donde salió.

Y algo que muchos no podemos comprender es que nuestros hijos Dios nos lo dio para que cuidáramos de ellos, para que lo atendiéramos, para que nos hicieran sufrir; pero que solamente los tenemos prestados, claro está que muchos de nosotros moriremos antes que ellos. Que podremos hacer si Él los llama primero únicamente, ¡Él sabe por qué! ¡Que Él, con su infinita bondad, te dé esa tranquilidad que tanto necesitas! Amén.

Por Víctor Martell

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