Estamos saliendo con cuidado del confinamiento y se nos habla de volver a una “nueva normalidad”. Podemos más o menos entender lo que esto significa para el ritmo de la sociedad, las fábricas, los comercios, pero ¿qué significado tendrá para nuestra vida, para la visión cristiana del presente y del futuro por construir? La “nueva normalidad” implica cuidados higiénicos, distanciamiento físico, pero ¿qué de nuevo deberá tener nuestro ser discípulos y apóstoles de Jesucristo?

Al respecto decía el Papa Francisco: “De las grandes pruebas en la vida se sale o mejores o peores, no se puede salir igual. ¿Cómo vamos asalir nosotros de esta realidad? De nada servirá tanto sufrimiento si no aprendemos a construir un mundo más justo, más solidario y fraterno. De nada servirá haber luchado contra el coronavirus si no combatimos la pandemia de la pobreza…”

Necesitamos “un mundo más justo, más solidario y fraterno”, sería la gran lección que queda en muchas conciencias de esta dolorosa experiencia. Y no es un nuevo descubrimiento, Jesús ya lo había dejado claro de mil formas. Baste recordar aquel “Ve y haz tú lo mismo”, que le dijo al doctor de la ley, queriéndole decir: haz lo mismo queel buen samaritano, atiende al hermano herido por el camino, hazte cargo de las heridas de tu prójimo. Lo nuevo es que la pandemia ha puesto sobre la mesa las carencias y fragilidades de este mundo que veníamos construyendo y del que en muchos aspectos nos sentíamos orgullosos. Ahora, más que nunca, queda claro que nos faltaba “globalizar” la solidaridad, la justicia y la dignidad de las personas. Quizás la palabra “solidaridad” es la que más se ha repetido en las reflexiones a todos los niveles. Las naciones y cada individuo apelaron al sentido solidario para ir deteniendo la transmisión del virus y para disponer de los insumos necesarios para la atención sanitaria. Fue sorprendente la solidaridad de la Brigada Médica Internacional Henry Reeve, un equipo de médicos y enfermeros cubanos que trabajaron en 21 países para combatir el Covid-19. En medio de la crisis sanitaria mundial, este esfuerzo de un pequeño país ha llevado esperanza e inspiración a muchas personas de todo el mundo.

En México, dos grupos de ellos trabajaron en Veracruz y Cd. de México, invitados por los respectivos gobiernos locales.“Curan el coronavirus, pero infectan con el virus de la solidaridad” se comentó de ellos en un periódico. Otra vez aparece la “solidaridad” como la enseñanza fundamental de esta experiencia dolorosa. Por cierto, ya hay una petición formal pidiendo el Premio Nobel de la Paz 2021 a dicha Brigada Médica Internacional, “en reconocimiento a su magnífica solidaridad y desinterés, salvando miles de vidas poniendo las suyas propias en peligro”.

Falta ver qué tanto esfuerzo solidario muestran las potencias mundiales para poner la vacuna anti-Covid-19, cuando se logre, al alcance de todos, incluso de las naciones más pobres.

En suma todos, naciones y personas, creyentes y no creyentes, deberemos salir de esto más conscientes y más dispuestos a la solidaridad, si no, no habremos aprendido nada.

Y a nivel cotidiano también deberá crecer una nueva sensibilidad respecto a relaciones solidarias y fraternas; la conciencia clara de que vivimos en el mismo planeta y compartimos por igual su destino, de que somos igualmente dignos y tenemos que encaminarnos todos hacia la unidad. Deberá nacer una nueva conciencia de la interdependencia entre los hombres y los pueblos, revelación radical y dolorosa de la epidemia.

Hay una historia reveladora en este sentido. Jason Denney, coronel del Ejército, tuvo que pasar largas semanas hospitalizado en Orlando, Florida, víctima de COVID-19. No podía ver a nadie más que a quienes lo atendían. Pero en su postración apareció una mujer guatemalteca, Rosaura Quinteros, que se encargaba de la limpieza de su habitación. Jason estaba grave y había perdido la esperanza de recuperarse, pero cuenta que Rosaura lo animó a seguir luchando y le hizo recordar que su vida no solo estaba en manos de los médicos sino, sobre todo, en manos de Dios. En medio de fuertes dolores sufridos en soledad, llegó a esperar con ansia la llegada de la trabajadora para intercambiar, sólo por minutos, algunas palabras que lo dejaban animado para seguir luchando.

En otro contexto Rosaura hubiera sido “invisible”, pero en este caso se reveló como una presencia necesaria para la vida, la salud, las ganas de seguir caminando. El vínculo desarrollado entre ambos llevó un rayo de luz a la vida del militar. “No creo que se haya dado cuenta de lo que estaba haciendo por mí. Me estaba salvando la vida. Me encantaría volver a verla y decirle «¡gracias!”, expresó Jason, una vez recuperado. Por su parte, Rosaura afirmó: “Sentía mucha pena por él, y quería asegurarme de que supiera que no estaba solo”.

Solidarios, fraternos, humanos, hermanos… deberán ser las palabras (y las acciones) que dirijan nuestra “nueva normalidad”.

Fuente: «Evangelio y Vida», comentarios a los evangelios. México.
Silviano Calderón Soltero CM

Etiquetas: coronavirus

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