La Hija de la Caridad, contemplativa en la acción

por | Dic 5, 2020 | Benito Martínez, Formación, Reflexiones | 0 comentarios

Durante esta epidemia se extiende la recomendación quédate en casa, apropiada para que en adviento lleven una oración contemplativa las Hermanas que no puedan salir. Aunque alguno piense que la contemplación es propia de las religiosas de vida contemplativa, y no de las Hijas de la Caridad, su fundador, san Vicente de Paúl, se la recomendó. Y santa Luisa de Marillac les inculca que, sirviendo a los pobres, lleven la vida contemplativa más alta que existe, la del puro amor. Llega a esta conclusión después de analizar las dos cualidades esenciales en Dios, la simplicidad y el amor (E 105). La simplicidad hace que en Dios no haya nada más que divinidad, que sea puro Dios, pero, como Dios es amor, que sea puro amor. Y si debemos ser perfectos como el Padre celestial que es puro amor, también nosotros debemos vivir el puro amor[1].

En París en 1607, cuando la peste se extendía por Europa, Luisa fue al convento de los capuchinos para encontrar respuesta al misterio de su vida. Un fraile la aconsejó que hiciera oración y que volviera todos los meses a darle cuenta de su vida espiritual y siempre que necesitara ayuda. Desde entonces Luisa de Marillac unió acción y oración. Tenía 16 años, y trece años después, bajo la dirección de san Vicente, llegó a lo más alto de la contemplación infusa, al Desposorio místico, mientras iba por los pueblos a ayudar a los pobres como Voluntaria de la Caridad (E 16). No buscó amar a Dios por miedo al castigo ni por interés en la recompensa, sino por puro amor, como lo expresó el autor anónimo del soneto No me mueve, mi Dios, para quererte / el cielo que me tienes prometido / ni me mueve el infierno tan temido / para dejar por ello de ofenderte.

No se sabe si santa Luisa asume la doctrina del puro amor del capuchino Lorenzo de París, de san Francisco de Sales o de ella misma. En el Tratado del amor de Dios de San Francisco de Sales leyó “que si, ima­ginándose un imposible, supiera que su condenación era un poco más agradable a Dios que su salvación, dejaría su sal­vación y correría a su condenación” (L. IX, cap. IV). Sin embargo, para ella, dirigida por san Vicente, el puro amor consiste en el desprendimiento total de las cosas terrenas (E 105).

San Vicente  explica a las Hijas de la Caridad en qué consiste la oración contemplativa y se la recomienda: “La otra clase de oración se llama contemplación; es aquella en donde el alma, en la presencia de Dios, no hace más que recibir lo que él le da. Ella no hace nada y Dios le inspira, sin que ella se esfuerce, todo lo que ella podría buscar, y todavía más. Mis queridas hijas, ¿no habéis experimentado nunca esta clase de oración? Estoy seguro que sí en vuestros retiros, cuando os extrañáis de que, sin haber puesto nada de vuestra parte, Dios llena vuestro espíritu de unos conocimientos que vosotras jamás habríais alcanzado… ¿Sabéis vosotras, hijas mías, si Dios quiere hacer de vosotras unas santa Teresa?” (IX, 385s). La confusión viene de identificar oración contemplativa con vida contemplativa. La vida contemplativa es un estado religioso en el que las personas que la abrazan dedican su vida a la oración contemplativa, mientras que las Hijas de la Caridad dedican su vida a servir a los pobres. Pero también ellas en la oración deben alcanzar la contemplación y ser contemplativas en la acción[2].

Santa Luisa da por supuesto que las Hijas de la Caridad están llamadas a lograr el puro amor o, lo que es igual, la santidad, cuando escribe: “Queridísimas Hermanas, almas todas que aspiran a la perfección del puro amor divino”. Y continúa, pero no contento con el amor general a todas las almas, quiere tener unas queridísimas, elevadas por la pureza de su amor, hasta el desprendimiento total de las cosas creadas, como las Hijas de la Caridad, a las que llama a la santidad del “puro amor” en cuatro pasos: el primero es decir yo lo quiero, amado esposo mío; el segundo, llevarlo a la práctica; el tercero, abrazar la cruz, y el cuarto, dejar al pie de la cruz todos los afectos terrenos, desprenderse hasta de los sentidos, del juicio y de la voluntad (105)[3]. Ella llegó al vacío absoluto de sí misma, poniendo en las manos de Dios lo único que tenía en propiedad, su libertad (E 35, 98). Si una Hermana cumple los cuatro pasos, santa Luisa le asegura que ya es santa y vive el puro. El adviento o advenimiento es un tiempo para andar este camino hasta encontrar al Puro Amor, a Jesús nacido en Belén de María Virgen.

P. Benito Martínez, CM

Notas:

[1]Benito MARTÍNEZ, La señorita Le Gras y santa Luisa de Marillac, CEME, Salamanca 1991 p. 131-153

[2]Jerónimo Nadal aplica a san Ignacio de Loyola la frase al mismo tiempo contemplativo en la acción.

[3] Por la semejanza del E 105 con algunas frases de la c. 33, algunos piensan que ambos son de 1640, pero la altura de la espiritualidad dirigida a las Hermanas y la comparación con otras cartas piden fechar la cata y el escrito hacia 1656, después de una grave enfermedad que pensaba era el final de su vida (c. 534) y la llevó a meditar qué había hecho de los 50 años que Dios le había dado desde que habló con el capuchino.

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