Una hija de la Caridad, testigo de Cristo en la selva (segunda y última parte)

por | Nov 2, 2018 | Noticias, Situaciones de necesidad y respuestas | 0 comentarios

Puedes leer la primera parte de este testimonio en este enlace.

Segunda parte: Nuevas aventuras con rostro.

Otra vez en camino hacia Trinidad (Bolivia). La paciencia y la esperanza todo lo alcanzan

“Gracias a Dios y después de haber rezado y arrepentido como nunca, hemos vuelto del viaje a Nueva Trinidad. Han sido 4 días intensos, con sus noches. Nos ha tocado navegar en las noches cerradas, negras, con una linterna y bajo la lluvia. De verdad, indescriptible, pero la mayor parte de mis rezos siempre van por esta maravillosa y valiente gente que nos lleva, incansable, por estos ríos, conduciendo, con un pequeño motor, sentados uno en cada punta de la barca de madera, bien atentos a esquivar troncos y ramas que, a veces, nos golpean, hacen entrar el agua y hay que sacarla con una botella partida o una tutuma. Nosotros, sentados, quietecitos, nadie habla en todo el camino. ¿Cómo describirlo?.

Nada más salir, llegó el SURAZO, donde, en invierno, pasamos de 35-40 grados a unos 10. Lo peor fue la lluvia, que nos acompañó tres días con sus noches. A medio camino se rompió la hélice. Hicimos lo posible por llegar a Dulce Nombre, pequeña comunidad más cercana (a dos horas), para ver si tenían una y nos la podían vender o prestar. Nos dejaron a la orilla y se internaron los muchachos, en busca de la comunidad. Sigue la lluvia y temblamos sin cesar. A la media hora volvieron, no pudiendo llegar porque había que atravesar una laguna, y no había barca; con este tiempo no pueden cruzarla a nado. Ya no hay tiempo de llegar a San Antonio, donde nos esperan, para conducirnos hasta nuestro destino. Intentaremos volver y salir mañana con otro motor. Sigue lloviendo y no podemos avanzar mucho. Cae la noche, cerrada y negra, imposible volver a Katery.

Acogida entrañable por parte de las comunidades indígenas que encontramos en el camino.

Yo no veo NADA, solo el brillo de algunos ojos de los caimanes en la orilla. Con ayuda de linterna, llegamos a Villanueva, otra pequeña comunidad. Nada más llegar vemos una linterna que se acerca. Es el morador más cercano que, al oír el motor, viene en nuestro auxilio. Él ha llegado hace un rato de la ciudad, dos días de navegación con su hijo de unos 12 años; durmieron acampando en la orilla del río, mojados; hasta el alma temblaba que daba pena. Su casa de madera y paja, como todas aquí, pero abierta y con un corazón increíble. Hay una medio separación en la casita, dejando un pequeño espacio o cuarto, donde están amontonadas sus pertenencias, con una chapapa (tablas elevadas) donde se cobijan los hijos y la mujer; ellos nunca dicen una palabra. Me ofrecen pasar a cambiarme, e inmediatamente se dan la vuelta para que yo me cambie sin temor. Los abrazo y cuelgo la ropa en las paredes, que no llegan hasta el techo.

Por fortuna ha pescado al venir y tiene arroz, que hace cocinar para que todos cenemos. Un gran galpón al lado hace de cocina y enciende una fogata y al verla también mi corazón se enciende. La leña está húmeda y hay mucho humo, pero, no importa. Me siento reconfortada.

Bromeo con la madre y la hija mayor, que trabajan sin rechistar. Converso alegremente con los hombres, viendo que la solución para el día siguiente está lista. Buscarán en la comunidad motor y jóvenes que nos lleven hasta San Antonio, (otro día de camino), donde, supuestamente, nos esperan. Nuestra gasolina alcanza para que vuelvan, luego Dios dirá. Pero, el Padre insiste en continuar el viaje, ya que nos esperan en Nueva Trinidad y no podemos decepcionarlos.

Los dos jóvenes estudiantes de Katery que nos acompañan esperarán al grupo que fue a trabajar hace una semana y debe volver por allí. Ellos arrastrarán con su motor la barca. Llevamos nuestra pequeña tienda en la que nos acomodamos como pudimos, hasta el día siguiente. Sigue lloviendo, pero no tanto.

