Lecciones aprendidas durante la pandemia. 23: Solidaridad con los que sufren
Cada semana, un miembro de la Familia Vicenciana nos compartirá una porción su experiencia en estos últimos meses. Desde lo íntimo de su corazón, propondrá un mensaje de esperanza, porque (estamos convencidos) también hay lecciones positivas que aprender de esta pandemia.
Con respecto a las actividades diarias ha sido un completo stop. Todos los trabajos de voluntariado han sido suspendidos. Había un mensaje claro y contundente. “Si quieres ayudar, quédate en casa.”
El sentimiento ha sido de una profunda vulnerabilidad, me ha hecho ver cómo la vida puede cambiar en un solo momento y pasar de una estabilidad a un desastre total.
Me ha hecho reflexionar cómo la soberbia, a veces, del ser humano, que se cree el rey del mambo, se viene abajo por un simple virus que ha soplado en el otro extremo del mundo y desborda caóticamente todos sus medios y recursos.
Creo que ha habido una solidaridad extraordinaria entre la gente, especialmente para los que más lo han sufrido, como los enfermos, ancianos, gente en soledad, moribundos, personas vulnerables económicamente. En todos estos casos es donde se han vivido gestos y actos de generosidad y fraternidad aleccionadores.
Viendo el despliegue de “gran humanidad” en las personas, he reconocido al Dios que habita en cada uno de nosotros y que tantas veces pasa desapercibido. Le he visto con enorme claridad en montones de momentos y ocasiones. Sin dudar que está siempre, pero que en estos momentos se ha hecho más patente.
Ante tanto dolor y tanta angustia que hemos visto y conocido, a veces por medios de comunicación, y otras veces de forma directa, desde mi interior, ha surgido una conexión en forma de oración continua y que ha estado presente en hospitales (con enfermos y sanitarios); en residencias de mayores, con moribundos en soledad; en familias desestructuradas por el dolor, y en tantas otras situaciones extremadamente dolorosas. Ha sido un acompañamiento silencioso, pero muy real y reconfortante.
Por otra parte, he intentado colaborar en las necesidades que se han ido requiriendo en diferentes ocasiones, según mis modestas posibilidades, sintiendo infinita gratitud por tantos bienes recibidos.
Me gustaría seguir llevando la mascarilla, pero comunicar detrás de ella palabras de esperanza.
Me gustaría seguir limpiando las manos con gel, pero que sigan abiertas y limpias para acoger a los demás siempre, especialmente a los que más sufren.
Me gustaría seguir limpiando los pies en el felpudo, pero que, al mismo tiempo, me sigan llevando a seguir caminando y llevando a seguir a Dios en las personas que me rodean, pero, especialmente, en los más pobres y necesitados.
Siempre he sentido que Dios me ha cuidado de manera especial. En esos momentos me siento profundamente agradecida y llena de gratitud por tanto recibido.
Mari Carmen Davia
0 comentarios