Respeto entre nativos e inmigrantes

por | Dic 8, 2019 | Benito Martínez, Formación, Reflexiones | 0 comentarios

La intolerancia no respeta

Dice la Biblia que Abrahán fue un emigrante de la ciudad de Ur en el país de los caldeos a la tierra de Canaán, que Jacob y sus hijos fueron emigrantes en Egipto y también en Egipto, Jesús, José y María fueron emigrantes por algún tiempo. Convendría meditarlo estas Navidades para saber acogernos y respetarnos los nativos y los inmigrantes.

En tiempo de san Vicente de Paúl y santa Luisa de Marillac Francia se esforzaba por que hubiera paz en el Reino entre católicos y herejes hugonotes. Uno de los recursos fue autorizar a los protestantes a vivir según su religión. Más que un derecho de la persona, la tolerancia la concedían los reyes como política de gobierno. Pero buscar la paz para la nación exigía también controlar las revueltas, como la segunda Fronda, la de los príncipes, apoyados por la municipalidad de Paris, contra el Rey y Mazarino. Los ejércitos de ambos lados dejaban casas arrasadas, cosechas calcinadas, cadáveres, violaciones y odios. Miles y miles de labradores abandonaban todo y huían a Paris cercada por el ejército enemigo. La batalla llegó hasta la casa donde vivían Luisa de Marillac y las Hijas de la Caridad. San Vicente se lo cuenta a la Señorita de Lamoignon: “El ardor del combate que tuvo lugar a la vista de los pobres niños expósitos y los hombres que vieron muertos a la puerta de su casa asustó tanto a las nodrizas que cada una de ellas salió con un niño y con las demás Hermanas y dejaron a los otros niños acostados y dormidos” (IV, 361). A santa Luisa las Hermanas la obligaron a ir dentro de Paris y avergonzada escribió a Sor Juliana Loret: “Querida Hermana: Ya suponía yo que su bondad natural la estaría haciendo sufrir por el temor que, tanto usted como las demás Hermanas alejadas de aquí, tendrían de que estuviéramos sufriendo mucho. Alabemos a Dios, porque hasta ahora no hemos tenido más que miedo, pero, por su misericordia, ningún mal. Es verdad que yo he sido tan cobarde que me he dejado convencer por las Hermanas de venirme a la ciudad, a una habitación que hemos alquilado; pero la mayoría de nuestras Hermanas se han quedado, como también todas las nodrizas de los niños pequeños. Nuestro Muy Honorable Padre Vicente, siempre con algún achaque, no se ha movido ni el señor Portail ni los demás de la casa. Tengo un gran disgusto en no poder enviarle a nadie para que las ayude, porque, además de la dificultad de los caminos, nunca fuimos tan pobres en Hermanas ni tan apremiadas para darlas a varios lugares; lo que no podemos hacer por el reparto de sopa que hacemos en todas partes. En casa hacemos cerca de 2.000 raciones para los pobres refugiados y lo mismo en los demás distritos” (c. 415)  Eran las secuelas de la guerra. A Paris habían llegado unos 100.000 refugiados, y además de darles alojamiento y comida, las Hijas de la Caridad insistían en que se acogieran y respetaran los nativos y los inmigrantes.

Las guerras y la violencia han sido provocadas por la intolerancia el sentimiento de soberanía de los pueblos y contra el derecho a emigrar a otros países en busca de trabajo y bienestar. Como un derecho humano, declarado intocable por las Naciones Unidas el 10 de diciembre de 1948, también hoy, para vivir en paz, necesitamos respeto entre nativos y migrantes, en su mayoría musulmanes. Pese a que el islam se ha presentado siempre como tolerante, ya desde que lo fundó Mahoma en el siglo VII ha tenido voluntad de conquistar el mundo. Pretensión que ha recrudecido el Estado Islámico, grupo extremista suní que pretende instaurar un Califato Universal. Sus miembros tienen una interpretación extremista del islam y creen que ellos son los únicos creyentes. Piensan que el resto del mundo -los no creyentes- quiere destruir su religión, justificando así los ataques contra el mundo occidental. El Califato es una forma de Estado dirigido por un líder político y religioso de acuerdo con la ley islámica o sharia. Desde Irak y Siria ha pedido que los musulmanes del mundo que juren lealtad a su líder el califa y luchen por la yihad en asociación (yihadismo) o individualmente.

