Acabemos con la falta de vivienda en 2020

por | Ene 1, 2020 | Noticias, Presencia en la ONU | 0 comentarios

¡Los representantes de las ONG de la Familia Vicenciana en la ONU os desean a todos un feliz y pacífico año nuevo!

Hernos aquí, a apenas unas horas de entrar en una nueva década. Mi deseo de año nuevo es que las personas que se encuentran sin hogar reciban la ayuda necesaria para encontrar un hogar que sea acogedor, cálido y seguro. El 7 de diciembre pude experimentar lo que supone dormir a la intemperie, durante el World’s Big Sleep Out, en Times Square (Nueva York), uno de los lugares de todo el mundo donde se realizaron eventos similares (no hay manera de asimilar realmente lo que las personas sin hogar experimentan cada día).

Allí estaba yo, dando vueltas para encontrar una posición confortable para dormir sobre el cemento frío y metiéndome más profundamente en mi saco de dormir, rodeado de una bolsa de plástico naranja diseñada para evitar la humedad. Junto con otros miembros del Grupo de Trabajo de la ONG para Acabar con la Falta de Hogar, estaba acurrucado a la sombra de la estatua del P. Francis Duffy, en Times Square. Mi oración fue que el P. Duffy, que llevó a los soldados heridos a un lugar seguro en las zonas de combate de la Primera Guerra Mundial, intercediera por aquellos que hoy luchan contra la falta de vivienda, y que los esfuerzos colectivos de las aproximadamente 5.000 personas en todo el mundo que durmieron en la calle ese día suevizasen las condiciones de aquellos que duermen en las calles cada noche.

Durante estas fiestas navideñas, muchos están yendo a dormir tarde, probando nuevos aparatos recibidos en Navidad, haciendo cocina creativa con las sobras y disfrutando del calor del tiempo en familia. Por supuesto, yo haré lo mismo. Pero también reflexionaré sobre los regalos de la pasada temporada de Adviento, uno de los cuales fue participar en el World’s Big Sleep Out.

MOTIVACIÓN

Sí, parte de mi motivación para participar en el Sleep Out estaba relacionada con la aventura de acampar esencialmente en el bullicio de lo que a veces se llama «la encrucijada del mundo». Negar que era demasiado viejo para hacerlo también sirvió como una razón de peso para intentarlo en una noche muy fría («te vas a resfriar», me dijeron).  Mi trabajo de abogacía en la ONU en favor de políticas que aborden mejor el problema de la falta de vivienda también me encaminó hacia esta experiencia (Objetivo sostenible 11.1, que pide: «Para 2030, garantizar el acceso de todos a una vivienda adecuada, segura y asequible y a los servicios básicos, y mejorar los barrios marginales»).

Pero las motivaciones más fuertes fueron las mismas personas que veo diariamente en las calles de Nueva York, luchando por salir adelante. En mi cabeza resataba un hombre al que vi durmiendo en un vagón de metro, en octubre de 2018. Era un día frío y no tenía zapatos. Si sus gastadas suelas pudieran hablar, habrían dicho mucho sobre el duro viaje que este hombre debió haber realizado. Sólo podía imaginarlo cojeando sobre piedras afiladas, a través de charcos, y recorriendo millas sobre aceras llenas de chicles y escupitajos.

En mi cerebro también resonaba la voz de una mujer que a menudo pide limosna cerca de la entrada de la calle 42 del tren 7, con una petición a modo de sonatina: «¿Alguna ayuda, señora? ¿Alguna ayuda, señor?» Y la anciana que descansa en un banco, con sus pertenencias en un carrito de compras, cerca de nuestra oficina, pero que nunca admitiría ir a resguardarse en un refugio.

También pensé en la gente que retenidas en la frontera mientras esperan las audiencias de solicitud de asilo. O en los millones de personas que huyen de Venezuela para encontrar comida y esperanza. O los desplazados por las intensas tormentas y la sequía.

EXPERIENCIA

Hacía -3 grados celsius, tan frío como para mantenerme hibernando en el saco de dormir la mayor parte de la noche. Estaba acampado cerca de un lugar donde un aparente juerguista anterior había vomitado y limpiado el lugar. ¡Qué asco! El cemento se estaba enfriando. Mi sombrero se salía, haciendo que mis orejas se enfriasen. El ruido de las bocinas, de las sirenas y de los bulliciosos viandantes interrumpía los intentos de dormir.  Se sentía extraño tener cientos de turistas mirándonos mientras paseaban con las cámaras. Era irónico que un gigantesco personaje de «Frozen II» me mirara desde la publicidad aérea mientras todos nosotros estábamos, literalmente, ¡congelados!

