“De su costado brotó sangre y agua”
Is 52, 13 – 53, 12; Sal 30; Heb 4, 14-16; Jn 18, 1-19, 42.
Ha llegado “la hora” de Jesús, tan anunciada y a la vez tan llena de desconcierto entre sus discípulos. Todos huyen, Pedro intenta seguirlo, pero termina
negando al Señor vencido por el temor. Jesús se queda solo frente a sus acusadores, que no lo entregan para que sea juzgado, sino para que sea crucificado; la sentencia de muerte la han dictado ya ellos, y exigen sea legitimada y ejecutada por el poder romano.
Y Jesús muere, y de su costado atravesado brota sangre y agua, preludio del nacimiento de una nueva vida, como en la mujer cuando da a luz.
Y agrega San Juan Crisóstomo: “De la misma manera que la mujer se siente impulsada a alimentar con su propia sangre y con su leche a aquel a quien ha dado a luz, así también Cristo alimenta siempre con su sangre a aquellos a quienes Él mismo ha hecho renacer”.
Contemplemos el árbol de la cruz, dulce árbol donde la vida nueva empieza, y pidamos por nuestros hermanos que siguen crucificados, heridos en su dignidad de hijos de Dios. En ellos Cristo sigue hoy padeciendo.
¿Cómo puedo yo aliviar su sufrimiento?
Fuente: «Evangelio y Vida», comentarios a los evangelios. México.
Sor María del Pilar Méndez Gallegos H.C.
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