El gobierno ha de estar al servicio del pueblo

por | Nov 16, 2020 | Federico Ozanam, Formación, Javier F. Chento, Reflexiones | 0 comentarios

Os invitamos a descubrir a través de sus propios escritos a Federico Ozanam, cofundador de la Sociedad de San Vicente de Paúl y uno de los miembros más queridos de la Familia Vicenciana (al que, tal vez, aún conocemos poco).

Federico escribió mucho en sus poco más de 40 años de vida. Estos textos —que nos llegan de un pasado no muy lejano— son reflejo de la realidad familiar, social y eclesial vivida por su autor que, en muchos aspectos, guarda similitudes con la que se vive actualmente, muy en particular en cuanto se refiere a la desigualdad y la injusticia que sufren millones de empobrecidos en nuestro mundo.

Comentario:

Federico escribe este texto tan solo 15 meses después de la fundación de la primera conferencia de caridad (el 23 de abril de 1833). En ese corto período de tiempo ya habían sucedido muchas cosas importantes (y otras estaban a punto de ocurrir) a la incipiente Sociedad de San Vicente de Paúl:

  • Aunque al principio hubo reticencias a admitir nuevos miembros a la conferencia, ya en junio de 1833 se han unido al grupo fundador: Léonard Gorse (1808–1901)[8], Colas Gustave de la Noue (1812–1838), Charles Hommais (1813–1894), Émile de Condé (1810–1886), Amand Chaurand (1813–1896), Pierre-Irénée Gignoux (1811–1890) y Henri Pessonneaux (1812–1869), este último primo de Ozanam. Para las vacaciones estivales de 1833 ya superaban los 15 miembros. A comienzos del nuevo año académico, más de 25 miembros solicitaron su admisión (muchos de Lyon). El número fue creciendo sin cesar (a finales de 1834 ya eran más de 100 miembros[9]);
  • A instancias del consocio Le Prevost[10], la sociedad toma como patrón a san Vicente de Paúl, el 4 de febrero de 1834. Poco después la conferencia de caridad pasaría a llamarse Sociedad de San Vicente de Paúl.
  • Con el crecimiento de la Sociedad, el presidente Bailly consideró importante contar con el apoyo del clero. Pidió que se preparara un informe, que fue leído en la reunión del 27 de junio de 1834[11], a la que asistió como invitado el padre Pierre-Augustin Faudet (1798–1873), párroco de San Esteban del Monte, que quedó muy impresionado por la obra que realizaban los laicos:

Ser útiles a nuestros hermanos y a nosotros mismos fue el doble fin que se propuso. […] Nos hemos hecho los auxiliares de las Hijas de la Caridad, a ellas hemos pedido consejo y ayuda, de ellas hemos aprendido a conocer las miserias de los pobres. […] Nos hemos tenido que dirigir a los pobres ya inscritos en las listas de caridad; hemos tenido que comenzar a llamar a la puerta del indigente para ayudas totalmente materiales. […] Entrando en el domicilio del pobre se nos ha permitido curar las heridas de su cuerpo. […] La caridad, señores: esa es la palabra que debe movilizar a los hombres; […] con ella uniremos juntos a los hombres y a las cosas, por ella la humanidad, un día, solo contará en su seno con hermanos.

  • Debido al gran número de miembros, en diciembre de 1834 se comienza a considerar la división en dos de la primera conferencia. El debate fue largo: Ozanam apoyaba la división, otros entre ellos Paul Brac de La Perrière (1814–1894), secretario de la conferencia estaban en contra. Por fin, el 17 de febrero de 1835, se votó la división, que fue aprobada, dando lugar a las conferencias de San Esteban del Monte, la original, y la nueva de San Sulpicio.

En julio de 1834, Federico era un joven de ideas más bien legitimistas[12], que estudiaba las carreras de derecho y de letras en la universidad de la Sorbona de París. No es ajeno a los vaivenes políticos que ocurren en su país, y habla de ellos con sus amigos, aunque opina que aún son «demasiado jóvenes para intervenir en la lucha social».

Años después, Federico apostó por una democracia basada en los valores cristianos, donde participaran políticos católicos que dedicasen su posición a aliviar las necesidades del pueblo y, muy en particular, de las clases necesitadas. En Francia, algunos de sus hermanos de religión exigían que la Iglesia, como institución, tuviera poder e influencia sobre los órganos de gobierno; pero esta no es la posición de Ozanam.

En 1830, Félicité Robert de Lamennais (antes de caer en desgracia[13]) escribe una carta que apunta en esta misma dirección: la separación Estado-Iglesia:

La Iglesia es oprimida por todos los gobiernos y perecería si esta situación durase. Por tanto, hay que liberar a la Iglesia, lo que hoy no puede hacerse más que separándola totalmente del Estado. La salvación, la vida, depende de eso y no dudo un solo instante que, en estas grandes catástrofes de que somos y seguiremos siendo testigos, el objetivo final de la Providencia es el de obrar esta liberación necesaria.

