Os invitamos a descubrir a través de sus propios escritos a Federico Ozanam, cofundador de la Sociedad de San Vicente de Paúl y uno de los miembros más queridos de la Familia Vicenciana (al que, tal vez, aún conocemos poco).
Federico escribió mucho en sus poco más de 40 años de vida. Estos textos —que nos llegan de un pasado no muy lejano— son reflejo de la realidad familiar, social y eclesial vivida por su autor que, en muchos aspectos, guarda similitudes con la que se vive actualmente, muy en particular en cuanto se refiere a la desigualdad y la injusticia que sufren millones de empobrecidos en nuestro mundo.
Comentario:
Desde la revolución de 1789 hasta hoy día, el parlamento de Francia está compuesto por dos cámaras, aunque sus nombres, modo de elección de sus miembros y sus atribuciones han variado significativamente en el tiempo, dependiendo de la situación política del país:
- El Senado (cámara alta).
- La Asamblea Nacional (cámara baja).
Tras la revolución del 23 al 25 de febrero de 1848, el rey Luis Felipe de Orléans —último monarca francés— abdicó y huyó a Inglaterra. Francia sufría una intensa crisis económica y social desde hacía varios años, que se vio agravada por la represión y medidas conservadoras de François Guizot (1787–1874), entonces presidente del consejo de ministros.
Se proclama la Segunda República Francesa (el 25 de febrero de 1848) y se instaura un gobierno provisional que dirige el país durante dos meses y convoca las elecciones a la Asamblea Nacional, fijadas finalmente para el 23 de abril[2]. Fueron las primeras elecciones con sufragio universal[3] masculino[4] en Francia: solo los hombres mayores de 21 años podían votar.
Federico vivía con esperanza los cambios políticos que se estaban sucediendo en el país, desde la caída de la Monarquía de Julio, asociándolos a la popularidad del papa Pío IX, elegido apenas dos años antes, el 16 de junio de 1846:
No sé si exagero, pero creo descubrir el comienzo del plan divino que se va a desarrollar. Luis Felipe sirvió para sostener el orden material del mundo, mientras se organizaba el orden moral. Ahora que Pío IX se ha convertido en el apoyo de ese orden moral, y que el mundo puede descansar sobre él, el sostén provisional que duró diecisiete años acaba de ser retirado porque ya era inútil. Lo que es cierto, desde hoy, es que la justa popularidad de Pío IX ha servido, en gran manera, para mantener el respeto de la religión en estos últimos días. Ahora espero que Dios, que nos ha dado a este gran papa, nos haya dado en él un primer signo de sus planes para la regeneración de la cristiandad[5].
Ni él ni otros miembros de la Sociedad de San Vicente de Paúl quisieron mantenerse aparte de todo el movimiento social y político que se estaba generando:
Tratamos de no abandonarnos nosotros mismos, no emigramos, intentamos introducirnos en todo lo que está teniendo lugar a nuestro alrededor, y nos servimos de todas las armas honradas que están a nuestra disposición. Estamos fundando, con el padre Lacordaire, una publicación periódica [l’Ére nouvelle], de la que te enviaré el prospecto. Vamos a abrir clases públicas para los obreros. Vamos a ir a las reuniones de los partidos para oponernos a las ideas subversivas que se puedan proponer en ellas. No dejaremos de participar en las elecciones. Nos pondremos de acuerdo para tener representantes probos, entregados, religiosos. Puedes comprometer para eso a todas las personas honradas que conozcas. Nada de pusilanimidad, nada de flojedad, nada de desaliento. En el fondo, su divisa: «libertad, igualdad, fraternidad», es el mismo evangelio. Nada está perdido si conseguimos que no se nos descarte. Todo está perdido si no estamos presentes en todo eso[6].
