Corona de gloria, corona de espinas

por | Oct 24, 2019 | Formación, Reflexiones, Ross Reyes Dizon | 0 comentarios

Jesús lleva ahora la corona de gloria, pues primero llevó la corona de espinas. Él demuestra verdadera la enseñanza: «El que se humilla será enaltecido».

Les está reservada a los fieles pastores del rebaño de Dios la corona de gloria que no se marchita (1 Pd 5, 1-4). Pero la recibirán solo cuando aparezca el supremo Pastor.

Pero no son pocos los que quieren tener la corona ahora. Éstos, al igual que los escribas y los fariseos desafiados por Jesús, apetecen las salutaciones, alabanzas y reverencias que les da la gente. Curiosamente, sin embargo, desdeñan ellos las mismas personas cuyas atenciones buscan, pues se creen superiores a ellas.

Así que quienes pretenden llevar ahora la corona de gloria hacen lo correcto pero por motivos equivocados, lo que es una forma de hipocresía. Maniobran también para lograr puestos de honor y poder. Se presumen además de ser justos, juzgando a los demás antes que venga el Señor (véase 1 Cor 4, 5).

Tales hipocresía, arribismo y pretensiones de superioridad huelen a clericalismo que podría ser otro nombre del fariseísmo. Y el clericalismo no es nada nuevo entre los seguidores de Jesús (véase Thomas Reese, S.J.).

Basta con acordarnos de la ambición de Santiago y Juan (Mc 10, 35-45). Y la indignación de los otros diez solo pone de manifiesto sus propios sentimientos ambiciosos. Después de todo, habían discutido anteriormente quién era el más importante (Mc 9, 34). Y la venida del Espíritu Santo aún no ha dado muerte al clericalismo. Pues aún ahora nos exhorta el Papa Francisco a «decir enérgicamente no a cualquier forma de clericalismo» (véase también Louis Arcenaux, C.M.).

Y explica Reese que el clericalismo tiene sus raíces en la condición humana. «El clericalismo es simplemente la manifestación en la Iglesia de las tentaciones muy humanas que están presentes en toda organización: la ambición, la soberbia, la arrogancia y el abuso de poder».

Llevar la corona de espinas

Así, pues, la raíz del clericalismo es las soberbia. Erradicarlo, ¿no querría decir esto, entonces, vestirnos de la humildad que la corona de espinas supone?

Concretamente, como el publicano, nosotros todos, —que tanto los clérigos como los laicos somos culpables por el clericalismo—, tenemos que confesarnos pecadores. Tal confesión nos impedirá vanagloriarnos de las buenas obras y menospreciar a los demás.

La confesión también le llevará a uno decir: «¿Quién soy yo para juzgar?» Por esto le denunciarán muchos, pues él se preocupa más de la explotación y la justicia que las relaciones sexuales pecaminosas consentidas entre adultos (véase Thomas Reese, S.J.). ¿Estamos listos para llevar esta corona de espinas también?

Señor Jesús, nos reservas la corona de justicia. A ti, no a nosotros, atribuimos toda obra buena (SV.ES VII:250), pues somos pecadores. Míranos a tus humildes siervos y deja que te alcance nuestra oración. Y ayúdanos a entender que la Eucaristía «no es un premio para los perfectos, sino un generoso remedio y alimento para los débiles» (EG) 47.

27 Octubre 2019
30º Domingo de T.O. (C)
Eclo 35, 12-14. 16-18; 2 Tim 4, 6-8. 16-18; Lc 18, 9-14

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