Sobre la limosna (1)

por | Dic 14, 2020 | Federico Ozanam, Formación, Javier F. Chento, Reflexiones | 0 comentarios

Os invitamos a descubrir a través de sus propios escritos a Federico Ozanam, cofundador de la Sociedad de San Vicente de Paúl y uno de los miembros más queridos de la Familia Vicenciana (al que, tal vez, aún conocemos poco).

Federico escribió mucho en sus poco más de 40 años de vida. Estos textos —que nos llegan de un pasado no muy lejano— son reflejo de la realidad familiar, social y eclesial vivida por su autor que, en muchos aspectos, guarda similitudes con la que se vive actualmente, muy en particular en cuanto se refiere a la desigualdad y la injusticia que sufren millones de empobrecidos en nuestro mundo.

Comentario:

En los próximos textos vamos a reflexionar sobre un artículo completo de Ozanam, demasiado largo como para hacerlo de una vez, pero que se encuentra entre las páginas más excelsas (y, lamentablemente, también más desconocidas) de Federico. En 1848, en el periódico l’Ère nouvelle, él escribió una buena parte de su pensamiento social, ideas que también formaron parte de su programa como candidato a la Asamblea Nacional francesa. Recordemos que un grupo importante de católicos lioneses —entre los que se contaban numerosos consocios de la Sociedad de San Vicente de Paúl— pidieron a Federico que inscribiese su candidatura en Lyon para las elecciones del 23 de abril de 1848[3].

Federico era reticente a presentarse. Le escribe a su amigo Theophile Foisset: «Yo no soy hombre de acción. No he nacido ni para la tribuna, ni para la plaza pública»[4]. También a su hermano Alphonse le dice:

Entre las preocupaciones de esta semana, una de las más graves ha sido la de decidirme sobre la propuesta de un gran número de lioneses, que me han ofrecido que me inscriba para la Asamblea Nacional. El primer movimiento ha sido de rechazar una misión tan poco conforme con mis costumbres y mis estudios. Después de todo, de pensarlo ante Dios y siguiendo el parecer de quienes tienen derechos sobre mi conciencia y sobre mí corazón, […] me he decidido a un sacrificio que no podía rechazar sin faltar al honor, al patriotismo y a la entrega cristiana[5].

Ozanam no fue elegido y, por tanto, no entró en la Asamblea, el 4 de mayo de 1848, con los católicos Charles de Montalembert, Henri Lacordaire, Alfred de Falloux, Pierre-Antoine Berryer y Armand de Melun, entre otros, además de tres obispos y once sacerdotes, que sí fueron elegidos.

Ozanam abogaba por una democracia con raíces cristianas. Pocos meses antes de escribir el artículo que hoy presentamos, le comentaba por carta a su amigo Alexandre Dufieux:

La república puede perecer por un momento por las faltas de sus defensores y por la habilidad de sus enemigos. Pero la democracia es señora, y bajo todas las formas políticas seguirá su progreso y acabará por volver a tomar la forma republicana, que es la más natural y la más sincera. Nosotros no somos tampoco socialistas[6] en el sentido de que no queremos el caos de la sociedad, pero sí queremos su reforma libre, progresiva, cristiana. […] No se puede evitar la cuestión social y, precisamente porque ella es tan importante, Dios no quiere que la dejemos de lado. Hay que aplicar una mano firme sobre la plaga del pauperismo. Entre otros medios de repartir más equitativamente las cargas y las ventajas de la sociedad, se ha propuesto el impuesto progresivo, y, en principio, yo no lo rechazo pues, en mi opinión, el impuesto debe aplicarse no a todos los ingresos, sino solo a lo superfluo, y es menos oneroso soportar una contribución del 20% sobre 50.000 francos de renta que una del 5% sobre 2.000. Pero quiero que esta progresión tenga sus límites, que no alcance, por ejemplo, tales proporciones que un gran propietario afectado por un impuesto del 50% no tenga ya interés en mejorar un bien, la mitad del cual pertenecería al Estado. Me parece, por ejemplo, que se podría hacer tres clases, la de la pequeña propiedad, que no pagaría más que el 5%, la de la mediana propiedad, que pagaría un 10%, y la de la gran propiedad, que pagaría el 20%. Esta propuesta no tiene nada de subversiva, sobre todo si se tiene en cuenta el peligro que estamos corriendo[7].

Una idea fundamental que aparece en este texto es que no somos islas. Somos seres interrelacionados que dan y reciben mucho y que, por tanto, deben a otras personas gran parte de lo que son, en una dependencia mutua de servicios que no se pueden pagar. Este punto de arranque será uno de los argumentos de Federico para defender la limosna, el auxilio al pobre, llegando allá donde la justicia no llega, como veremos a continuación.

Sugerencias para la reflexión personal y el diálogo en grupo:

  1. Señalemos las frases más importantes del texto de Ozanam. ¿Cuáles son las ideas que subyacen en ellas?
  2. «No conocemos un solo hombre, por bien provisto que esté de los bienes de este mundo, que pueda irse a dormir una noche pensando que no debe nada a nadie». ¿Qué debo yo a mi familia, mis amigos, mi conferencia o grupo? ¿Y a los pobres a los que sirvo? ¿De qué manera estas relaciones han ido dando forma a la persona que soy, hoy día?
  3. ¿Pensamos que el carisma vicenciano tiene una dimensión política (que no partidista)? ¿Cuál? ¿Cómo la implementamos?

Notas:

[1]   El pan de centeno, de un característico tono oscuro, era, en la antigüedad, alimento de la gente humilde.

[2]   «Patricio e ilota» hace referencia a la antigüedad griega. Se podría haber traducido patricio por amo, e ilota por dependiente o esclavo, pero se perdería la referencia implícita a la esclavitud en la antigüedad, referencia que Ozanam y los socialistas quieren precisamente poner de relieve.

[3]   Ver «Manifiesto electoral», en este libro.

[4]   Carta a Theophile Foisset, 22 de marzo de 1848.

[5]   Carta a Alphonse Ozanam, 21 de abril de 1848.

[6]   Hacia 1830, se popularizan las teorías socialistas de Henri de Saint-Simon (Francia, 1760–1825) y de Robert Owen (Gales, 1771–1858). Resumidamente, el socialismo utópico —previo al manifiesto socialista (1848) de Karl Marx (1818–1883)— criticaba la sociedad capitalista que condenaba a los trabajadores de la nueva revolución industrial a los intereses puramente económicos de los propietarios de las fábricas, defendía que la propiedad privada no era un derecho natural sino tan solo una realidad histórica, y rechazaba el liberalismo. Además, algunos pensadores utópicos atacaban la familia, la propiedad y la religión como factores alienantes del ser humano. Notemos que Federico no ataca al conjunto del socialismo utópico, sino a algunos de sus extremismos. Insistamos en que los contextos son importantes para interpretar adecuadamente un texto; de no hacerlo, podríamos caer en conclusiones incluso opuestas a la intención del autor.

[7]   Carta a Alexandre Dufieux, del 31 de mayo de 1848.

Javier F. Chento
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