Desde un punto de vista vicenciano: La oración del pastor

por | Oct 17, 2020 | Formación, Patrick J. Griffin, Reflexiones | 0 comentarios

Los eruditos habitualmente dividen el Salmo 23, el llamado Salmo del Pastor, en dos partes. La primera mitad emplea la imagen del pastor —El Señor es mi pastor, nada me falta—; la segunda mitad emplea la imagen del huésped —pones ante mí una mesa frente a mis enemigos—. Esta distinción ofrece una posible manera de organizar la meditación sobre este salmo.

Mi interpretación preferida divide esta oración de Israel en cinco partes.

La afirmación del primer versículo recibe confirmación en los otros versículos. El salmista afirma con confianza: «El Señor es mi pastor, nada me falta». Lo demás sigue desde esta apertura. Podríamos preguntarnos con qué confianza podemos rezar este versículo. ¿Realmente siento que no me falta nada? Muchos de nosotros podríamos hacer una lista de las cosas que queremos. El salmista, sin embargo, insistirá en que el Señor suple todos estos deseos.

En primer lugar, uno busca al Señor como consolador. Él me lleva a verdes pastos donde puedo recostarme, donde el agua tranquila puede refrescarme y donde mi alma puede descansar. En medio de todas las circunstancias que pueden preocuparme, conozco el alivio de ese contexto. Quiero lo que el Señor ofrece. El Señor me consuela.

En segundo lugar, el salmista reconoce que el Señor lo guía y lo protege. Dios me guía por caminos rectos, por los que transita conmigo, y me dirige con su vara y su cayado. El Señor no permitirá que me pierda o que se abuse de mí. El Señor es mi guía y mi protección. Quiero viajar con esa confianza.

En tercer lugar, el Señor me cuida. En esta parte del salmo, reconocemos cómo el Santo mantiene al salmista. Le pone una mesa, unge su cabeza con aceite y llena su copa hasta rebosar. El Señor alimenta y provee a los suyos. Quiero confiar en esta verdad.

Finalmente, el Señor es fiel. Nuestro Dios permanece con nosotros todos los días de nuestras vidas y después de ella. Moraremos con él durante días interminables. Quiero al Señor como mi fiel compañero.

El Salmo insiste en que el Señor es su pastor. Escucho eso, y desde esa verdad, sé que no quiero nada porque el Señor es Consuelo, Guía y Protección, Proveedor y Fiel Compañero. No quiero nada, porque el Señor lo es todo para mí.

Jesús rezó este salmo con su familia y con sus correligionarios. ¿Qué pudo haber significado para él; cómo pudo Jesús haberlo usado? ¿Podría haber dado fuerza a su insistencia de ser el buen pastor o la puerta de las ovejas? ¿Podría haber sugerido el deseo del pastor de encontrar a la única oveja perdida? ¿Quizás otras cosas? Los salmos formaron parte de la vida de oración de los judíos durante muchos siglos antes de nuestra era. Jesús ciertamente los rezó con María, José y sus compatriotas. Deberíamos suponer que estas lecciones de pastor y oveja encontraron su lugar en su predicación e imágenes. Y lo hacen. Conocer el contexto de algunos de los salmos puede dar significado y enfoque particular al ministerio de Jesús.

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