La Hija de la Caridad encuentra a su Esposo

por | Mar 20, 2021 | Benito Martínez, Formación, Hijas de la Caridad, Reflexiones | 0 comentarios

Se acerca el día de la renovación de los votos de las Hijas de la Caridad. El día de su desposorio con Jesús, el hijo de María. El lema que circula por las redes sociales durante esta pandemia es “quédate en casa”. Pero la Compañía de las Hijas de la Caridad ha sido fundada, y así la considera la gente, para socorrer a los pobres. Sin embargo, además de su actividad, hay otro aspecto que la gente suele dejar de lado y es apropiado para esta situación, es su oración contemplativa. A san Vicente se le suele llamar el “místico de la acción”[1], porque su unión con Dios alimentaba su apostolado, y debiera ser uno de los apodos de las Hijas de la Caridad, para indicar que oración y acción, contemplación y encarnación forman una misma vida en ellas, ya que “el servicio de las Hijas de la Caridad es al mismo tiempo, mirada de fe y puesta en práctica del Amor, del que Cristo es fuente y modelo” (C. 16b).

Aunque se piense que la contemplación es propia de las religiosas de vida contemplativa, y no de las Hijas de la Caridad, san Vicente de Paúl, su fundador, se la recomienda, y santa Luisa de Marillac, su fundadora, aclara que la oración contemplativa las convierte en esposas de Jesucristo que en la comunión las conduce a su casa como esposas: después de poner nuestra alma en paz, iremos a recibir este augusto Sacramento como a nuestro Esposo, suplicándole que tome posesión de nosotras, uniéndonos enteramente a su voluntad como a la de nuestro Esposo (E 99). La eucaristía es un banquete nupcial donde Cristo, el Esposo, celebra el desposorio con cada Hermana y la lleva a su hogar, atados por el amor y no por las estructuras. Si las estructuras sofocan el corazón, la Hermana es un cadáver. Y nunca el Cordero se casará con un cadáver.

Pero las Hermanas viven en comunidades y el Apocalipsis (21, 9s) cuenta la boda de un Cordero, Cristo, que se desposa con la ciudad santa de Jerusalén que desciende del cielo, símbolo de la comunidad. La comunidad es lo contrario de la torre de Babel construida por los hombres para tocar el cielo; la comunidad desciende del cielo, la ha construido Jesús, el esposo, pero es la esposa quien la amuebla y la engalana. Cuenta también que viene un ángel y dice: Ven, te mostraré a la desposada, a la esposa del cordero. La desposada se convierte en esposa, sin que aún haya ido a vivir con el esposo ni haya consumado las nuncias; el ángel habla de esta fase intermedia, en la cual el esposo aún podía repudiar a la esposa y, por ello, se aconsejaba a las jóvenes que no le concedieran relaciones durante este periodo que variaba entre dos y seis meses, sino que esperara a que el esposo la llevara a su casa como casada y completara la boda. Es la situación en que se encontraba María cuando, después de pasar tres meses cuidando a su pariente Isabel, volvió a Nazaret y José vio que María iba a tener un hijo, habló con ella, se puso en oración y Dios le comunicó que el niño que llevaba María en su seno era obra del Espíritu Santo, y la llevó a su casa como esposa. También san Agustín decía a su comunidad que podía entregarse a Cristo, aunque solo fuera una desposada, porque Cristo era fiel y nunca la repudiaría.

La comunidad, la joya del Esposo Jesús

Hace años se decía que el hombre no llevaba joyas, porque la joya que lucía era su mujer. La joya que luce Jesucristo ante los pobres es la Hija de la Caridad. Su esplendor es el de una joya. Sin luz una joya es una estructura endurecida de piedra o carbón. La Hija de la Caridad es la joya que luce el Esposo Jesús.

El Apocalipsis da un giro y dice que la comunidad, el hogar de los recién casados, está rodeado de un muro alto que lo separa de lo que no es Dios. Las Hijas de la Caridad, son personas humanas, como los discípulos que reunió Jesús en comunidad, y que la gente los veía pecadores como todos. La esposa está en el mundo, pero no es del mundo. Del mundo asume todo aquello que no cambie su identidad de desposada.

En la comunidad de las Hijas de la Caridad se respira el amor entre los esposos. Es un Hogar con muros de jaspe y de oro semejante al vidrio puro. El oro puro es símbolo de la divinidad y la belleza del vidrio puro es símbolo de la sencillez sin doblez. Hacer una vivienda de oro divino le pertenece al Esposo, a la esposa le toca embellecerla y convertirla en una perla. La ostra, cuando le entra un grano de arena, lo cubre de nácar y lo convierte en perla. La perla es solo una impureza transformada. La comunidad puede recubrir de nácar y convertir en perlas las impurezas de las Hermanas que se asombran al ver que la imperfección que las molestaba se ha convertido en una perla por medio de la oración contemplativa, como le sucedió a santa Luisa: “Nuestro Señor me daba el pensamiento de recibirle como al esposo de mi alma, y aun, que esto era ya una forma de desposorios, y me sentí fuertemente unida a Dios en esta consideración que fue extraordinaria, y tuve el pensamiento de dejarlo todo para seguir a mi Esposo y de mirarlo de aquí en adelante como a tal, y de soportar las dificultades que encontraría como recibiéndolas en comunidad de sus bienes” (E 16).

El Apocalipsis sigue diciendo que del Señor Dios y el Cordero brota un río del agua de la vida. El agua de la vida es el sueño de los desposados que sueñan con que su matrimonio será para siempre. A pesar de la muerte, la esperanza y la alegría de la Hermana desposada con Cristo colman el sueño y el deseo de alcanzar la vida eterna. Por eso se aplica el versículo del Apocalipsis: “en medio de la plaza, a una y otra margen del río, hay árboles de Vida, que dan fruto doce veces, una vez cada mes; y sus hojas sirven de medicina para los gentiles”. Este árbol se equipara al árbol de la vida en el Paraíso y al nuevo hogar de los desposados, la comunidad convertida en un edén, que ofrece a las Hermanas el fruto de la vida divina para que lo coja y coma.

P. Benito Martínez, CM

Nota:

[1]Jerónimo Nadal aplica a san Ignacio de Loyola la frase en latín: simul in actione contemplativus (al mismo tiempo contemplativo en la acción).

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