Sigue con interés todos los acontecimientos que se desarrollan en Francia, particularmente en París:
Aquí las condiciones políticas son bastante satisfactorias, y los ciudadanos, dispuestos a mantener la república (pero la república honrada, moderada, esclarecida, bienhechora) parecen lo suficientemente dueños de la situación como para que se pueda esperar que impondrán silencio a los tres partidos de los legitimistas[7], de los orleanistas[8], de los anarquistas[9] que nos precipitarían a la guerra civil. La única preocupación seria es la situación de las finanzas; pero lo peor es el miedo, el pánico que afecta a los financieros, a los banqueros, a los comerciantes grandes y pequeños[10]. El dinero se esconde en todas partes, y llega el momento en el que será muy difícil pagar a los obreros. Pero, en cuanto haya un evento favorable como para hacer surgir la confianza pública, se verá que se vuelven a abrir las bolsas y que vuelven a aparecer los capitales[11].
Ni por un momento se planteó ser uno de los candidatos a la nueva Asamblea. La propuesta surgió de varios grupos de amigos. Las primeras insinuaciones aparecen en su correspondencia el 22 de marzo (menos de tres semanas tras anunciarse la convocatoria):
En cuanto a mí se refiere, está usted equivocado, señor y querido amigo, al creerme uno de los hombres del momento[12]. Nunca he sentido mejor mi debilidad y mi incompetencia. Estoy menos preparado que nadie en los temas que van a ocupar los espíritus, quiero decir los temas del trabajo, del salario, de la industria, de la economía, más importantes que todas las controversias políticas. La historia misma de las revoluciones modernas me es casi desconocida. […] Yo no soy hombre de acción. No he nacido ni para la tribuna, ni para la plaza pública[13].
Pocos días después, un grupo de ciudadanos de Lyon le proponen formalmente que presente su candidatura:
He recibido con viva emoción la amable carta en la que me informa de que un cierto número de mis conciudadanos me ofrecen el honor de representar a mi ciudad natal en la Asamblea Nacional constituyente. Yo ya sabía que había dejado en Lyon muchos amigos, y siempre he contado con su recuerdo afectuoso. Pero no tenía ningún derecho a contar con su confianza en cuestión de política, sobre todo en un momento tan importante en el que se trata de servir los designios de la Providencia trabajando por el advenimiento de esa sociedad nueva que ella hará salir del caos. Comprenderá usted que su propuesta me ha sorprendido tanto como me ha emocionado, y que me ha encontrado poco preparado como para responder sin demora. […] Concédame los pocos días que necesitaré para aclararme y tomar una decisión. […] La misión que me propone usted es formidable, yo no la he deseado, no la deseo, sé demasiado bien que presentará dificultades y peligros para pretender confundirme con esa muchedumbre de candidatos que no ven en la representación nacional más que una carrera honrada y lucrativa. Pero, precisamente porque hay peligros que correr, y, por consiguiente, habría pusilanimidad si me echara atrás, podría decidirme a aceptar el peligroso honor al que me llama usted, si viera en ello una voluntad de Dios manifestada por la voluntad general de mis conciudadanos[14].
Otros grupos de ciudadanos, esta vez en París, le proponen lo mismo:
Varios grupos electorales me habían hecho el honor de ponerme entre el número de los candidatos que se proponían llevar a la Asamblea Nacional constituyente, y el grupo de usted tuvo a bien inscribir mi nombre en una lista provisional [en París]. […] Si podemos unir a esos nombres políticos dos o tres nombres más cercanos a nosotros y que representen de manera más clara los intereses de la religión y de la caridad, se cumplirían todos nuestros deseos. Pero hace falta que esos nombres, pronunciados desde hace tiempo con respeto y con amor, tengan una notoriedad que se extienda más allá de nuestras filas, demasiado poco numerosas. […] Esos son los motivos […] que me mueven a retirarme, agradeciendo a los electores tan amables como para haber pensado en mí en un momento tan solemne en el que se trata de secundar los designios de la Providencia para la salvación del país, al mismo tiempo que para el desenlace de uno de las más sorprendentes y, me atrevo a esperar, de las más beneficiosas revoluciones que hayan cambiado el mundo[15].
