Es más fácil usar un lenguaje edificante, cumplir algunos preceptos positivos, rechazar ciertos placeres, que estar profundamente lleno de espíritu evangélico, conservarlo en el fondo del alma para ennoblecerlo, purificarlo, y mejorarlo; en fin, reproducirlo en sus obras dejando en ellas el sello de la dulzura y de la bondad. Se pueden murmurar de palabra muchas oraciones, y sin embargo no tener ese impulso que eleva al cielo, ni esa piedad que se abandona a la guía maternal de la Providencia, sin murmurar por el presente, sin preocupación por el porvenir. Un amor tierno hacia Dios, una bondad activa hacia los seres humanos, una conciencia justa e inflexible hacia sí mismo, tales son los elementos de una existencia verdaderamente cristiana, y usted no tardará en darse cuenta de todo lo que me falta de esa triple relación.
Federico Ozanam, carta a Amélie Soulacroix, del 1 de mayo de 1841.
Reflexión:
- Amélie Soulacroix es la futura esposa de Federico. En la época de esta carta, Federico vivía en París, siendo ya profesor suplente en la cátedra de Literatura extranjera de La Sorbona, mientras que su prometida (desde finales de 1840) seguía en Lyon. La correspondencia entre los novios es muy abundante en este periodo. Aunque nos podríamos esperar la típica correspondencia de enamorados —que también la es—, en las cartas de Federico también encontramos muy interesantes descripciones de su vida cotidiana, así como reflexiones sobre la fe y la vida. Fe y vida: dos dimensiones que van íntimamente unidas y no podemos desligar. Fe que da sentido a la vida, y vida donde se desarrolla la fe personal y comunitaria.
- Federico era, innegablemente, una persona piadosa. Asistía diariamente a misa; comulgaba frecuentemente (algo inusual en su época); visitaba con frecuencia a su consejero espiritual; dedicaba el primer momento de cada mañana a leer la Biblia y hacer oración. Pero la piedad de Federico estaba arraigada a la realidad que vivía, no era un «mojigato», una persona —de esas que fácilmente identificamos— centrada en aspectos espirituales que poco tienen que ver con la vida y que, con la apariencia de elevados, lo único que pueden hacer es separarnos de la verdadera fe en Jesucristo, evangelizador de los pobres.
- Este párrafo de Federico es denso y tiene muchos matices que merece la pena reflexionar. Nos dice que es más facil usar un lenguaje edificante, cumplir preceptos y mortificarse («rechazar ciertos placeres»), que vivir la vida inmerso en el auténtico espíritu evangélico, manifestándolo en obras que tengan «el sello de la dulzura y de la bondad». Es un salto cualitativo: realizar ciertas prácticas no nos hace mejores cristianos. Es contundente lo que nos dice Federico: «se pueden murmurar de palabra muchas oraciones, y sin embargo no tener ese impulso que eleva al cielo» ni la auténtica piedad que «se abandona a la Providencia», que se entrega a la voluntad de Dios con plena y total confianza, «sin murmurar por el presente, sin preocupación por el porvenir».
- Federico nos señala tres aspectos para una «existencia verdaderamente cristiana»:
- «Un amor tierno hacia Dios»: un amor pleno, entregado, confiado en un Padre misericordioso.
- «Una bondad activa hacia los seres humanos»: la fe sin obras, dice el apóstol, es una fe muerta (Cf. Santiago 2, 14-26). La fe cristiana no está centrada en la salvación personal, aislada de la realidad que nos rodea. Al contrario, está íntimamente ligada a amar al prójimo y trabajar porque él también viva una vida digna. Hay muchos textos en la Biblia que nos muestran esto; recordemos la parábola del buen samaritano (Lucas 10, 25-37), el relato del «juicio final» (Mateo 25, 31-46), y tantos otros…
- «Una conciencia justa e inflexible hacia sí mismo»: somos los primeros que debemos cuidarnos a nosotros mismos y modelar nuestra existencia según el espíritu evangélico. Somos personalmente responsables de ser, día a día, mejores seguidores de Jesucristo.
- En nuestro tiempo, desafortunadamente, vemos muchas personas y muchos mensajes que van en dirección contraria a lo que aquí nos indica Federico. Diré algo que puede resultar chocante: los «actos de piedad» son importantes, pero la centralidad de nuestra fe está en ese «espíritu evangélico» del que nos habla Ozanam. Pondré un ejemplo: ir a misa todos los domingos no nos hace seguidores de Jesús. Es precisamente al revés: somos seguidores de Jesús y, por eso, tenemos necesidad de celebrar nuestra fe, de llevar la vida a la oración. Necesidad, no obligación. Amor, no normas.
- Podríamos acabar siendo, como el apóstol Pablo nos dice, un metal que solo hace ruido (ver 1 Corintios 13). Dios-amor es la centralidad de nuestra fe, y el amor cristiano se manifiesta en salir al encuentro del hermano que sufre. Cualquier acto o manifestación de nuestra fe que no tenga en cuenta este aspecto será, sencillamente, «humo de pajas»: mucho humo, poco contenido.
Cuestiones para el diálogo:
- ¿Qué reflexión hago de las palabras de Federico? ¿Cómo iluminan mi vida? ¿En qué aspectos debo mejorar?
- ¿Dónde está centrada mi vida de fe? ¿Me quedo tan solo en el cumplimiento de algunos actos más o menos piadosos?
- De las tres dimensiones de la existencia cristiana que nos indica Ozanam, ¿en qué debo mejorar?
- ¿Cómo manifestamos los vicencianos nuestro compromiso con el prójimo? ¿Está en consonancia con lo que nos dice Federico en este texto?
- ¿Utilizamos los medios de comunicación social para proclamar la misericordia de un Dios que se hizo uno de nosotros, para denunciar la injusticia y ponernos del lado de los empobrecidos, o nos dedicamos solo a compartir estampas y frases más o menos piadosas?
Javier F. Chento
@javierchento
JavierChento
0 comentarios