En lo que respecta a Francia, no dudo que hayamos de atravesar tiempos muy desgraciados y muy difíciles. No he dicho sobre esto nada que no siga pensando todavía. Pero cada condición tiene sus propios deberes, y todos los deberes de nuestra condición presente se resumen, en mi opinión, en uno solo: el de unirnos para detener, si es posible, la anarquía que nos amenaza y, por consiguiente, apoyar francamente el poder actual en tanto nos defienda, al defenderse a sí mismo, contra la furia del jacobinismo[14]. ¿Y qué hará el jacobinismo si triunfa? Perseguirá a la religión, abolirá toda educación cristiana, atacará violentamente a las personas, a las propiedades y a todos los derechos. ¿Y qué habrá que pedir entonces? La libertad religiosa, la libertad de educación, la de las personas y de las propiedades, es decir, el disfrute de los derechos sin los que ni siquiera puede entenderse la sociedad; es decir, lo que nunca he dejado de reclamar desde hace quince años. ¿Y cómo continuar estas reclamaciones sin libertad de prensa? Eliminadla y no quedará sino encorvar la cabeza bajo todas las tiranías. Para el porvenir, como para el presente, no hay, pues, salvación posible sino con la libertad y por la libertad[15].

Federico no hace una reflexión sobre un sistema político determinado (monarquía o república), sino sobre qué principios debe basarse cualquier sistema. Usa la misma expresión para calificar a los sistemas que él reverencia: «el sacrificio de cada uno en provecho de todos».

Ante una clase política que, a lo largo de la historia, también hoy, se ha preocupado demasiado poco por el provecho común y mucho por el propio, el papa Francisco dijo, en 2019, que «un político jamás debería sembrar odio y miedo, tan solo esperanza. Debemos ayudarles a ser honestos, a no hacer campañas con banderas deshonestas: la calumnia, la difamación, el escándalo»[16].

Federico termina su reflexión reconociendo que él y sus amigos son aún demasiado jóvenes para intervenir en estos asuntos. Pero, aún así, llama a hacer lo que en esos momentos esté en sus manos para aliviar las necesidades sociales y «tratar de hacer el bien a algunos». Por eso, está muy ilusionado por la obra de las conferencias, y concluye afirmando que desearía que «todos los jóvenes juiciosos y de corazón se uniesen para alguna obra caritativa», y formar así una vasta red de caridad en Francia a favor de las clases populares.

Como hemos visto al principio de este comentario, la Sociedad de San Vicente de Paúl estaba dando pasos importantes para conseguir este objetivo.

Sugerencias para la reflexión personal y el diálogo en grupo:

  1. ¿De qué maneras podríamos proponer nuestros valores cristianos a la sociedad en la que vivimos?
  2. ¿Cómo promovemos —o podríamos promover— la adhesión a alguna obra caritativa entre los más jóvenes, como indica Federico en este texto?

Notas:

[1]   Nerón (37–68), emperador del Imperio romano cuyo gobierno se asocia a la tiranía y el despotismo, las ejecuciones sistemáticas y la persecución a los cristianos.

[2]   San Luis IV de Francia (1214–1270), del que se ha dicho que encarnó el ideal de monarca cristiano, por su espíritu de oración y penitencia, devoción, sabiduría y prudencia a la hora de gobernar.

[3]   La democracia ateniense es la primera democracia documentada en la historia, del siglo IV a.C. El derecho a voto estaba limitado a los varones adultos que fuesen ciudadanos y atenienses, y que hubiesen terminado su aprendizaje militar.

[4]   El Terror francés «fue un periodo entre 1793 y 1794 caracterizado por los cambios centrados en la violencia de la Revolución francesa. Un periodo que destacó por las medidas de carácter impositivo». Cf. Miriam Martí, El Gobierno del Terror en la Revolución Francesa, en https://goo.gl/LmnjUY (último acceso: 20 de abril de 2020).

[5]   «Todo poder proviene de Dios». Cf. Rom 13,1ss.

[6]   La obra Mis prisiones (título original: Le mie prigioni), del escritor italiano Silvio Pellico (1789–1854), fue redactada durante su encarcelamiento (de 1820 a 1830) al ser acusado de ideas políticas liberales y contrarias al régimen imperial austriaco. La narración, libre de odios y rencores, constituye un valioso testimonio histórico sobre las ideas y costumbres que movían a los europeos en aquellos tiempos. El libro gozó de gran éxito en toda Europa.

[7]   Palabras de un creyente, de Félicité Robert de Lamennais, obra publicada el 30 de abril de 1834. Partiendo de la idea de la hermandad universal de todos los hombres, Lamennais realiza una encendida crítica de la realidad social y eclesial de su tiempo. Supuso el alejamiento y la ruptura de su autor (que era sacerdote) con la Iglesia católica.

