Os invitamos a descubrir a través de sus propios escritos a Federico Ozanam, cofundador de la Sociedad de San Vicente de Paúl y uno de los miembros más queridos de la Familia Vicenciana (al que, tal vez, aún conocemos poco).
Federico escribió mucho en sus poco más de 40 años de vida. Estos textos —que nos llegan de un pasado no muy lejano— son reflejo de la realidad familiar, social y eclesial vivida por su autor que, en muchos aspectos, guarda similitudes con la que se vive actualmente, muy en particular en cuanto se refiere a la desigualdad y la injusticia que sufren millones de empobrecidos en nuestro mundo.
Comentario:
La justicia humana tiene su límites, sus carencias, sus injusticias dentro de la justicia. No necesita mucha argumentación. ¿Cómo se puede admitir que haya «justicias» de distinta clase, una para los poderosos y ricos, otra para los pobres y desamparados? ¿Somos tan ingenuos de seguir pensando que, hoy día, la justicia es igual para todos? No hace falta más que mirar la realidad: en muchas ocasiones, los delitos perpetrados por los poderosos apenas tienen castigo, mientras muchos, culpables e inocentes, se pudren en las cárceles por no tener dinero para pagar buenos abogados.
Para el creyente que sigue a Jesucristo, caridad equivale a amor, la principal de las virtudes teologales. Desgraciadamente, en ocasiones se tiende a equiparar caridad con altruismo, filantropía, generosidad o solidaridad. Y esto es un error grave.
La caridad es el mandamiento principal del cristiano:
Uno de ellos, un doctor de la ley, le preguntó para ponerlo a prueba: «Maestro, ¿cuál es el mandamiento principal de la ley?». Él le dijo: «‘Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente’. Este mandamiento es el principal y primero. El segundo es semejante a él: ‘Amarás a tu prójimo como a ti mismo’. En estos dos mandamientos se sostienen toda la Ley y los Profetas»[1].
Estos mandatos —que ya aparecen en el Antiguo Testamento[2]— son semejantes, y no se puede entender el uno sin el otro.
Prójimo —lo dice claramente el Evangelio— es todo ser humano, sea hombre o mujer, amigo o enemigo, al cual debemos respeto, consideración, estima y tenderle nuestra mano sin juicios. El amor al prójimo es universal y personal al mismo tiempo. Abarca a toda la humanidad y se concreta en aquel que está a tu lado.
Federico nos pide que «consumamos nuestra vida, sacrificándola» a favor de los demás, y que lo hagamos «por amor». Nos pide, en definitiva, que vayamos mucho más allá de la justicia de los hombres, y basemos nuestra existencia en el único, aunque doble, mandato de Jesucristo. Único, porque quien ama a Dios y ama al prójimo cumple toda la ley. Los diez mandamientos quedan resumidos así en dos, que al final pueden ser sintetizados en uno solo: amar.
Todo esto nos obliga, también, a luchar por un mundo más justo, a trabajar porque la justicia sea igual para todos, y que realmente se haga efectiva, se lleve a cabo. No nos podemos desentender del mundo, y hemos de colaborar para hacerlo más justo y fraterno. Ofreciendo nuestra vida de esta manera, tan solo haremos lo que Dios nos ha pedido. «Siervos inútiles», dice Federico, sin duda rememorando aquellas palabras de Jesús en el pasaje evangélico: «Cuando hayáis hecho todo lo que se os ha mandado, decid: ‘somos siervos inútiles, hemos hecho lo que teníamos que hacer'»[3].
Sugerencias para la reflexión personal y el diálogo en grupo:
- En nuestra vida, en nuestro entorno, el amor y la caridad ¿se tratan de igual manera, son sinónimos?
- Como creyentes y vicencianos, ¿qué acciones llevamos a cabo —o podríamos hacer—para promover una justicia universal e igualitaria para todos? ¿Qué compromisos tenemos con los organismos que trabajan a favor de la justicia y que actúan en las estructuras del desarrollo?
- ¿Cómo y con qué combatimos las «estructuras del pecado» que oprimen al hombre?
Notas:
[1] Mt 22,35-40.
[2] Por ejemplo, Ex 20,1-17 y Lev 19,18.
[3] Lc 17,7-10.
Javier F. Chento
@javierchento
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