El encuentro del resucitado con los discípulos

por | May 2, 2019 | Benito Martínez, Formación, Reflexiones | 0 comentarios

El trabajo humano y el servicio vicenciano

“Después se manifestó Jesús otra vez a los discípulos a orillas del mar de Tiberíades. Se manifestó de esta manera. Estaban Simón Pedro, Tomás, llamado el Mellizo, Natanael, el de Caná de Galilea, los de Zebedeo y otros dos de sus discípulos. Simón Pedro les dice: «Voy a pescar». Le contestan ellos: «También nosotros vamos contigo». Fueron y subieron a la barca, pero aquella noche no pescaron nada” (Jn 21, 1-3).

Los discípulos han vuelto a Galilea, a su pueblo, a su oficio de marineros, al trabajo que tenían antes de que siguieran a Jesús, y una noche, se van a pescar, y no pescaron nada. Y según el simbolismo de Juan, parece decir que no pescaron nada, porque aquella noche habían ido al trabajo como a una tarea cualquiera y no como a un ministerio apostólico. Lo indica la frase de Pedro, voy a pecar, es decir, me vuelvo a mi trabajo anterior. Pedro ha vuelto a coger su identidad humana de marinero. Y es interesante, porque el simbolismo de Juan indica que, una vez que han sido llamados por Jesús, ya no se puede separar pescador de peces y de hombres, recordando aquel yo te haré pescador de hombres, que le había dicho Jesús.

También en una Hija de la Caridad hay continuidad entre el trabajo humano de mujer y el servicio vicenciano de enviada. Pero es una continuidad que no es automática. Para que lo sea necesita una autoconsciencia profunda y espiritual de que, una vez que ha ingresado en la Compañía, en todo momento es una mujer consagrada. A una Hija de la Caridad ya no se le permite servir a los pobres unas veces con su identidad anterior de mujer sin más, y otras, con su identidad de consagrada. Y el texto le recuerda que si actúa solo como mujer, no pesca nada. La Hija de la Caridad, aunque esté en la lancha en medio del lago, no está como sirvienta de Dios, si va a los pobres por un acto humano, aunque sea compasivo, y no enviada por Cristo. Cuando hace un servicio a la sociedad, supliendo a una seglar, sin más, no va como sirvienta enviada por Cristo. Todo depende de su conciencia de sentirse Hija de la Caridad o profesional.

Responder a la Palabra divina

Al alba Jesús se presenta en la orilla, pero los discípulos no le reconocieron, porque la resurrección había trasfigurado su cuerpo. Y Jesús les interpela acerca de su trabajo de pescador puramente humano: Muchachos, ¿tenéis pescado? Respondieron, no. Jesús nos obliga a hacer una reflexión sobre nuestro fracaso, cuando queremos actuar unicamente por nuestra cuenta. ¡Hemos trabajado tanto, hemos leído tanto, tantos cursillos, y no han servido de nada porque inconscientemente ha sido para instruirnos y tenemos las manos vacías! Jesús añadió: Echad la red a la derecha de la barca y encontraréis. La echaron, y ya no podían arrastrarla por la abundancia de peces. Es el resultado de obedecer la Palabra divina opuesta frecuentemente a nuestros deseos humanos, simbolizados en el “voy a pescar”. Porque “voy a pescar” quiere decir soy yo quien decide lo que quiero hacer. Pero viene la orden divina: Echad la red a la derecha de la barca y encontraréis. Y hay que decidir entre obedecer la Palabra divina o mis gustos en cuanto al lugar donde están los pobres, a la clase de pobres y al modo de servirlos.

La Palabra divina se manifiesta por las inspiraciones del Espíritu Santo, por la Sagrada Escritura y por los sucesos de la vida, y Dios quiere que yo la descubra. Pero viene la trampa: como soy yo quien la interpreta, la interpreto según mi parecer, como si ese fuera el deseo divino. Abiertamente no solemos enfrentarnos a la voluntad de Dios, sino que la interpretamos de un modo ambiguo según nuestros sentimientos, olvidando que la sinceridad al Espíritu Santo es lo más importante en la vida espiritual.

Puesto que la Palabra de Dios frecuentemente no se manifiesta con toda claridad, al querer obedecerla, nos llena de dudas hacer esto o aquello, de este modo o del otro. San Vicente aclara que en la duda hay que hacer lo que sea mejor para los pobres, aunque duela. En la renovación una Hermana se compromete a servir al pobre como quiere Dios que le sirva. Con esta condición acepta Jesús la renovación y le da su Espíritu cada día para que eche la red a la derecha, no donde a ella le gustaría. No puede eximirse de obedecer fielmente al Espíritu Santo que señala el modo de cumplirla. 

Las cartas de santa Luisa y las conferencias de san Vicente inciden en seguir la Palabra de Dios que se manifiesta en la oración y por las necesidades de los pobres. La Palabra de Dios no quita iniciativas ni creatividad. Lo que quiere es que obedezcamos al Espíritu Santo de una manera activa, trabajando con nuestro esfuerzo para enderezar los acontecimientos de la vida, sin olvidar que es la presencia de Jesús la que da la pesca.

El problema es confundir el método y los medios con el servicio, y a fuerza de cultivar el método y modernizar los medios, perdemos de vista que estamos sirviendo a Dios en los pobres. Las personas atadas solo al método y a los medios, tarde o temprano, se dan cuenta que no han pescado nada.

