Os invitamos a descubrir a través de sus propios escritos a Federico Ozanam, cofundador de la Sociedad de San Vicente de Paúl y uno de los miembros más queridos de la Familia Vicenciana (al que, tal vez, aún conocemos poco).
Federico escribió mucho en sus poco más de 40 años de vida. Estos textos —que nos llegan de un pasado no muy lejano— son reflejo de la realidad familiar, social y eclesial vivida por su autor que, en muchos aspectos, guarda similitudes con la que se vive actualmente, muy en particular en cuanto se refiere a la desigualdad y la injusticia que sufren millones de empobrecidos en nuestro mundo.
Comentario:
A finales de 1840, Federico Ozanam tuvo que trasladarse desde Lyon a París, para comenzar a trabajar como profesor suplente de Literatura extranjera en la universidad de la Sorbona. El 14 de diciembre de 1840 parte de Lyon; llega a París el viernes 18[1] a fin de preparar el curso universitario, que comenzaría a impartir a principios de 1841. Tan solo unas semanas antes se había formalizado el compromiso nupcial entre Federico y Amélie: por uno de los Libros de familia[2] de los Ozanam sabemos que la visita oficial a la casa de los Soulacroix tuvo lugar el 13 de noviembre, firmándose el compromiso el 24 del mismo mes ante los miembros de las dos familias. El señor Soulacroix,
como los antiguos patriarcas, con el corazón desbordante de gozo, tomó las manos de los dos futuros esposos, las juntó entre las suyas propias y bendijo así ese vínculo que la Iglesia consagraría para siempre un año después[3].
La boda queda fijada para junio de 1841. Durante esos meses en los que la pareja está separada[4], mantienen una correspondencia continua y frecuente. En estas «cartas de noviazgo», además de planear su futura vida en común y hablar de sus proyectos y expectativas, aparecen muchos otros temas, entre los cuales Dios, la religión y la Sociedad de San Vicente de Paúl tienen un lugar preeminente.
El fragmento que presentamos corresponde a una carta en la que Federico habla a Amélie de una Asamblea General que tuvo lugar el domingo, 25 de abril, fiesta del Buen Pastor[5], la segunda de las cuatro fiestas anuales que celebraba la Sociedad de San Vicente de Paúl[6]. Por la mañana asisten a misa, en la iglesia donde reposan los restos de san Vicente de Paúl[7], «los delegados de las 25 conferencias de París, jóvenes entre los que se mezclaban con una igualdad fraternal algunos ilustres ancianos». Y por la tarde, «una muchedumbre numerosa llenaba el anfiteatro de nuestras reuniones». Al mismo tiempo, «otras treinta conferencias formadas en los puntos más alejados del país celebraban la misma solemnidad».
Federico se hace una pregunta en esta carta: «¿No podríamos nosotros […] creer que la providencia divina nos llama a la rehabilitación moral de nuestra patria, cuando ocho años han bastado para hacer crecer nuestro número de ocho a dos mil?»
Reflexiona después sobre qué peligros podrían hacer que los laicos de la Sociedad no llegasen a cumplir con su misión. Aunque, cuando escribe, Federico está pensando en la Sociedad de San Vicente de Paúl, no es osado extrapolar estos peligros a cualquier otra rama de la Familia Vicenciana:
1. «Alterar nuestro espíritu original». Los vicencianos hemos sido llamados a seguir a Jesucristo servidor y evangelizador de los pobres. Cada rama de nuestra familia lo practica con un matiz distinto; por ejemplo, en la Sociedad, la visita al pobre es algo fundamental —aunque no exclusivo—. Lo importante es que nuestra labor gire siempre en torno a este carisma de servicio. Fuera de él, no somos vicencianos.
2. «El fariseísmo que hace sonar la trompeta delante de uno» — «Olvidar la sencillez humilde que presidió al comienzo nuestras reuniones, que nos hizo amar la oscuridad sin buscar el secreto». Ya san Vicente de Paúl nos invitó a practicar las virtudes de la humildad y la sencillez[8]. No podemos confundir el medio con el fin. Somos un instrumento para conseguir un objetivo: ayudar a los necesitados a salir de sus pobrezas.
