Tiempo de héroes

por | Jul 20, 2020 | Formación, Reflexiones | 0 comentarios

Hasta finales del año 2019 el mundo seguía su marcha “normal”. Las bolsas de valores, el precio del petróleo, los índices macro-económicos, las disputas políticas… Hasta que llegó el COVID-19, una enfermedad causada por un virus hasta entonces desconocido, para el que no hay vacuna ni cura. A finales del año, en Wuhan, provincia de Hubei, China, algunas personas comenzaron a tener problemas respiratorios que desencadenaban neumonías graves. A inicios del 2020 los casos se multiplicaban y en la segunda semana de enero se registraron las primeras muertes. Los casos, en un principio, se ligaban al consumo de alimentos del mercado de Wuhan. Sorprendió la agresividad de la enfermedad y la rapidez de su contagio. Pronto se localizó en otras regiones de China y, fuera de aquel país, Tailandia registró el primer caso. Luego apareció en el estado de Washington, costa oeste de Estados Unidos. Cuando se comenzó a establecer un cerco sanitario en la provincia de Hubei, ya había brotes en Francia, luego en Italia… Era ya imposible evitar que se extendiera por el mundo entero. Aparte de que no se conocía nada acerca de este nuevo virus, se fue descubriendo su altísima capacidad de contagio y su letalidad. Y el mundo tembló.

Los científicos ubicaron al causante de tal enfermedad, un virus semejante a los “coronavirus” que provocan la enfermedad llamada SARS (Síndrome Respiratorio Agudo Grave). Pero era nuevo, distinto. Se le nombró SARS-CoV-2.

Miles de millones de personas entraron en alerta. Los países fueron implementando medidas de aislamiento pero la efectiva propagación del virus mantuvo a la epidemia un paso adelante de las estrategias para frenarla.

En México el primer caso confirmado se presentó el 27 de febrero en la Ciudad de México y se trató de un mexicano que había viajado a Italia; pocas horas después se confirmó otro caso en el estado de Sinaloa y un tercer caso, nuevamente, en la Ciudad de México. El primer fallecimiento en el país ocurrió el 18 de marzo. Cuando escribo esto (4 de mayo), se cuentan en el mundo más de tres millones 600 mil personas contagiadas y más de 250 mil fallecidos. En nuestro país, donde la epidemia está llegando a su punto más alto, hay casi 25 mil casos de contagio y casi 2,300 fallecidos. Aunque estos números no lo dicen todo, ya que la autoridad sanitaria estima que (al menos en México) por cada caso registrado, pueden existir ocho más.

El hecho es que esta emergencia mundial ha conmocionado todas las esferas de la vida. La economía ha sufrido una caída estrepitosa, los sistemas de salud han colapsado. Millones de personas han perdido su empleo, el confinamiento forzado ha sumido en angustia y estrés a muchos. Las empresas y los negocios no esenciales llevan semanas o meses cerrados, las escuelas suspendieron clases presenciales. Todos los asuntos que parecían “urgentes” se han pospuesto o cancelado. El mundo entró en un ritmo distinto de vida para resguardarse y protegerse de ese enemigo invisible y mortal.

Todo ello ha hecho aflorar el verdadero valor interior de las personas y ha hecho que las sociedades se replanteen muchas cosas de lo que antes les parecía “la vida normal”. La pandemia está siendo tiempo de héroes y de villanos, de mostrar la calidad del corazón y la capacidad de conmoverse y solidarizarse, la fortaleza de ánimo, el alcance de nuestra esperanza, pero también el egoísmo y la mezquindad. Una escena vista estos días fue conmovedora: Una enfermera salía por la mañana hacia su trabajo “de alto riesgo” en plena epidemia. Los vecinos, todos en cuarentena, desde sus ventanas la despiden con aplausos llamándola “heroína”. Otros ofrecían comida gratis, atendían a los ancianos solos confinados por la cuarentena. Por otro lado, compras de pánico, acaparando artículos de limpieza y alimentos, despidos masivos a los empleados o descuentos a su salario, agresiones violentas a doctores y enfermeras, egoísmo, intolerancia… Junto a la angustia e incertidumbre, actos hermosos de solidaridad y de generosidad; también de bajeza y confrontación. ¡Ah, el hombre, tan impredecible y contradictorio!

Hasta ahora todavía no se manifiestan todas las consecuencias en el sistema de vida que regía al mundo hasta hace unos meses, pero hay un clamor unánime: ¡Cuando esto pase, no podemos seguir igual! ¡No podemos volver a la “normalidad”!

Leía que una de las buenas cosas de esta pandemia es que “demostró lo inservible que son las armas, lo débil que es el poder, lo inútil que es la riqueza y lo importante que es Dios”.

“Tenemos la responsabilidad, cuando todo pase, de levantar este mundo desde sus ruinas, de hacerlo más justo, más solidario, más vivible”.“No debemos volver atrás ni desaprovechar la oportunidad de construir algo nuevo” (P. Cantalamesa).

P. Silviano Calderón Soltero, cm
Fuente: «Evangelio y Vida», comentarios a los evangelios. México.

Etiquetas: coronavirus

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