Tentaciones que tenemos que superar

por | Mar 7, 2019 | Formación, Reflexiones, Ross Reyes Dizon | 0 comentarios

El Hijo de Dios es hijo de Adán también.  Está sometido, pues, a las tentaciones habituales de todo hombre.  Y nos enseña a superarlas, para que seamos fieles a nosotros mismos y a nuestra misión.

Las tentaciones de Jesús son esencialmente las mismas de Adán y de los israelitas errantes en el desierto.  Son las mismas que también nos acechan hoy.

Sí, nos preocupamos de nuestro bienestar.  Y más ansia de nuestras necesidades básicas, más tendencia a olvidar que la vida es más que remediar esas necesidades (véase Lc 12, 23).  Así les pasa a los israelitas errantes.  Muriéndose de hambre y sed, extrañan a Egipto y se olvidan de su esclavitud.

Empeñados en asegurarnos los recursos necesarios, terminamos además encerrándonos en nuestros intereses (Lc 12, 16-21).  Tal ansia nos puede llevar también a buscar dominar a los demás.  A cualquier precio, a vender incluso, sí, nuestra alma.

Resulta, pues, que tener lo suficiente siempre significa tener algo más de lo que ya tenemos.  Adán no se contenta con lo que Dios ha puesto a su disposición.  En contra de la voluntad divina, desea llegar a ser como Dios, conociendo el bien y el mal.

Así que nunca nos encontramos los hombres totalmente satisfechos.  ¿No da a entender esto que Dios nos hizo para sí, y nuestro corazón está inquieto, hasta que descanse en él?

Jesús nos enseña a superar las tentaciones.

Según Jesús, vivir es escuchar la palabra de Dios, hacer su voluntad y realizar su obra.  Esto es lo que alimenta la vida y la sostiene (Jn 4, 34).

No se enfoca Jesús en su hambre.  Presta atención, más bien, a la palabra de Dios y se mantiene fiel a su misión.  Por eso, «multiplicará» más adelante los panes para alimentar a la multitud hambrienta, no a sí mismo.  Busca primero el reino de Dios y su justicia; quiere que haya pan para todos (Pagola).

La justicia de Dios también le lleva a Jesús a denunciar la tiranía.  Y se manifiesta fiel a su palabra.  Así pues, rechaza el poder y la gloria que se le ofrece.  Solo se postra ante Dios.  No ante los ricos y poderosos que mienten y causan sufrimientos a los pobres.  Es curioso que en el relato de Lucas no sirven los ángeles a Jesús.  ¿No se nos indica, entonces, que viene Jesús, no a ser servido, sino a servir?

En servir, —aun hasta la entrega del cuerpo y el derramamiento de la sangre—, está la grandeza de Jesús.  Siendo pequeño, es grande entonces.  Es fuerte porque es débil.  Humilde y plenamente humano ante Dios, —sin ninguna ostentación, sin forzar la mano de Dios, sin ponerle a prueba—, Jesús es, entonces, divino.

Vale la pena preguntar (véase SV.ES X:813):  «¿Cuál cristiano querrá ser lo que no es Jesús?».

Señor Jesús, somos débiles y capaces de sucumbir a las tentaciones.  Danos la gracia de perseverar hasta la muerte (véase SV.ES IX:332).

10 Marzo 2019
1º Domingo de Cuaresma (C)
Dt 26, 4-10; Rom 10, 8-13; Lc 4, 1-13

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