Rechaza las candidaturas de París, pero tiene dudas sobre las peticiones desde Lyon, que se multiplican:
Cuando estaba terminando esta carta recibo de Lyon dos propuestas muy insistentes para permitir que pongan mi nombre en una lista de candidatos. Se me asegura que la división de los partidos y de los votos será tan grande que yo tendría posibilidad de conseguir un número suficiente de votos. Por otro lado, no tengo una salud muy robusta, ni un carácter muy fuerte como para afrontar las tormentas de la Asamblea Nacional. Mi manera de hablar apenas se acomoda a la tribuna a la que hay que subir. Mis amigos de aquí están divididos. Varios me aconsejan que espere a la asamblea siguiente. ¿Qué te parece a ti?[16]
Por fin se decide y acepta, aunque con renuencia, la segunda semana de abril:
Entre las ocupaciones de esta semana, una de las más graves ha sido la de decidirme acerca de la propuesta de un gran número de lioneses que me pidieron que me presentara para la Asamblea Nacional. Mi primer movimiento fue rehusar una misión tan poco conforme con mis hábitos y mis estudios. Sin embargo, después de haber pensado en ello delante de Dios y pedido consejo a los que tienen derecho sobre mi conciencia y sobre mi corazón, después de oír los consejos de mi familia y de mis amigos, me he decidido a asumir un sacrificio que no podría rehusar sin faltar al honor, al patriotismo y a la abnegación cristiana. Me llevan, pues, a Lyon; espero que no tendré allí más que un número honorable de votos, y que la Providencia me librará de la peligrosa gloria de ser representante del pueblo[17].
Pocos días después, el 15 de abril, hace público su «programa electoral», el texto que ahora nos ocupa, mediante una circular dirigida «a los electores del departamento de Rhône». No es extenso, pero sí práctico:
Su programa político es breve y eficaz, pocos conceptos que comienzan con una declaración sorprendente: los eventos revolucionarios que llevaron a la caída de la monarquía y las elecciones no son más que el advenimiento temporal del Evangelio, que se expresa con el lema revolucionario «libertad, igualdad, fraternidad«. Y son precisamente estas tres piedras angulares revolucionarias las que aquí se reducen a una visión cristiana y se traducen en la virtud de la caridad: la libertad, un aliado del cristianismo, que garantiza los derechos naturales y la soberanía de las personas y la familia; la igualdad, comenzando con el sufragio universal y el rechazo de la forma federativa del Estado, pero también de cualquier forma de centralización, para no perjudicar el desarrollo del campo; finalmente, la fraternidad, garantizada por la defensa de la propiedad, pero regida por un sistema justo de impuestos progresivos y derechos laborales, con la constitución de asociaciones de trabajadores, y de trabajadores y empresarios juntos[18].
En este manifiesto aboga principalmente por:
- La «libertad de las personas, de expresión, de enseñanza y de culto»[19]: Federico promete trabajar por las libertades individuales. Hay que recordar, en este sentido, que:
- Un «sistema fiscal progresivo» que no grave a los productos de primera necesidad y, por lo tanto, que no castigue a los más pobres, y el pago escalonado de impuestos, acorde a los ingresos de cada uno.
- Los «derechos laborales, […] las asociaciones de trabajadores», no evitando la cuestión social, esto es: todos los problemas que se generaron a partir de la Revolución industrial (a todos los niveles: políticos, intelectuales, religiosos…), muy especialmente el pauperismo y la falta de derechos de la clase trabajadora, de los obreros.
- «Medidas de justicia y seguridad social para aliviar el sufrimiento de la población».
Federico no salió elegido, para su alivio. No obstante, durante todos aquellos meses intensos, a partir de marzo de 1848, él escribió mucho, tanto cartas como en el periódico l’Ère nouvelle, textos que nos revelan su integridad como ciudadano y católico, su fino pensamiento y su preocupación por la sociedad en la que vive, especialmente dirigida hacia las clases más desfavorecidas:
Era un programa verdaderamente innovador para un católico. Pero los votantes católicos no lo entienden y Ozanam no es elegido. Sin embargo, su visión genuina y rigurosa del compromiso político sigue siendo una exhortación para todos los políticos, los de ayer y los de hoy[22].