[8]   Aunque algunas fuentes indirectas afirman que el señor Gorse fue uno de los miembros fundadores de la Sociedad, las pruebas presentadas son muy débiles, y nada indica taxativamente que lo fuera, aunque sí fue un miembro temprano.

[9]   Cf. Charles Mercier, La Société de Saint-Vincent-de-Paul: une mémoire des origines en mouvement, 1833–1914, París: L’Harmattan, 2006, introducción.

[10]  Jean-Léon Le Prevost (1803–1874) no formó parte del grupo fundador de la Sociedad, aunque se le invitó a ingresar en ella muy pronto. En 1835 es elegido tesorero del Consejo general de la Sociedad. El mismo año, el 3 de marzo, tiene lugar la primera reunión de la conferencia de San Sulpicio, de la que es elegido presidente el 11 de diciembre de 1836. Durante casi diez años, el señor Le Prevost ofreció lo mejor de sí mismo a la Sociedad de San Vicente de Paúl.

Tras un tormentoso matrimonio (se casa el 19 de junio de 1834 con la señora Aure de Laffond, 17 años mayor que él; se separarían en 1845), poco a poco va sintiendo la llamada a un compromiso más permanente; escribe: «¡Hay tanto que hacer por los pobres! […] La mies es mucha. […] No es suficiente dar un poco de tiempo después del trabajo del día; se necesita un compromiso a tiempo completo». Así, junto al joven Maurice Maignen (1822–1890) y a Clément Myionnet (1812–1886), ambos consocios de la Sociedad, y ante monseñor Guillaume Angebault (1790–1869), obispo de Angers, frente a las reliquias de san Vicente de Paúl en la capilla de rue de Sèvres de París, oficializan su compromiso de servir a los pobres de por vida, el 3 de marzo de 1845. Nace, de esta manera, la congregación de los Religiosos de San Vicente de Paúl. Le Prevost será ordenado sacerdote el 22 de diciembre de 1860. En 1869 se traslada a Roma para presentar las Constituciones de la orden y pedir la bendición del Santo Padre. Su salud, cada vez más precaria, le obliga a retirarse, en 1871, a una casa de formación. Murió en Chaville, el 30 de octubre de 1874.

[11]  «Informe sobre las actividades de la Sociedad de San Vicente de Paúl, desde los orígenes». Este informe, verdadero resumen de los comienzos de la Sociedad de San Vicente de Paúl, ha sido conocido impropiamente como «Informe de La Noue», porque dicho consocio fue el que lo leyó en la reunión. El texto fue elaborado por una comisión nombrada diez días antes del encuentro, formada por Gustave de La Noue, Jules Devaux (1811–1880) y Federico Ozanam. El texto original, conservado en la biblioteca del Consejo General de la Sociedad de San Vicente de Paúl en París, contiene 18 páginas escritas por una mano no identificada. Lleva varias anotaciones o correcciones autógrafas de Federico.

[12]  Monárquico en su adolescencia, Federico va progresivamente transformando sus ideas políticas, que acabarían abrazando la república.

[13]  Felicité de Lamennais (1782–1854) fue un defensor de la separación entre la Iglesia y el Estado. Su hermano mayor, Jean-Marie de Lamennais (1780–1860) fue el fundador de los Hermanos de la Instrucción Cristiana de Ploërmel (menesianos) y seguramente influyó en Felicité para que entrara en el seminario, aunque quizás sin demasiada vocación. Felicité fundó el periódico l’Avenir, que duró poco más de un año, de octubre de 1830 a noviembre de 1831, cuya línea editorial buscaba reconciliar las aspiraciones liberales y democráticas del pueblo francés con la Iglesia. Tras la condena implícita de Gregorio XVI en su encíclica Mirari vos, el periódico cierra y comienza el progresivo distanciamiento de Lamennais de la Iglesia. Tras ser reprobado por Roma por sus ideas católicas liberales, rompió con la Iglesia en 1834, con la publicación de Palabras de un creyente, que Federico menciona en el texto. En este libro, Lamennais llega a descalificar al papa Gregorio XVI, considerándolo un renegado por sus movimientos e ideas políticas (por ejemplo, el papa, en la mencionada encíclica Mirari Vos, condenó la libertad religiosa y la separación entre Iglesia y Estado).

Federico, al igual que Lacordaire, no comulga con Lamennais, no tanto en el fondo de las cuestiones como en la forma de llevarlas a cabo, radicalmente distinta en ambos casos.

[14]  Facción radical surgida de la Revolución, responsables en gran medida de la represión durante el Reinado del Terror.

[15]  Carta de Félicité Robert de Lamennais a la condesa Luisa de Senft, 5 de septiembre de 1830. Cf. E. K. Bramsted y K. J. Melhuish, Las grandes corrientes del liberalismo, Madrid: Unión Editorial, 1982, pág. 148.

[16]  Papa Francisco, Encuentro con los medios en el vuelo de regreso de Rumanía a Roma, 2 de junio de 2019.

Javier F. Chento
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