Los niños de la ciudad. acuden rápido. Tienen frío, no hay ropa, así que juego y bailo con ellos, para calentarnos; y ríen a gusto. Llevo medicinas y doy a los que tosen 3 o 4 pastillas. Tenemos fideos que damos para que cocinen el desayuno, tenían huevos que nosotros queríams, pero además ellos nos ofrecieron pescado, que asaron allí mismo en las brasas, y mazamorra, (agua con harina y hierba dulce). Su desayuno fue el mío y me supo a gloria, bien caliente. Yo meto en una bolsa tres pescados asados para el Padre y nuestros dos almirantes en el camino. Al salir ví en la orilla un joven emponchado. ¿Dónde has dormido?, le pregunto. En la canoa, me responde… ¡Sin palabras!

Por fin llegamos, milagrosamente, a nuestro destino

Y con la fina lluvia, y sin intercambiar una palabra, llegamos al anochecer a San Antonio. Los que vinieron a nuestro encuentro el día anterior esperaron hasta las 3 de la tarde, y al ver que no llegábamos, retornaron. Nos ofrecieron café caliente, y bromeé con nuestros chóferes del día, que no dijeron ni su nombre. Ellos retornaron al día siguiente a su comunidad.

Nosotros debíamos llegar al destino, pero no había medio de comunicación. Buscaron al responsable de radio, nada. Dijo que quizá en una pampa (ya de noche y seguía lloviendo), y allí fue con el Padre. Seguí jugando con los niños y, a las 10 de la noche, monté mi carpa e intenté dormir. Escuché la llegada del Padre; no pudo comunicar con Nueva Trinidad, pero al fin, subido a un árbol, logró hablar con la Hna. Juana, en Katery, donde hay radio, quien hará lo posible por avisarles. Me cuenta además que, al bajar, tuvieron que ir a pescar, porque no había nada para cenar.

A las 12 de la noche escuchamos el motor. Vuelven, de nuevo, cuatro de Nueva Trinidad, en nuestra búsqueda. Arriba, nos esperan. Sigue lloviendo finamente y el frío azota. Rápidamente acomodan nuestra carga en la pequeña

canoa y prestamos nuestros ponchos. Nos sientan en el centro, medio cubiertos con un plástico. ¿Creíble?. Media noche, negra, el río ha bajado mucho y los troncos y palos hay que saber esquivarlos. A veces, la canoa se inclina y entra el agua. Yo temía naufragio. Los peces saltan alrededor y algunos caen sobre nosotros; divertido.

Llegamos a un ¨tumbo¨, fuerte corriente de agua con unos 20 m. de tierra elevada, dura. Hay que bajar y arrastrar la canoa con la carga. Mojados ya estamos; yo, apenas puedo caminar por la corriente de agua; no agarro la cuerda de arrastre, para no ponerles en mayor problema; yo paso el trozo de ¨cachuela¨restante con el motor. y el resto sube a tierra, en medio de la selva; me perdonan y me llevan en la canoa. A la vuelta, de día, sí pasé a pie. Precioso camino, entre lianas, árboles y malezas.

Llegamos a las 5,30 de la madrugada. Lágrimas de emoción. A pesar de los 15 minutos de entrada, desde el río a la comunidad, nos escucharon y salieron al encuentro con cohetes, bailes de marcheros, mamitas, los niños, los tambores… Fuimos directos al cabildo, donde hacían el ritual del velorio a la Stma. Trinidad.

La alegría del encuentro culmina con las celebraciones religiosas

Era la primera vez, desde la fundación de la comunidad, que un Padrecito les visitaba, de ahí su alegría. A pesar de ello, hacen todos los rituales y ceremonias con el animador religioso de la comunidad, tal como les enseñaron los jesuitas, hace 4 siglos. Con violines cantan vísperas y maitines. Tuvimos bautismos, confesiones, primeras Comuniones y confirmaciones. Por supuesto, misa, procesión con macheteros y demás: 4 vueltas a la plaza y una oración en cada esquina. Almuerzo, para todo el mundo, y para los de los poblados vecinos que acuden a la fiesta. Matan una vaca, la fiesta dura 3 días y todos comen y beben. Al día siguiente, misa y bendición de las casitas.

Cuatro preciosos jovencitos, jugando con los numerosos cocodrilos y caimanes que pueblan los pequeños ríos, nos llevaron de regreso hasta Katery, donde llegamos al anochecer.

Sinceramente, no exagero NADA, más bien es imposible contar todo lo que allí vivimos. Solo puedo dar gracias a Dios por la FE DE NUESTROS INDIGENAS, que sobrepasa la mía, su respeto y cariño. Ellos ven en nosotros los enviados de Dios, más allá de nuestras apariencias humanas. He orado en el camino como nunca, sobre todo por ellos. Encontré a los niños descalzos en el frío, tosiendo y llenos de legañas, pero ¨es el SUR¨, ya pasará.

P. Félix Villafranca, C.M.
Fuente: http://felixvillafranca.es/

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