Sugerencias para la reflexión personal y el diálogo en grupo:
- En la sociedad en la que vivo, ¿qué propuestas de Federico ya han sido alcanzadas completamente? ¿Y en otras partes del mundo?
- El resto de propuestas, ¿podrían seguir teniendo validez hoy día? Las que no son válidas, ¿podrían ser adaptadas de alguna manera para que conserven su espíritu y respondan a nuestros problemas actuales? ¿Podríamos poner algún ejemplo?
Notas:
[1] Hoy día es el lema oficial de la República de Francia. Se originó durante la Revolución francesa de finales del siglo XVIII. Se oficializó su uso, por primera vez, en un decreto del Directorio del departamento de París, que instaba a los ciudadanos a pintar en las fachadas de sus casas la frase «Unité, Indivisibilité de la République; Liberté, Égalité, Fraternité, ou la Mort» [«Unidad e Indivisibillidad de la República; Libertad, Igualdad, Fraternidad o la Muerte»].
En el siglo XIX se convirtió en el eslogan de republicanos y liberales a favor de la democracia, pidiendo el derrocamiento de gobiernos opresores y tiránicos de todo tipo.
[2] El 5 de marzo de 1848, el gobierno provisional decreta la convocatoria a elecciones, a realizarse el 9 de abril mediante sufragio universal. El 17 de marzo, en París, una manifestación republicana obligó al gobierno a posponer dos semanas las elecciones, quedando establecidas finalmente para el 23 de abril.
Notemos, como anécdota, que las elecciones coincidieron con el 35 cumpleaños de Federico y con el domingo de Resurrección.
[3] Hasta entonces, las elecciones francesas se realizaban mediante sufragio censitario: solo tenían derecho a voto los nacionales (o residentes bajo ciertas condiciones), mayores de 25 o 30 años (según el momento histórico) que pagaran impuestos. El número de votantes, pues, era muy limitado; por ejemplo, en las últimas elecciones censitarias de 1847 votaron unos 246.000 hombres (de una población total de aproximadamente 36.000.000). Los electores tenían que abonar una cuota (censo) para votar: 300 francos (de 1814 a 1830), 200 francos (de 1831 a 1847), 100 francos (de 1847 hasta las primeras elecciones con sufragio universal, cuando se elimina esta carga).
[4] Francia fue uno de los países occidentales donde más tarde se reconoció el derecho al voto femenino y a ser elegidas en las mismas condiciones que los hombres: no se aprobará en Francia hasta el 21 de abril de 1944, mediante un decreto firmado por el general Charles de Gaulle (1890–1970). Ejercerán su derecho, por vez primera, el 29 de abril de 1945 (en elecciones municipales) y el 21 de octubre de 1945 (en elecciones nacionales).
[5] Carta a Alphonse Ozanam, del 6 de marzo de 1848.
[6] Ibid.
[7] Partidarios del regreso al trono de la Casa de Borbón.
[8] Los partidarios del rey Luis Felipe, de la Casa de Orléans.
[9] El anarquismo francés tiene su origen en la Revolución francesa de finales del siglo XVIII. Uno de los padres del pensamiento anarquista francés fue Pierre-Joseph Proudhon (1809–1865), que propuso una sociedad sin estado, donde la propiedad de los medios de producción fuera individual o colectiva, y el intercambio de bienes y servicios representase un costo de trabajo equivalente.
[10] La crisis industrial en París, durante 1848, estuvo acompañada, además, por una consecuencia particular: los fabricantes y comerciantes al por mayor, en aquellas circunstancias, no podían exportar sus productos, y abrieron grandes establecimientos, cuya competencia arruinó a los pequeños comerciantes, por lo que estos se involucraron en la revolución de febrero.
[11] Carta a Alphonse Ozanam, del 15 de marzo de 1848.
[12] «Los sucesos le han dado a usted la razón, más allá de lo que esperaba, si no me equivoco. Sea como sea, el padre Lacordaire y usted son los hombres del momento» (carta de Theophile Foisset a Federico Ozanam, del 11 de marzo de 1848).