3. «La estima exclusiva de sí mismo que desconoce la virtud en otros lugares diferentes de la corporación preferida». San Pablo dijo que «hay diversidad de carismas, pero un mismo Espíritu»[9]. Formamos parte de la Iglesia y cumplimos nuestra misión en ella, sin creernos mejores por ello. Sobre los carismas, el papa san Juan Pablo II dijo:
Sean extraordinarios, sean simples y sencillos, los carismas son siempre gracias del Espíritu Santo que tienen, directa o indirectamente, una utilidad eclesial, ya que están ordenados a la edificación de la Iglesia, al bien de los hombres y a las necesidades del mundo[10].
4. «Un exceso de prácticas y de rigor». Los seguidores de Vicente de Paúl vivimos una espiritualidad sencilla y práctica. Podemos caer en la tentación —de hecho, así ha sido, y es, en ocasiones— de complicarnos con ejercicios piadosos vanos o de alejados de nuestra espiritualidad de servicio. La caridad nos llama a ejercer la devoción[11] pensando siempre en cómo mejor servir al pobre y anunciar el Reino. Si nos «dedicamos» a otros temas, o si nos cargamos con devociones ajenas a nuestro carisma, con rigores excesivos, estamos saliéndonos de nuestra misión fundamental.
5. «Una filantropía verbosa más ocupada en hablar que en obrar». Un refrán castellano dice que a una persona se le «va la fuerza por la boca» cuando sus palabras no se encuentran respaldadas por sus obras, cuando habla demasiado, pero todo se queda en nada. No así entre nosotros: si nuestro testimonio se queda solo en palabras, no estamos cumpliendo con nuestra misión. Nos dijo san Vicente:
Amemos a Dios, hermanos míos, amemos a Dios, pero que sea a costa de nuestros brazos, que sea con el sudor de nuestra frente. Pues muchas veces los actos de amor de Dios, de complacencia, de benevolencia, y otros semejantes afectos y prácticas interiores de un corazón amante, aunque muy buenos y deseables, resultan sin embargo muy sospechosos, cuando no se llega a la práctica del amor efectivo: «Mi Padre es glorificado —dice nuestro Señor— en que deis mucho fruto»[12]. Hemos de tener mucho cuidado en esto; porque hay muchos que, preocupados de tener un aspecto externo de compostura y el interior lleno de grandes sentimientos de Dios, se detienen en esto; y cuando se llega a los hechos y se presentan ocasiones de obrar, se quedan cortos. Se muestran satisfechos de su imaginación calenturienta, contentos con los dulces coloquios que tienen con Dios en la oración, hablan casi como los ángeles; pero luego, cuando se trata de trabajar por Dios, de sufrir, de mortificarse, de instruir a los pobres, de ir a buscar a la oveja descarriada[13], de desear que les falte alguna cosa, de aceptar las enfermedades o cualquier cosa desagradable, ¡ay!, todo se viene abajo y les fallan los ánimos. No, no nos engañemos: Totum opus nostrum in operatione consistit[14].
Y esto es tan cierto que el santo apóstol declara que solamente nuestras obras son las que nos acompañan a la otra vida[15]. Pensemos, pues, en esto; sobre todo, teniendo en cuenta que en este siglo hay muchos que parecen virtuosos, y que lo son efectivamente, pero que se inclinan a una vida tranquila y muelle, antes que a una devoción esforzada y sólida. La Iglesia es como una gran mies que requiere obreros, pero obreros que trabajen. No hay nada tan conforme con el evangelio como reunir, por un lado, luz y fuerzas para el alma en la oración, en la lectura y en el retiro y, por otro lado, ir luego a hacer partícipes a los hombres de este alimento espiritual. Esto es hacer lo que hizo nuestro Señor y, después de él, sus apóstoles; es juntar el oficio de Marta con el de María[16]; es imitar a la paloma, que digiere a medias la comida que toma, y luego pone lo demás en el pico de sus pequeños para alimentarlos. Esto es lo que hemos de hacer nosotros y la forma con que hemos de demostrar a Dios con obras que lo amamos[17].
