Dios quiere ser nuestro Padre

por | Ene 13, 2019 | Benito Martínez, Formación, Reflexiones | 0 comentarios

La paternidad en crisis

Hemos entrado en el año 2019 y durante el año la Familia Vicenciana va a encontrar muchos pobres que se sentirán abandonados de los hombres. Sin embargo Dios nunca los abandonará y quiere ser su Padre. Al hablar de Dios Padre nuestro a las gentes, viene a la mente varias dudas: ¿Cómo hablar de Dios Padre a una sociedad en la que la paternidad está en crisis? ¿Qué se puede decir de Dios Padre a unos jóvenes que no sienten necesidad de los valores de los padres modernos? ¿Tiene sentido hablar de la paternidad divina a unos hombres, a unas mujeres enfrentadas a un mundo machista, gritando a favor del feminismo? ¿Qué se puede decir de Dios Padre de amor a unos hombres machacados por la vida?

Cuando desde antiguo se le aplicó a Dios la figura de padre, se le quería atribuir unos valores que estaban en alza y se consideraban imprescindibles para la marcha del mundo. Pero esos valores nada les dicen a los hombres de hoy. El progreso tecnológico y las diversiones han provocado un seísmo de tal categoría que la sociedad, la familia y las personas han girado en redondo hasta quedar desconocido el papel paternal. Aunque en muchos lugares aún se conserve la cultura patriarcal, el matriarcado tiende a colo-carse a su nivel y en algunos lugares lo supera.

Antes, el valor supremo del padre era ser trabajador. Hoy el trabajo escasea y los hijos no encuentran seguridad en el trabajo del padre; y no es raro que les dé más seguridad el de la madre. No hace mucho tiempo, el lugar de trabajo no estaba lejos del hogar y el padre se recogía en familia con los hijos, que le esperaban como al padre que daba estabilidad a la casa; en la actualidad, cuando las distancias son grandes, el padre sólo ve a los hijos unos minutos al día o los fines de semana y no siempre. Antes el trabajo del padre era creativo, tenía un oficio o una carrera, hoy está tan segmentado que el trabajador no es nada más que una pieza comparable a cualquier otra de una máquina. El padre ha perdido la aureola de educador en favor del colegio. No hace mucho, el padre era imagen del orden social, hoy en día, a causa del papeleo, lo es el funcionario anónimo. Antes la sociedad era patriarcal, vertical, en la que se exigía el respeto y la obediencia, ahora es fraternal, horizontal, a la que se responde con la igualdad. Es el efecto de la democracia y del progreso que influye en la familia.

Si esto es así, ¿qué sentido tiene llamar y considerar a Dios Padre nuestro? ¿Qué les dice esta característica a los jóvenes modernos? ¿No es algo propio de una sociedad ya superada? La madre ha irrumpido con fuerza en la nueva sociedad, igualándose al padre de tal manera que se empieza a atribuir a Dios ciertas cualidades maternales. Las sociedades demócratas tienden más a la dimensión horizontal de fraternidad, igualdad y solidaridad, pero la función paterna no ha desaparecido ni puede desaparecer. No ha sido anulada, sino modificada.

Nuevas cualidades del padre en la nueva sociedad

El prestigio de los padres no nace de la ciencia que pueden aportar a los hijos. La rapidez en los descubrimientos científicos y la evolución constante de la técnica, hace que los hijos estén al día y los padres se vayan quedando atrasados. Tampoco se centra en la situación de estabilidad familiar, económica y social que ha alcanzado la familia. Los hijos admiran que sus padres hayan construido, por lo general una familia estable, después de muchos años de trabajo y esfuerzo. La de ellos no lo está. Pero no les importa. Se han acostumbrado a considerar el matrimonio como un contrato que puede romperse, si las dos partes están de acuerdo, en el momento en que les convenga. La estabilidad matrimonial de sus padres es admirada sin que les convenza del todo.