En algunos momentos de la historia también los católicos hemos usado la fuerza para convertir a los herejes. No es la manera de anunciar la Buena Nueva que tenía santa Luisa, cuando escribía: “¡Cuántos herejes convertidos desde que las Hijas de la Caridad sirven en los hospitales! Una Hermana que ha estado todo ese tiempo en el de Saint Denis, dice que sólo en el año 1659 se convirtieron allí cinco o seis y hasta el hijo de un Ministro (protestante); pero todo esto se ha llevado a cabo en silencio… Ah!, ¡qué dicha si la Compañía, sin que Dios sea ofendido, no tuviera que servir más que a los pobres desprovistos de todo!” (E 108) “para servir de edificación a todo el mundo” (c. 410).

Aunque haya estados de religión musulmana que no respeten los derechos de otras religiones, los Vicencianos tienen presente que todos, tanto las personas como las naciones, son libres y soberanos. Por ser cristianos tienen, además, el motivo trascendente de que todos somos hijos del mismo Padre, hermanos redimidos por Jesucristo y acogidos por el único Espíritu del Padre y del Hijo, el Espíritu Santo. Y los continuadores de san Vicente, de santa Luisa y del beato Ozanam sienten que los migrantes pertenecen en su mayoría a la clase pobre. Los tres Fundadores entienden el respeto como fuerza del Espíritu Santo que lleva a soportar las diferencias de los demás y hace de pilar en el edificio de la Familia Vicentina, siempre que los inmigrantes también respeten las leyes y costumbres de los pueblos que los acogen.

Nosotros vemos en la televisión o leemos en los periódicos la situación que sufren miles de refugiados que huyen de su patria, de su casa y de su familia y nos espanta y nos duele, pero como algo lejano; a veces, como un espectáculo en una pantalla. No es nuestro pueblo ni nuestra familia ni soy yo ni es a mí. Son otros, son inmigrantes a nuestro lado los que sufren la penuria de haber tenido que abandonar todo. Cerca de nosotros hay desahucios, familias sin trabajo, a los que algunos sin amor ni solidaridad catalogan de aprovechados. El respeto a los inmigrantes es una asignatura pendiente por la diversidad de culturas y de religión. Como en tiempo de los fundadores, también en la actualidad se necesita respeto, comprensión y tolerancia.

Los migrantes buscan las ciudades

La vida moderna es ciudadana. La avalancha humana de hombres, mujeres y niños del campo a la ciudad parece imparable, porque la industria, los servicios administrativos, sanitarios, educativos, comerciales y sociales están en la ciudad y a ellos tienen que ir continuamente los que viven en los pueblos. En algunas ciudades y en algunas ocasiones esta situación puede convertirse en un problema de alojamiento, de no saber cómo hay que tratar muchos asuntos o de ignorar cómo obrar. Es una tarea moderna a la que debieran atender las ramas de la Familia vicenciana. Sin olvidar a los migrantes que han abandonado familia, casa, bienes y llegan a una nación extranjera, cuyo idioma a veces desconocen. Van a las ciudades, porque en ellas encuentran una situación más apropiada para encontrar trabajo o ayudas.

El gran descubrimiento de san Vicente de Paúl, santa Luisa de Marillac y del beato Federico Ozanam fue descubrir que no hay que esperar a que los pobres llamen a la puerta para atenderlos, sino que hay que ir a buscarlos allá donde estén, en los pueblos, en ciertas zonas de la ciudad, en las buhardillas y hasta en la soledad de casas de muchos a los que consideramos ricos. Y las Voluntarias (AIC) y los Vicentinos son tan necesarios hoy como los Paúles y las Hijas de la Caridad.

Pero hay que ir a buscarlos y atenderlos con el corazón repleto de cariño, tolerancia y aguante, pues, decía san Vicente ya en su tiempo, que si volvemos la medalla podemos encontrar pobres exigentes y descontentadizos que engañan para lograr ayudas; sin embargo nosotros debemos acercarnos a ellos sin engaño, para que no descubran en nosotros otras intenciones que el amor misericordioso del samaritano. A ello nos ayuda no hacer distinción por el tono de las conversaciones entre los migrantes de las distintas regiones del país ni del extranjero, porque acaso un día sea nuestra familia la que tiene que emigrar.

Cuestiones para el diálogo

¿Denuncias las situaciones injustas, las explotaciones, la corrupción de los poderosos y de los partidos, aunque sean de tu ideología? ¿Crees que la jerarquía católica, las Congregaciones y los fieles estamos al lado de los oprimidos? ¿Consideras que cada persona vale como tú y debes tratarla con el mismo respeto con el que te gustaría te tratasen a ti?

P. Benito Martínez, C.M.

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