Desde un punto de vista vicenciano: El Dios de los vivos

por | Jun 13, 2020 | Formación, Patrick J. Griffin, Reflexiones | 0 comentarios

El P. Michael Whalen, CM falleció la noche del martes, 2 de junio. Era miembro de mi comunidad local y llevaba enfermo durante algún tiempo. Podría comenzar a enumerar con alegría todos los talentos del P. Whalen como fiel sacerdote de la Congregación. Era liturgista, músico, predicador, profesor, teólogo, director de retiros, y muchas otras cosas. Su amplia colección de amigos se reunía de buena gana para contar historias de su original y ecléctica personalidad, revelada a través de su estilo y sus palabras. Su predicación regular en la Novena de la Medalla Milagrosa en Filadelfia le dio una audiencia admirable e inspirada de oyentes que compartían su devoción a la Virgen.

Cuando los miembros de mi comunidad se reunieron para la liturgia, el miércoles por la mañana, acordamos celebrar en memoria de Mike. Confieso que estuve un poco ausente al comienzo de la celebración. Todavía no había aceptado su fallecimiento. No presté suficiente atención a la primera lectura del día, pero percibo que el Espíritu tenía algo en mente para mí en el texto del Evangelio. Era la historia de los siete hermanos, y de cómo cuando uno moría, el siguiente tenía que responsabilizarse del trabajo de su hermano. Me cautivó la idea de los muchos hermanos que se responsabilizaban en la partida del anterior. Se podría discutir la interpretación de la parábola contada por Jesús, pero su enfoque en que los hermanos continuaran llevando a cabo «la misión» parece bastante claro.  ¿Qué me dijo el Señor sobre seguir el buen ejemplo de mi hermano fallecido?

La última línea del Evangelio del día tenía una clave particular para mi instrucción que me obligaba y animaba. Jesús recordó a sus seguidores lo que el Señor Dios dice a la comunidad judeo-cristiana:

«Soy el Dios de Abraham, el Dios de Isaac,
y el Dios de Jacob…» y el Dios de Mike Whalen…

Entonces, Jesús les dijo a ellos y nos dice a nosotros:

No es el Dios de los muertos, sino el de los vivos.

La extraordinaria celebración de la Pascua debe tener un significado para nosotros siempre. Pasamos una semana celebrando el Día de Pascua y luego 50 días celebrando la temporada de Pascua. En el corazón de nuestra fe descansa la historia de Jesús resucitando de la tumba y venciendo a la muerte para siempre. La noticia de la resurrección de Jesús movió los corazones de la primera comunidad de la desesperación a la esperanza. También debe ser así para cada uno de nosotros. El nuestro es el Dios de la vida y de los vivos.

A la muerte de un hermano, Jesús consuela a una hermana e invoca la fe:

Jesús le dijo [a Marta], «Yo soy la resurrección y la vida; quien crea en mí, aunque muera, vivirá, y todo el que viva y crea en mí no morirá jamás». ¿Crees esto?» (Jn 11,25-26)

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