Reunidos alrededor de las brasas

“El discípulo a quien amaba Jesús dice entonces a Pedro: Es el Señor”. Es decir, es Yahvé, es Dios. Porque reconoce la fuerza de Dios en la pesca milagrosa y reconoce la divinidad en la carne de Jesús resucitado. Es el amor, simbolizado en el discípulo a quien Jesús amaba, el primero en reconocer la presencia de la divinidad en Jesús. El amor y no la fe, porque la fe, sin obras, realmente está muerta (St 2, 17.26).

Pedro estaba desnudo, pues había ido a hacer una faena puramente humana. San Juan siempre quiere decirnos algo más allá de las palabras, y parece querer decir que la condición del ser humano es la desnudez, y que solo quedamos vestidos, cuando revestidos del Espíritu Santo asumimos la condición de personas consagradas a Cristo. Por ello, seguidamente va a presentar el medio de revestirnos del Espíritu de Jesucristo, la Eucaristía: “El discípulo a quien Jesús amaba dice entonces a Pedro: Es el Señor. Se puso el vestido -pues estaba desnudo- y se lanzó al mar. Los demás discípulos vinieron en la barca, arrastrando la red con los peces; pues no distaban mucho de tierra”. Había sucedido el milagro. “Nada más saltar a tierra, ven preparadas unas brasas y un pez sobre ellas y pan. Díceles Jesús: “Traed algunos de los peces que acabáis de pescar”. Subió Simón Pedro y sacó la red a tierra, llena de peces grandes: ciento cincuenta y tres. Y, aun siendo tantos, no se rompió la red. Jesús les dice: “Venid y comed”. Ninguno de los discípulos se atrevía a preguntarle: ¿Quién eres?, sabiendo que era el Señor”.

Unas brasas y un pez sobre ellas. Siguiendo el simbolismo de Juan, podría ser el símbolo de la Eucaristía. La carne de Cristo ardiendo en el fuego de la divinidad, como se manifestó en la Transfiguración, y a Moisés en la zarza que ardía sin consumirse, cuando Yahvé hizo alianza con el pueblo escogido. La eucaristía en la que se inmola Cristo es la nueva Alianza que hace el Padre con la humanidad.

No puede existir un servicio a los pobres sin ser enviadas por la comunidad reunida alrededor de la eucaristía. Como Cristo convocó a los discípulos a participar en la comida del pez quemado en el fuego para luego enviarlos a extender su Reino, así ahora nos convoca a participar en la comida de su cuerpo ardiendo en las brasas del amor, porque alrededor de la Eucaristía la comunidad es el Cuerpo de Jesucristo.

Jesús resucitado no fue al templo a decir a los judíos vedme, estoy aquí, he resucitado, ahora os lo explico. Jesús se aprovecha del fracaso de sus amigos para reunirlos y manifestarse a ellos formando de nuevo una comunidad. Comienza la única historia que quiere tejer, la historia de quienes van al trabajo, aunque confundidos vayan por su cuenta, y los reúne de nuevo en torno a la comunidad eucarística, donde sienten su presencia. Porque el fin de servir a los pobres no se entregó a una Hermana como persona particular, sino a la Compañía, a la comunidad reunida en la eucaristía convertida en el fuego donde Cristo se da en un banquete de amor. Poco antes Juan ha descrito la aparición de Jesús a la comunidad de los discípulos, estando ausente Tomás, y luego Jesús tuvo que aparecerse de nuevo estando Tomás que también siente la presencia del Señor, porque se ha integrado en la comunidad.

Enviadas por Jesús a los pobres

En la escena anterior Jesús les había dicho “Como el Padre me envió así yo os envío a vosotros” (Jn 20, 21). Dios no está atado a nuestra opinión ni a nuestro tiempo, pero sí lo está al servicio de los pobres. Y si está atado al servicio de los pobres, lo está también a las Hijas de la Caridad que van al servicio y echan las redes donde él indica. No son trabajadoras obligadas por un contrato, que cuando lo han hecho, ya han cumplido. Son sirvientas enviadas en todo momento por Cristo a los pobres.

Ciertamente son enviadas por la comunidad, pero por la fuerza del Espíritu Santo. Y Jesús añade que son enviadas como corderos en medio de lobos y que no encontrarán un terreno fácil ni alabanzas frecuentes. Siempre encontrarán alguna dificultad costosa, pero superable. Son costosas y superables, porque la mayoría de las dificultades no provienen de las situaciones sociales ni de la clase de pobres ni de lo duro del servicio, sino de ellas mismas, y no se superan con el cambio de compañeras, de ambiente o de destino, sino cambiando ella, convirtiéndose más profundamente en una Hija de la Caridad que no ha venido a ser servida sino a servir.

Desde el Seminario se les ha repetido lo que decían san Vicente y santa Luisa, que su espíritu es servir a los pobres con humildad, sencillez y caridad que las hacen humanas. Empezando por la humildad de reconocer que ella sola está desnuda y tiene que vestirse del Espíritu de Jesucristo. Pues es frecuente que, apenas las cosas salen bien, nos separemos del proyecto de Cristo y nos pongamos a construir los proyectos con nuestras manos solas. Al final nos damos cuenta de que no hemos pescado nada. La sencillez anima a vivir acordes con las situaciones.

Según los Hechos de los Apóstoles (5, 41) las persecuciones remuevan a la Iglesia de tiempo en tiempo, haciéndola caminar, avanzar, cambiar de itinerario. Debiéramos tener miedo de aparecer como una Compañía inmóvil, impropia de estos tiempos, sino como una Compañía a la que mundo ve que Jesús le ha entregado el evangelio para que lo anuncie a los pobres. Y, si vemos que es el Señor, dejaremos que él mismo tome el proyecto en sus manos y lo dirija.

P. Benito Martínez, CM

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