[13] Carta a Theophile Foisset, del 22 de marzo de 1848.
[14] Carta a Louis Gros, del 30 de marzo de 1848. El mismo grupo de ciudadanos propuso la candidatura del abate Noirot, que rehusó: «Le agradezco mucho los deseos que muestra por mi candidatura, pero he dicho muy claramente que mi intención era no aceptar esa candidatura» (carta del abate Noirot a Federico Ozanam, abril de 1848, en Archives Laporte).
[15] Carta a Jacques Lecoffre, del 12 de abril de 1848.
[16] Carta a François Lallier, del 12 de abril de 1848.
[17] Carta a Alphonse Ozanam, del 12-21 de abril de 1848.
[18] Mauricio Ceste (ed.), Federico Ozanam, volume II: Scritti sociali e politici, Soveria Mannelli: Rubbettino editore, 2019, pp. 179-180.
[19] Respecto a la libertad de culto y de expresión, es interesante observar la notable distancia que Federico tomó frente a algunas declaraciones papales pretéritas, en particular las del anterior pontífice, Gregorio XVI, que, en su encíclica Mirari Vos, se refiere a la libertad de conciencia como una «locura» y un «pestilente error», y reprueba la libertad de prensa, «nunca suficientemente condenada», y a aquellos que promueven «sediciones en todas partes, predican toda clase de libertades, promueven perturbaciones contra la Iglesia y el Estado; y tratan de destruir toda autoridad, por muy santa que sea», intentando «separar la Iglesia y el Estado» y romper «la concordia entre el sacerdocio y el poder civil».
[20] La Iglesia conseguiría bastantes logros en este sentido con la aprobación de la conocida como «Ley Falloux», del 15 de marzo de 1850, siendo Félix Esquirou de Parieu (1815–1893) ministro de Instrucción Pública y Culto (fue miembro de la Sociedad de San Vicente de Paúl en su juventud). Dicha ley restableció buena parte de la influencia que la Iglesia institucional tenía en el campo educativo antes de la Revolución francesa. Hasta 1850, el conjunto del sistema educativo estaba bajo la supervisión de la universidad pública y de maestros entrenados por el estado; la nueva ley habilitó al clero secular y a los miembros de las órdenes religiosas masculinas y femeninas a enseñar sin más cualificación que una «carta de obediencia», mientras que al resto de profesores se les exigía un grado universitario para ejercer en los liceos, donde se impartía educación secundaria. La ley lleva el nombre del católico Alfred de Falloux (1811–1886), historiador y político. Fue el ministro de Instrucción Pública y Culto anterior a De Parieu. La ley, diseñada por él, se aprobó seis meses después de su dimisión (octubre de 1849). También fue miembro de la Sociedad de San Vicente de Paúl en Angers.
La ley Falloux dividió a los católicos. El padre Lacordaire se mostró exultante con la ley, llegándola a comparar con el Edicto de Nantes (de 1598, que concedió a los protestantes en Francia la libertad de conciencia y de culto, con algunas restricciones).Federico, sin embargo, permaneció en silencio. En la correspondencia que se ha conservado no existe más que una alusión, de paso, a la nueva legislación, y no es favorable:
«Desde que se ha dado al clero el sillón de los obispos en el Consejo de la universidad, desde que se ha querido hacer de los párrocos otros tantos agentes electorales, estamos perdiendo terreno en París, y los sacerdotes, que eran respetados en febrero de 1848, vuelven a ser insultados en las calles» (carta a Alexandre Dufieux, del 5 de junio de 1850).
[21] En su tiempo todavía había esclavos en las colonias francesas.
La «trata de negros», abolida en 1794, fue restablecida por Napoleón en 1802. Será suprimida definitivamente el 27 de abril de 1848 por el Gobierno provisional de la Segunda República.
[22] Mauricio Ceste (ed.), o.c., p. 180.
Javier F. Chento
@javierchento
JavierChento
0 comentarios