¿Has considerado cuántas de las historias de nuestro Nuevo Testamento pueden ser leídas como medias historias? ¡Podríamos detenernos en la mitad! Para mí, ninguna es mejor ejemplo de esta noción que la más conocida de todas las parábolas: el Hijo Pródigo (Lucas 15). Podemos leer cómo el hijo menor deja a su padre para despilfarrar su herencia, y luego regresa a casa indigente y hambriento. El padre lo recibe con los brazos abiertos y perdonadores. Prepara un banquete para este querido hijo. Podríamos terminar esta feliz historia con el v. 27 «Entonces comenzó la fiesta» (Lc 15,27). Pero la historia no termina ahí, inmediatamente comenzamos el relato del otro hijo. Él también tiene algo que enseñar y las lecciones van de la mano.

¿Y la historia del juicio final, en Mateo 25? ¿No podríamos terminar la historia en el versículo 40 con las palabras del Señor «En verdad os digo que en cuanto hicisteis a uno de estos mis hermanos menores, a mí lo hicisteis»? Estas palabras capturan el buen comportamiento de los que están a la derecha del Rey y enseñan una lección. ¿Por qué entrar en la mitad siguiente, del fracaso de la historia cuando el mismo criterio mide desfavorablemente a los de la izquierda?

¿Y la parábola de Lázaro y el hombre rico? ¿No podríamos detenernos en Lc 16,22 con la buena noticia de que «Cuando el pobre murió, fue llevado por los ángeles al seno de Abraham»? ¿Por qué tenemos que entrar en el tormento del rico cuya muerte y entierro están registrados en el mismo versículo?

¿O las bienaventuranzas de Lucas seguidas de sus malaventuranzas? O, bueno, añade tu propio relato.

Nuestro Evangelio no se detiene en el medio. En todos los ejemplos anteriores, no captamos la lección completa hasta que oímos la historia completa. La historia del implacable sirviente que leímos tan recientemente escribe esa insistencia en letras grandes y negritas.

En la parábola, el primer sirviente necesita desesperadamente la misericordia de su amo. Tiene una deuda que nunca podrá pagar. Su súplica «Ten paciencia conmigo, y te lo pagaré todo» es una mentira descarada. Si el amo ejerce sus derechos en justicia para recuperar su deuda, el hombre perderá todo, no sólo su propia libertad, sino también su esposa, sus hijos y todas sus propiedades. En esta situación imposible, sólo puede arrojarse a la misericordia de su Señor. Y su Maestro responde con misericordia, cancelando toda la cantidad. ¡Qué gran historia! ¡Qué gran lección! Una enseñanza sobre nuestra necesidad de buscar la misericordia de Dios y sobre la gran misericordia que Dios da tan voluntariamente. Si tan sólo la historia terminara aquí… Si pudiéramos creer que su experiencia de misericordia ha cambiado a este primer deudor…

Pero la historia continúa.

El sirviente perdonado tiene un compañero que le debe una cantidad manejable. Este segundo deudor busca misericordia exactamente con las mismas palabras que el primero había usado antes: «Ten paciencia conmigo, y te lo pagaré todo» (No se puede concebir que la repetición del narrador pueda ser una casualidad). El primer sirviente ahora deniega la misericordia a su compañero y hace que este hermano sea encarcelado hasta que pague su deuda. Por supuesto, desde la prisión, nadie va a pagar una deuda, por pequeña que sea.

No hay sutileza en esta historia. La lección está escrita a lo grande. El despiadado sirviente no tenía ni idea del regalo que había recibido. No captó la esencia de la misericordia. No puede comprender cuánto lo había bendecido el Maestro. Si lo hiciera, si entendiera la misericordia, estaría ansioso por compartir esta bendición con otros como su compañero de servicio.

Recordamos esta parábola y sus lecciones cada vez que profesamos el Padrenuestro, «perdona nuestras ofensas como nosotros perdonamos a los que nos ofenden». Tenemos que asumir toda la historia.