Me preguntaba cómo las personas sin hogar pueden mantenerse lo suficientemente calientes y seguras como para dormir decentemente, mantener alguna apariencia de salud, acceder a un simple aseo personal, como el cepillado de los dientes, y aún así estar alerta para las actividades del día siguiente. Otra pregunta se relacionaba con la falta de empatía de una iglesia a la que asisto con bastante frecuencia, y que tiene un cartel al entrar que dice «Prohibido dormirse» (Dios conceda resistencia a aquellos que reciben largas homilías, así como a aquellos que buscan refugio para quedarse dormidos en seguridad por un rato).

Permitidme ser claro al no afirmar que he experimentado lo que las personas que no tienen hogar pasan cada noche. Yo tenía una almohadilla, un saco de dormir, una almohada y una bolsa de plástico para protegerme de la lluvia o la nieve (no tuvimos que preocuparnos por eso). Las personas que duermen en las calles probablemente usen cartones y varias mantas donadas que no pueden resguardarles del frío exterior. Me preocupaba la limpieza de un orinal portátil. Pero usualmente están visiblemente e inconvenientemente ausentes de Times Square cuando los turistas y las personas sin hogar los necesitan más.

Cerca de allí había una tienda y tenía unos cuantos dólares en el bolsillo por si quería una taza de café caliente para hacer circular mi sangre. No tenía que llevar un cartel de cartón que dijera «desesperado» o agitar una taza mientras pedía alguna moneda suelta, mientras soportaba las miradas críticas de los demás.

Teníamos disponible una tienda de campaña, por si necesitábamos calentarnos, amablemente atendida por el personal de UNICEF USA. Estaba rodeado de unos diez amigos, lo que creó una comunidad alentadora. Y Will Smith me leyó un cuento para dormir, recitando la historia del Príncipe de Bellaire, con la participación del público. Una diversión desenfadada que podría estar ausente para muchas personas sin hogar. Lo más significativo fue que tuve seguridad. La policía de Nueva York se aseguró de que durmiéramos tranquilamente.  Gracias a los mejores de Nueva York.

DESIGUALDADES

Mirando a los rascacielos sobre mí durante el Sleep Out, no pude evitar pensar en las desigualdades. Son frecuentes en Nueva York, y en ningún lugar el contraste es tan evidente como en el ámbito de la vivienda. Se dice que un apartamento de un dormitorio en Nueva York se alquila por unos 2.098 dólares al mes, o 25.176 al año. Al mismo tiempo, ¡leí que un ático de Nueva York se había vendido por 98 millones de dólares! ¡Con esa cantidad se podría pagar la vivienda de casi 3.900 personas durante un año!

Según Coalition for the Homeless, la falta de vivienda en Nueva York ha alcanzado los niveles más altos desde la Gran Depresión. En septiembre de 2019, había 62.391 personas sin techo, entre ellas 14.962 familias con 22.083 niños sin hogar, que dormían cada noche en el sistema de refugios municipales de la ciudad de Nueva York. Las familias constituyen más de dos tercios de la población de personas sin hogar en los refugios.

Me sentí aún más abrumado por la mercantilización, ya que la publicidad digital promovía la joyería, el maquillaje, la ropa y mucho más. Supuestamente, cuesta entre 1,1 y 4 millones de dólares al año comprar espacio publicitario en Times Square. Una vez más, unas cuantas familias podrían tener refugio durante un año a ese precio.

Penetrándome más profundamente que el frío estaba la pregunta: «¿Cuándo podremos dejar de comercializarlo todo (lo que se centra en las ganancias que se obtienen de cosas como la vivienda) y volver a valorar las cosas por su utilidad social? Tal vez, cuando eso suceda, la gente pueda recuperar el sentido de la dignidad y menos personas dormirán en la calle, porque se podrá restaurar la vivienda asequible y el sentido de vecindad.

ORGANIZADORES

El World’s Biggest Sleep Out fue organizado por Josh LittleJohn, MBE, que apareció en Times Square esa noche. El Sleep Out se llevó a cabo en colaboración con el Instituto para los Sin Techo (IGH), UNICEF USA, Malala Fund y Social Bite. De los beneficios obtenidos, la mitad se destinará a abordar el problema de los sin techo en las diversas ciudades donde se celebraron Sleep Outs, y la otra mitad se destinará a abordar las necesidades de los 70,1 millones de personas de todo el mundo que han sido desplazadas por la guerra, los desastres y la pobreza.

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