La Trinidad y la comunidad de las Hijas de la Caridad

por | Jun 6, 2020 | Benito Martínez, Formación, Hijas de la Caridad, Reflexiones | 0 comentarios

El domingo celebraremos la fiesta de la Santísima Trinidad y me ha recordado el grito generalizado que se ha convertido en un símbolo de esta pandemia “todos unidos lo conseguiremos”. Para los sicólogos y los sociólogos la unión da aliento para no sentirse solo, y para santa Luisa, cuando la comunidad entera apoya un trabajo multiplica el servicio de cada Hermana (c. 115), e inculcaba a las comunidades la unión, incluso divina, poniendo como modelo la unión trinitaria.

En los Ejercicios que hizo en 1657 medita que “uno de los efectos del Espíritu Santo en Dios es la unión; y recordando el designio de Dios en la creación del hombre a su imagen y semejanza, he considerado sus tres excelentes facultades, de las que dos están orientadas a la tercera que es la voluntad; y por esta semejanza me ha parecido que cada Persona de la Santísima Trinidad operaba en cada una de las facultades, y que el Espíritu Santo por su poder unitivo daba a la voluntad facilidad de unir, de suerte que no exista en el alma ningún desarreglo… Y mi espíritu ha recordado que el designio de la Santísima Trinidad desde la creación del hombre era que el Verbo se encarnase para hacer llegar al hombre a la excelencia del ser que Dios quería darle por la unión eterna que quería tener con él, como el estado más admirable de sus operaciones exteriores” (E 98). Siguiendo a san Agustín, expresa que el hombre, hecho a imagen de la Trinidad y unido a ella por la encarnación del Hijo, puede darle gloria, si vive una unidad interior parecida a la de nuestros primeros padres antes de pecar. Dios aborrece todo desarreglo y división -obra de Satanás-, y ama toda unión -símbolo de la simplicidad divina- (E 105). En el reglamento del hospital de Saint-Denis escribe que sólo la comunidad unida da a Dios la gloria verdadera, y las Hermanas se acordarán “de honrar la unión de la Santísima Trinidad” (E 47). Es el rescoldo de la formación renano-flamenca que le dieron los primeros directores y que a lo largo de su vida se aviva de vez en cuando.

Santa Luisa lleva a la vida la teología trinitaria, pues la Trinidad se proyecta en la tierra para ser imitada, “¿pero en qué especialmente?” -se pregunta-. Y se responde: “En la gran unión que debe existir entre las Hermanas” (c. 362). La unión de las Hermanas fue su obsesión, de tal manera que todo lo que lleva a la unión sin ofender a Dios, hay que ponerlo en comunidad. Tenía horror a la discordia, como escribió en un papel sin fecha: “Podría suceder que, en lugar de la unión que debe haber entre todas, hubiera discordia que es la cosa más perniciosa para la Compañía” (E 70), y lo plasma en un reglamento: “estarán siempre en una verdadera unión guardándose mucho de demostrarse lo contrario, aun cuando las inclinaciones, la costumbre y los brotes de mal humor les inspiren decisiones contrarias, acordándose de honrar la unión de la Santísima Trinidad” (E 47). Recordaba que la comunidad del hospital de Angers estuvo en peligro de hundirse por las divisiones (c. 115).

Cuando santa Luisa peregrina a Chartres, presenta a la Virgen su vida personal, su hijo y la Compañía. Para la Compañía le pide a Jesús que “él sea el lazo fuerte y suave de los corazones de todas las Hermanas para honrar la unión de las tres divinas Personas” (c. 121). Un año más tarde, cuando no está de acuerdo con el escrito que había redactado el superior Vicente de Paúl para que la Compañía fuera aprobada quedando bajo la autoridad del Arzobispo de Paris, recuerda que tres años antes se había derrumbado el piso de una sala donde iban a reunirse damas aristócratas de la sociedad francesa. Si la Compañía no hubiera desaparecido por la muerte de los dos santos, hubiera sido suprimida por la Corte, como reacción a la muerte de alguna señora de la nobleza. Tener que suprimirse la reunión, para ella fue un aviso de Dios al señor Vicente para que se pusiera él como superior general y salvara así la Compañía. Pero también fue un aviso a las Hermanas para que también ellas salvaran la Compañía viviendo en una gran unión, “y como el Espíritu Santo es la unión del Padre y del Hijo, así la vida que hemos emprendido se debe ejercer en una gran unión de corazones” (E 53). Y la mañana del 15 de marzo de 1660, cuando sólo le quedaban pocos minutos de vida, dio a las Hermanas su testamento espiritual: “Tened mucho cuidado del servicio de los pobres, y sobre todo de vivir juntas en una gran unión y cordialidad, amándoos unas a otras”.

Luisa de Marillac vivió en soledad hasta casarse, intentó encontrar compañía haciéndose capuchina y no soportaba que en una comunidad dividida una Hermana se sintiese sola. Si es doloroso para la Hermana que vive en Paris, puede ser insufrible para quien está destinada a cientos de kilómetros, como las de Polonia, a las que escribe cuando les envió tres nuevas: “queridas Hermanas, siempre me habéis dicho que no erais más que un corazón en tres personas; en nombre de la Santísima Trinidad os ruego que lo ensanchéis y que las tres nuevas entren en esa unión cordial, de tal suerte que no se distinga cuáles son las primeras y cuáles las últimas” (c. 500).