Durante años de laboriosidad los padres han acumulado experiencia y bienes que necesitan los hijos, y los padres se sienten obligados, por responsabilidad y por amor, a ayudarlos. Los padres son buenos consejeros, saben consolar y son desinteresados prestamistas. Los admiran, pero nada más, porque las aspiraciones y las miras de los hijos hoy van por otros caminos: desde el deseo de disfrutar de una libertad sin ataduras caseras hasta el de gozar de la vida día a día sin angustias.

Si se quiere presentar a Dios como padre y vivirlo en la comunidad, conviene aplicarle las cualidades que los hombres consideran necesarias en la familia actual. Hoy en día, las relaciones del padre con los hijos ya no se refieren a la función social que ejerce el padre, sino que nacen de la biología, de que el hijo -viva en casa, fuera o en el extranjero- sigue atado por siempre al padre porque de él ha recibido la existencia y la vida, y por eso se aman. Hoy es el amor lo que une a los miembros de la casa paterna o se sentirán extraños. Los hijos necesitan observar en el padre responsabilidad y fidelidad para restituirle el carácter de eje de la casa en la que permanecen los hijos hasta la treintena de edad, debido a la precariedad del trabajo juvenil. Pero esas cualidades solo son auténticas si brotan del amor. Y lo maravilloso de este amor es que no nace por enamoramiento ni por elección ni es fruto de nuestro esfuerzo o de nuestra conquista. Se puede decir que no nace, existe ya en la naturaleza de ser padre y lo trae el hijo en su existencia. Con el nacimiento del hijo se establece una comunión de afecto que nunca ya podrá romperse y que va creciendo con la convivencia mutua, con el verse y hablarse y conocerse mejor, con el compartir la vida de familia.

El Padre más que amigo

Es bastante frecuente escuchar que un padre debe ser un amigo de sus hijos. Un padre debe ser un padre que es una cosa distinta de un amigo; es más que un amigo. Para ser amigas dos personas se deben amar mutuamente, si una de las dos no ama o no lo quiere, nunca la otra persona será su amiga. Cosa que no sucede entre el padre y el hijo; son padre e hijo independientemente de querer serlo. El padre ama al hijo, aunque éste no lo ame y su amor siempre es paternal. El padre intenta ser sincero, leal y responsable, aunque el hijo lo haya abandonado. Su amor no espera, aunque lo desea, un amor recíproco de parte del hijo. Es este amor lo que crea la estabilidad en la familia y, aunque en otra dimensión, también en la comunidad en la que no puede faltar el afán de respirar el amor de Dios Padre que crea un ambiente de familia humana.

El amor paternal significa entrega y donación a los hijos. También el amor de Dios Padre hace participar de la vida divina a las Hermanas que, conscientes del amor de Dios, se sienten estables en la comunidad, casa común del Padre. Es el nuevo papel que desempeña la comunidad padre y madre, en la que ha nacido la Hija de la Caridad. El Padre y sus hijas las Hermanas, se van manifestando el amor en la oración o en el servicio. Respirando este amor construyen la vida de comunidad vicenciana que ya es inseparable de la vida trinitaria. El Padre se preocupa por la vida de la hija y su felicidad, por que lleve una vida ordenada y cumpla sus obligaciones, por que sea responsable, tenga buen corazón y ame y ayude a los hermanos pobres. Para lograrlo el Padre envió a Jesucristo, y ahora el Espíritu de su Hijo está presente en el hombre.

La ley de la Alianza no está completa sin la segunda tabla y las relaciones con el Padre se corrompen si no encajan en las relaciones con las Hermanas de comunidad. Al reproche del hijo mayor, ese hijo tuyo, el Padre responde ese hermano tuyo.

Con frecuencia se quiere apuntalar la comunidad a base de planificaciones, cursillos, revisiones y técnicas que son necesarios, pero seguramente sería más eficaz fundamentar la convivencia en el convencimiento de que el Padre del cielo pide un amor sincero, leal y responsable entre las Hermanas. Sin él la comunidad se desploma. Es difícil a una Hermana comunicarse y pierde la confianza, cuando presiente que en comunidad se la engaña. Más soportable se hace, pero molesto, compartir la vida, las labores y el servicio con compañeras que no manifiestan responsabilidad. Y se le hace insoportable si, alguna vez descubre que Hermanas, amigas suyas, no le han sido leales.

