Sobre la limosna (2)

por | Dic 21, 2020 | Federico Ozanam, Formación, Javier F. Chento, Reflexiones | 0 comentarios

Os invitamos a descubrir a través de sus propios escritos a Federico Ozanam, cofundador de la Sociedad de San Vicente de Paúl y uno de los miembros más queridos de la Familia Vicenciana (al que, tal vez, aún conocemos poco).

Federico escribió mucho en sus poco más de 40 años de vida. Estos textos —que nos llegan de un pasado no muy lejano— son reflejo de la realidad familiar, social y eclesial vivida por su autor que, en muchos aspectos, guarda similitudes con la que se vive actualmente, muy en particular en cuanto se refiere a la desigualdad y la injusticia que sufren millones de empobrecidos en nuestro mundo.

Comentario:

Federico defiende que hay servicios que no se pueden pagar con dinero o, en todo caso, que no se pagan como merecen, y pone dos ejemplos: los sacerdotes que entregan su vida para consolar a los afligidos y los soldados que defienden la patria contra las agresiones que sufre. ¿Cómo podríamos pagar a quienes entregan su vida para el servicio de los demás?

La Iglesia está al servicio del pueblo. No es una empresa que ofrezca servicios profesionales, ni en modo alguno una oficina de recaudación. En ella, los sacerdotes —entonces y ahora— reciben modestas compensaciones económicas por su tareas. También, la inmensa mayoría de las órdenes religiosas nacieron con el espíritu de vivir pobremente: así, los consagrados en la Iglesia procuran seguir los pasos de Jesucristo, que vivió con toda sencillez.

Al pobre que pide limosna no se le humilla si es tratado «como al sacerdote que me bendice y como al soldado que se deja matar por mí». Pero es necesario que, a la ayuda material, unamos el trato personal y cercano, el consejo que anima, la caricia que reconforta. Se trata de reconocer en el pobre a una persona con la misma dignidad que el resto, que pasa necesidad, y que está en nuestras manos el poder aliviarla.

El pobre tiene un lugar preeminente en el Reino de Dios. La predilección de Jesucristo hacia los desamparados es clara y manifiesta. Si el pobre tiene un lugar tan importante en el Reino, ¿cómo podríamos consentir que se diga que es un ser inútil? Federico recuerda que, entre otras cosas, los pobres ofrecen sus sufrimientos, que participan de los sufrimientos del mismo Cristo, y oran por nosotros.

No quiere decir esto que deseemos que haya pobres, ni que nada se pueda hacer para acabar con la pobreza. Al contrario: si nuestras obras se plantean desde un mero asistencialismo, estamos haciendo algo mal, pues nuestra misión es terminar con la miseria y el dolor que sufren tantos seres humanos en nuestro mundo.

La eminente dignidad del pobre nos pone a su servicio, «como a nuestros amos», diría san Vicente[10]. Auxiliarles no es, por lo tanto, un acto de piedad, sino un acto de justicia, porque estamos obligados, desde la fe, a ayudar al pobre.

Sugerencias para la reflexión personal y el diálogo en grupo:

  1. ¿De qué maneras colaboramos al sostenimiento de nuestra Iglesia, para que pueda seguir habiendo creyentes que auxilien a los necesitados?
  2. La sencillez de vida, ¿forma parte de nuestros objetivos personales y comunitarios? ¿En qué se concreta?
  3. ¿Cómo compaginan nuestras instituciones vicencianas la atención directa al pobre, en sus urgencias inmediatas, con las iniciativas encaminadas a superar su situación de necesidad?
  4. En particular, la expresión «la eminente dignidad del pobre», ¿qué significa? ¿Qué consecuencias tiene para nuestra vida?

Notas:

[1]   El 12 de julio de 1790 se aprobó en Francia la Constitución Civil del Clero, por la que los eclesiásticos se convertían en funcionarios del Estado francés, recibiendo, por tanto, su salario del mismo. Tanto obispos como sacerdotes debían prestar juramento de fidelidad a la nación.

[2]   Antigua moneda francesa (escudo francés). Su valor varió considerablemente con el tiempo. El escudo desapareció durante la Revolución francesa, pero las monedas de 5 francos de plata acuñadas durante el siglo XIX fueron la continuación de los antiguos escudos, por lo que los franceses las llamaban écu. El salario de un sacerdote en Francia a mitad del siglo XIX es, por tanto, 500 francos al año, un salario medio-bajo.

[3]   Moneda francesa equivalente a cinco céntimos de franco.

[4]   Los franceses comenzaron a colonizar el norte de África en 1830. Cuando Federico escribe este artículo, los militares franceses estaban guerreando con las tropas del emir Abd al-Qádir.

[5]   El texto francés dice «cuarto piso», donde estaba la buhardilla.

[6]   Cf. Mc 14,7.

[7]   Cf. Mt 25.

[8]   Expresión usada también por el papa Pío XII, en su discurso al enviado extraordinario y ministro plenipotenciario de la Soberana Orden Militar de Malta, S.E. el conde Stanislao Pecci, del 30 de marzo de 1941.

[9]   Texto perteneciente al sermón para el Domingo de Septuagésima (tercer domingo antes del Miércoles de Ceniza), de Jacques-Bénigne Bossuet (1627–1704), pronunciado en la capilla de la Casa de la Providencia de París, el 9 de febrero de 1659. Federico menciona a Bossuet en varias ocasiones a lo largo de su obra.

[10]  Cf. SVP ES XI, 393.

Javier F. Chento
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