6. «Unas prácticas burocráticas que impedirían nuestra marcha multiplicando nuestros engranajes». Las estructuras son necesarias e importantes, pero no pueden ahogar el contacto directo con los empobrecidos, la atención personal, el trato transformador —tanto para el auxiliado como para el que ofrece ayuda—, cercano y amoroso con aquellos que sufren. En definitiva: no somos una oficina burocrática, sino una familia de creyentes que descubren y sirven a Jesucristo en el pobre.
Termina el párrafo con una sentencia que merece la pena destacar y reflexionar: «Dios se complace, sobre todo, en bendecir lo que es pequeño e imperceptible, al árbol en su semilla, al hombre en su cuna, a las buenas obras en la timidez de sus comienzos».
Sugerencias para la reflexión personal y el diálogo en grupo:
- Podemos revisar nuestras actitudes y acciones, personales y comunitarias, a la luz de los seis puntos que indica Federico como peligros que pueden llevarnos a no cumplir con nuestra misión.
- Si tuviésemos que resumir en pocos ítems nuestra misión y nuestras prioridades como seguidores de Vicente, Luisa, Federico, etc… ¿cuáles serían?
Notas:
[1] Después de una parada en Sens, para visitar a sus amigos los esposos François Lallier y Henriette Delporte, que acababan de ser padres de su primer hijo, Henri.
[2] Los libros de familia manuscritos de los Ozanam son cuatro. El primero se conserva en los Archives Laporte y los tres restantes en los Archives Ozanam.
[3] Cf. Charles-Alphonse Ozanam, Vie de Frédéric Ozanam, París: Poussielgue, 1879, p. 357.
[4] Su prometida Amélie sigue viviendo en Lyon con su familia.
[5] La Iglesia recuerda a Jesucristo, el Buen Pastor, el cuarto domingo de Pascua. El evangelio que se proclama en la eucaristía está tomado del capítulo 10 de Juan: «Yo soy el Buen Pastor. El buen pastor da su vida por las ovejas».
[6] En la Regla original se indica (artículo 45) que «las Juntas generales se celebran anualmente el 8 de diciembre, día de la Concepción de la Santísima Virgen; el primer domingo de Cuaresma; el domingo del Buen Pastor (aniversario de la traslación de las reliquias de san Vicente de Paúl), y el 19 de julio, día de la fiesta del santo patrono». Hoy día, la Familia Vicenciana celebra la traslación de las reliquias de san Vicente el 26 de abril, y la fiesta de san Vicente de Paúl el 27 de septiembre.
[7] En la capilla de la Casa Madre de la Congregación de la Misión, sita en el nº 95 de rue de Sèvres de París.
La capilla que alberga el cuerpo del santo fue construida bajo la Restauración —periodo que va desde la derrota de Napoleón (1814) y la revolución de 1830— para recibir las reliquias de san Vicente de Paúl, trasladadas en 1830 por el obispo de Quelén. El cuerpo del señor Vicente está situado sobre el altar, y a él se accede por una escalera lateral.
[8] A la que llamaba «mi evangelio»; ver SVP ES IX, p. 546.
[9] 1 Cor 12,4.
[10] Juan Pablo II, Christifideles Laici, § 24.
[11] Del latín devotiones, que significa dedicación, voto.
[12] Jn 15, 8.
[13] Cf. Mt 18, 10-14.
[14] «Todo nuestro quehacer consiste en la acción».
[15] Cf. Ap, 14, 13.
[16] Cf. Lc 10, 25-37.
[17] SVP ES XI-4, p. 733.
Cada vez que leo las cartas de mi amado Bto. Ozanam, me conmueve muchísimo y me sorprende continuamente, aunque lo lea varias veces, extraigo de ella reflexiones que me llevan a querer mas a los pobres y a ver en ellos todo el dolor y el sufrimiento de nuestro Señor Jesús y también de Federico Ozanam. Verdaderamente no lo tuvo fácil en su vida. Su esposa Amelie, fue un revulsivo para mitigar su larga y dolorosa enfermedad con el gran amor que se profesaban mutuamente. Sufrió mucho y gozó mucho con la llegada de su hija Marie. Se entregó totalmente a los pobres y a su familia sin abandonar y sacando fuerzas que Dios le aportaba para seguir adelante. Tal vez sea atrevido por mi parte hacer este comentario pero quiero muchísimo al Bto. Federico Ozanam. Pido disculpas.