Encuentro entre Jesús y su pueblo

por | Feb 1, 2020 | Formación, Reflexiones, Ross Reyes Dizon | 0 comentarios

Jesús es la plenitud de la revelación. Nuestro encuentro con él es encuentro con Dios. Y también con nosotros mismos, pues manifiesta él los pensamientos de nuestros corazones. Pero primero tenemos que acogerle.

La presentación de Jesús en el templo significa el encuentro del Ungido de Dios con su pueblo. Y su llegada descubre quiénes le reciben y quiénes no.

El encuentro con Jesús no les interesa a los sacerdotes. Están absorbidos en celebrar sus ritos, en hacer lo suyo. Y encuentran satisfacción en su estado y ocupación, y en el poder y el privilegio que resultan de su estado y ocupación. Para ellos, entonces, está de más buscar algo en que poner la esperanza. Por lo que les toca, pues, a los sacerdotes, pasa inadvertido Jesús entre la multitud que acude al templo. Y aún más inadvertido queda porque sus padres solo traen como oblación un par de tórtolas.

Los escribas y los fariseos no acogen tampoco al buscado por el pueblo. Prefieren su estudio profundo y su enseñanza de la ley al encuentro con los bebés y la toma de éstos en brazos. Anteriormente, junto con los sumos sacerdotes, enteraron a Herodes del lugar de nacimiento del Mesías, pero, ¿fueron ellos a buscarle? En ese tiempo, no movieron un dedo; no tienen razón para buscarle ahora.

Solo Simeón y Ana reconocen al Mesías. Se han envejecido aguardando la esperanza, el consuelo y la liberación de Israel. Se incluyen entre los pobres de Yahvé, gente de fe sencilla (véase también SV.ES XI:120, 462). Dios les revela el conocimiento que él esconde a los sabios y satisfechos. Son justos y piadosos Simeón y Ana, y viven guiados por el Espíritu de Dios.

Por nuestro encuentro con Jesús, nos conocemos mejor a nosotros mismos.

A los cristianos, por supuesto, nos gusta creer que estamos de lado de Simeón y Ana. Pero, ¿estamos realmente de su lado? Acudimos, entonces, a Jesús para conocernos de verdad a nosotros mismos, pues manifiesta él los pensamientos de nuestros corazones.

Ante Jesús, descubriremos si somos tan abnegados como el que se parece a nosotros en todo menos en el pecado. O si solo nos preocupamos de nosotros mismos, encerrados en nuestros intereses. Al igual que Jesús, ¿acogemos nosotros a los demás, incluso a los desviados? ¿Atendemos a los atendidos por él, a sus más pequeños hermanos y hermanas, en particular hoy en día, a los niños e inmigrantes? Fijándose en nosotros, Jesús saca a luz las contradicciones, mentiras, los malos pensamientos y prejuicios escondidos en nuestros corazones.

Y debemos examinarnos a nosotros mismos antes de comer su pan y beber de su cáliz (1 Cor 11, 17-33). Porque si comemos y bebemos sin discernir el cuerpo, comeremos y beberemos nuestra propia condena.

Señor Jesús, ¿quién se mantendrá en pie el día de tu llegada y tu encuentro con nosotros? Pero de ti procede el perdón. Refínanos y acrisólanos para que sea justa nuestra oblación.

2 Febrero 2020
Presentación del Señor
Mal 3, 1-4; Heb 2, 14-18; Lc 2, 22-40

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