La comunidad es la forma de vida de las Hijas de la Caridad y tienen derecho a ser felices y obligación de hacer felices a las compañeras. Santa Luisa quería comunidades alegres y daba consejos para que la recreación fuera agradable. No conservamos el autógrafo en que lo escribió, sino la copia de una Hermana posterior, pero nos podemos fiar de ella: “Es preciso mirar el tiempo del recreo como concedido por la bondad de Dios para unirse por medio de una comunicación sincera de pensamientos, palabras y acciones; y ello para honrar la unidad en la distinción de las tres Personas” (E 90).

Si el servicio da sentido a la vida comunitaria y la vida fraterna en comunidad reanima su compromiso apostólico (C. 2.1), existe interrelación entre servicio y vida fraterna. En el trabajo cada Hermana goza de tal autonomía que su servicio es individual, como escribía la fundadora: Más que en otras congregaciones, las Hijas de la Caridad gozan de una libertad que les da su ocupación de andar por las calles (E 62); es dentro de casa donde se encuentran y conviven unidas a imitación de la Trinidad.

El servicio y la comunidad pueden enfrentarse como sucedió en dos comunidades alejadas de Paris, Angers y Nantes. Luisa de Marillac fue a fundarlas personalmente y las dos la llenaron de alegría y la rodearon de dolor. Al querer animar a la comunidad de Angers pone el remedio que le parece más eficaz: “es necesario tener una gran unión entre vosotras que os hará tener gran tolerancia unas con otras” (c. 115). El resultado fue sorprendente y las Hermanas han permanecido en el hospital de Angers hasta la segunda mitad del siglo XX. Más difícil fue lograr la unión en la comunidad de Nantes. No se logró y la comunidad abandonó el hospital pocos años después de morir la santa. A otra comunidad, alejada en Montreuil-sur-Mer, la anima a buscar la unión, recordándoles que “las verdaderas Hijas de la Caridad, para hacer bien lo que Dios les pide, no deben ser más que una, y puesto que la naturaleza corrompida nos ha despojado de esa perfección… debemos, para asemejarnos a la Santísima Trinidad, no ser más que un corazón y no actuar sino con un mismo espíritu como las tres divinas Personas, de manera que cuando la Hermana que está para los enfermos pida ayuda a la Hermana que está para la instrucción de las niñas no dejará de ayudarla, y asimismo, si la  encargada de las niñas le pide ayuda a la de los pobres, ésta hará otro tanto… teniéndose ambas como escogidas por la Providencia para obrar totalmente unidas; por lo tanto, nunca se habrá de oír: eso es tarea suya y no mía” (E 55).

Sin olvidar que los tiempos han cambiado y las leyes laborales exigen títulos para ciertos puestos de trabajo, las Hijas de la Caridad, a imitación de la Trinidad, deben actuar con un mismo espíritu como las tres divinas Personas (c. 377). La tendencia a considerar mi trabajo el más duro y el de las demás más benigno, queda hecha añicos.

La Trinidad orienta el servicio y la convivencia de las Hijas de la Caridad en la dimensión de hogar, de taller y de escuela. Hogar donde se recoge la familia para dialogar alrededor del fuego. Lo necesitaba la comunidad de Nantes para convivir a gusto, y santa Luisa les propone “la unidad en la diversidad de las personas”, al igual que la Trinidad, para que toleren como natural los criterios distintos. La comunidad se convierte en un hogar donde todas participan de las cargas y de los gozos, donde se escuchan y se aceptan, donde se respira la cordialidad de amigas (c. 289).

En la comunidad se dan conflictos y hay que arreglar la avería en una revisión como se hace a los coches en un taller. Los conflictos son humanos y no se deben ocultar, sino afrontarlos y buscar soluciones. Las Constituciones y las Normas ponen medios apropiados, como las Revisiones de vida y de servicio que llenan de esperanza (c. 362). Tienen que aprender a convivir, como en una escuela. No tiene sentido hablar mal de la escuela ni de las compañeras, especialmente con los externos. Si todas están aprendiendo, el cauce para la concordia es disculpar. Cada Hermana aprende en comunidad a acoger a la compañera y a descubrir sus valores. Si es una escuela, quienes acuden no saben y quieren aprender, como sucedía en la comunidad de Varsovia. Las recién llegadas no sabían la lengua polaca. Tenían que aprenderla junto con las costumbres. Las veteranas debían acoger a las nuevas con humildad y cordialidad y componer con los seis corazones uno solo a imitación de la Trinidad (c. 500).

Santa Luisa, poco después de conocer a Vicente de Paúl y antes de fundar la Compañía admiró la unión que vivían los Padres Paúles. Dice que honran a la Trinidad por la unión que existe en sus comunidades; una unión que no es impuesta, sino voluntaria, alegre y cordial, fruto del Espíritu Santo. Y saca la conclusión de que, cuando el Hijo viene a la tierra, en cierto modo se desprende del Padre y aparentemente rompe la unidad trinitaria en bien de la salvación de los hombres. Así, los Padres Paúles se desprenden hasta de sus compañeros, cuando van a misiones, y rompen también la unidad comunitaria, pero es una rotura aparente por el bien de los pobres y la gloria de Dios, pues ellos permanecen unidos en el amor (E 8).

Benito Martínez, CM

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