Al contrario, si existe un amor fiel expresado por una Hermana a una compañera concreta, con forma y cualidades determinadas, a quien acoge y de quien se puede fiar, ama y abraza toda su persona. Cuando el amor se dirige a unas cualidades concretas se llama simpatía o admiración, cuando se dirige a la persona se reconoce en ella la fidelidad al hecho de ser su Hermana, y cuando nota que sufre, su corazón se llena de compasión. Se le acerca, la acoge, participa de su dolor y de sus problemas, le acompaña y le ayuda. Este amor se identifica con la responsabilidad.

La comunidad es el lugar ideal donde realizar y expresar las características de una familia unida. La comunidad de las Hijas de la Caridad humanamente no es una familia. Es sencillamente un grupo de amigas que se quieren, pero en Dios, sí forman una familia, no de sangre, sino de carisma, de vocación o llamada.

El Padre de los pobres

Conviene hablar de Dios a los pobres, como de un Padre leal y responsable que los ama. Hay que olvidar al Dios que imponía y amenazaba y a quien los hombres tenían miedo, y volver al Padre del evangelio lleno de amor que proporciona alegría y esperanza. Un Padre que siempre está al lado de los pobres contra todas las opresiones y que sólo interviene en la vida para salvar y dar lo que es bueno.

Para los olvidados por la fortuna es una necesidad acogerse al amor sincero de un Padre Dios, si no quieren vivir amargados por la ausencia de amor. El pobre no se siente amado, al contrario, el desprecio y el temor hacia él es lo que respira; por eso es desconfiado. Cuando falta el amor nace la desconfianza. Dios Padre, sin embargo, nunca engaña; se puede fiar de él, también los indigentes, porque es amor para amarlos. Hay que convencer a los necesitados que Dios es su Padre y lo único que les exige es que confíen en él. Si el pobre engaña es porque antes le han amenazado con negarle la ayuda, si no cumple las condiciones impuestas y cuando no las cumple, engaña. Pero no es necesario engañar al Padre que nunca amenaza. Sucede algo parecido con la fidelidad. Los pobres piensan que Dios Padre los ha abandonado y han dejado de creer en él. Quizá sea fácil persuadir a los necesitados de que la fidelidad del Padre está probada en la Biblia. Y Dios es fiel, porque, a pesar de las infidelidades de los hombres, aún no los ha barrido de la tierra. Su amor y su fidelidad no tienen límites. La responsabilidad que conserva el calor en la familia humana está vestida de amor. Por parte de Dios Padre todas las promesas se han cumplido. ¿Y por parte de nosotros?

Si los hombres admitieran un Dios revestido de las cualidades paternas, la casa de la familia universal sería el paraíso y en ella el Padre sería el eje. Los hombres han considerado oportuno dividir la tierra en Estados. La tierra ya no es la casa del Padre, sino que el Padre tiene tantas casas como países. Cada Estado se preocupa de los que viven en su casa, y los pobres se han quedado sin casa. Hay que volver a la casa universal reconociendo a un Dios, Padre de toda la humanidad. Se suele hablar mucho de Dios y de Jesucristo y algo del Espíritu Santo, pero urge presentar la figura del Padre a las personas escasas de bienes para darles una estabilidad, siquiera personal.

Aunque la Iglesia, Pueblo de Dios, tenga un sentido horizontal de solidaridad con los pobres, se presenta como una institución. Pero si Dios quiere ser un Padre, la Iglesia es fraterna y considera a los necesitados miembros de la familia. Para que este Padre, desconocido por infinidad de indigentes, sea aceptado se necesita que quienes lo anuncian sean solidarios y vivan el amor de hijos y de hermanos.

P. Benito Martínez, C.M.

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